Cogí la maleta del
desván. Le había prometido descanso y se sorprendió al verse nuevamente de viaje.
Abrió su bisagra,
como un mejillón y observó con interés el equipaje que preparaba. Ropa de frío
y de tibio termómetro, significaba un destino de incipiente primavera europea,
pero aún no adivinaba dónde.
Cuando vio sus
compañeros de viaje, pareció sonreír. Unas tortas de aceite, un jamón y unos
sobaos,… eran signos determinantes.
Supo que nos íbamos
de casa, para volver a casa.
El coche se abría
camino entre la lluviosa bruma del norte. Recorría con avidez la cinta de
asfalto, siempre con el mar a su izquierda, camino del este.
200 km más tarde,
cruzamos la inexistente frontera con Francia. Tras un ligero norte, viramos nuevamente
al este.
Los nevados Pirineos,
nos miraban fríos, hermosos y alegres, aún con la albura del invierno perdido.
Pasamos Lourdes. Poco más tarde, hicimos otro norte hacia Auch y un pequeño
este hacia Sainte Agathe, donde mi otro hogar, me abrió las puertas, un año
más.
El grande y hermoso
Valaam, un noble leonberger, atronó el aire con su ladrido. Su nombre corresponde a un magnífico monasterio religioso ruso. Su enorme cabeza,
asomaba baboseante por la ventanilla del coche. Sentía cariño hacia mi gastada
figura y quería una caricia.
Abracé a Serge y
Marie Claude, con quien comparto 42 de sus 70 calendarios. Sentí cariño,
energía y paz. Había llegado a mi hogar francés, a mi refugio de afectos, donde
curo los sentimientos, de las heridas del camino.
La casa es del siglo
XVIII. Está en la región del Gers, un territorio agrícola, de sinuosas y
femeninas lomas, de arcilloso suelo. Sus campos ofrecen su sangre al trigo, al
girasol y al maíz, principalmente, aunque haya alguna explotación de kiwis,
junto al lago cercano.
Se levantó con
ladrillos hechos en el mismo lugar, con la arcilla de su propia base, con
sólidos muros de carga y nobles vigas de madera.
Ayuna de estructura
metálica y de fuerzas negativas, el cuerpo siente
un inmediato bienestar.
Las noches son
calmas, de silencio profundo. Cuando desperté la madrugada, me sentí
enormemente confortable.
La cama abrazaba mi incrustado cuerpo, mientras mi
mente, corría por las praderas y los desiertos de los recuerdos.
Evocaba las
estrelladas noches del Sahara mauritano, al amor de la jaima y la dulce Francia
de nuestra perdida juventud.
No siempre, hay
entendimiento entre los hermanos de sangre. Pero hay otros
hermanos, a los que puedes escoger, que no comparten ADN, pero si los
sentimientos. Con ellos, te sientes en común unión y te basta una mirada, para
saber lo que piensan, lo que sienten y lo que te quieren.
Una vez al año, mi
coche, mi maleta y yo, venimos a Sainte Agathe, nuestro segundo hogar, nuestro
“hospital del alma y de los sentimientos”
Cuando emprendemos el
viaje de vuelta, llevo las baterías plenas de energía, las heridas
cicatrizadas, el alma henchida y la sonrisa de amar, mostrando el marfil de mis
dientes.
Pero aún es pronto
para pensar en la vuelta. Antes quedan muchos panes que cortar, muchos quesos
que degustar y muchos vinos que compartir, adecuadamente hermanados, con las exquisiteces,
que cada año les traigo de mi casa española.
Son momentos de recuerdos, sonrisas, abrazos, ajedrez, billar, paseos por el lago y miradas de amistad y hermandad. Son momentos felices, de sentimientos compartidos.
TARBES
Son momentos de recuerdos, sonrisas, abrazos, ajedrez, billar, paseos por el lago y miradas de amistad y hermandad. Son momentos felices, de sentimientos compartidos.
TARBES
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