martes, 27 de agosto de 2019

Benin. Capítulo 5. Lago Azili y Mercado Ounchi


Era época de lluvia. Había caído mucho agua durante la noche y temíamos quedar aislados en el barro. Rodábamos sobre pistas de tierra húmeda y roja en busca de una isla en el lago Azili, donde se encontraba la etnia Agunmin Mahí, un pueblo de pescadores.

Creía que la carretera estaba cortada por el agua. Nos bajamos y poco después, nos recogieron en una barcaza movida por una pértiga. Circular por un estrecho canal y cruzarnos con piraguas, fue un momento delicioso. Nos acompañaban varias mujeres, con sus bebés a la espalda y unas canastas conteniendo vegetales desconocidos para nosotros.

El canal se ensanchó y vimos una preciosa laguna. Luego, vimos redes tendidas de pescadores, dispuestas para remendarlas y recogerlas.

Salieron los primeros niños a nuestro encuentro y repentinamente, teníamos tras nosotros una gran chiquillada de ojos y dientes blancos, sobre unas pieles negras que bullían alegres en nuestro derredor.

Se pegaban por estar más cerca de nosotros y pensé para mí, que los humanos tenemos el mismo comportamiento que nuestros primos los primates, estableciendo su jerarquía territorial.

Lo siguiente fue la revolución de una tranquila aldea, sumida en la preparación de la comida, las mamancias de los bebés, la reparación de redes, la recogida de agua del lago para beber y cocinar..

Ángeles, con un gran sentido de la maternidad, disfrutaba abrazando bebés. Pero algunos de ellos, lloraban de miedo ante una mujer blanca.

Animado por la acogida y para disfrutar con los niños, nos sacamos fotos con ellos sacando la lengua hasta enseñar la campanilla e incluso hice alguna chanza con una palangana sin fondo, que hizo reír a mi infantil auditorio.

Nos invitaron a sus casas, entramos en un dispensario sanitario y en la iglesia del lugar y compartimos unas risas con las mujeres del lugar. No todo fue agradable. Tuvimos que comer un pequeño pescado, frito hasta el socarramiento en aceite de palma, que me dejó el estómago ligeramente perjudicado.

Fueron dos o tres horas intensas y alegres. Al embarcar nuevamente, muchos niños acudieron a despedirnos. Fue un momento precioso que guardo en mi recuerdo.

Pusimos rumbo al mercado de Ounchi, lugar tradicional de las etnias Mahí y Yoruba. Me encantan los mercados. En ellos se ve la producción agrícola de cada región, el sistema de vida, las diferentes etnias autóctonas, con sus colores, bullicio y generalmente, caos generalizado.

Un mercado autóctono, es un lugar de caza para un fotógrafo, como lo es la sabana africana para los leones y otros depredadores.

Hay que actuar rápido, robando siluetas, colores y momentos irrepetibles; pidiendo permiso para fotografiar si el instinto me incitaba a ello, o desplegando mis habilidades envolventes según qué caso y qué personas.

Fotografié tres mujeres en un puesto de ropa femenina. La dueña se empeñó en que le comprara un sujetador y me libré por poco de aquél compromiso. Buscaba colores, rostros hermosos, humos que confirieran trajín de vida y también, el reto de engatusar a un corro de mujeres ariscas para fotografiarlas. A veces, no eran especialmente interesantes, pero resultaba gratificante tener capacidad de convicción.

Vi una niña preciosa. Era musulmana y estaba tendida en un comercio de telas. Tenía la mirada limpia, era tímida, femenina y estaba envuelta en un radiante color frambuesa. Vencida su inicial desconfianza, conseguí un precioso recuerdo. ängeles, se tumbó junto a ella, imitó sus posturas y saqué a ambas unas deliciosas instantáneas.

El día había sido maravilloso. Emprendimos camino hacia el hotel, mientras pensaba si cenaba pescado con espaguetis o espaguetis con pescado. Mientras, mi estómago ansiaba leche fresca, frutas y helados, un privilegio complicado en estas tierras. 


















MERCADO OUNCHI

Tiene una dulce mirada
Le encantan los bebés
Pero su piel blanca asustaba a los niños africanos





































































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