El viento acostaba la hierba con aromas de salitre y secaba mis lágrimas de soledad.
Lole y Manuel, cantaban enlatados para mí, mientras miraba el mar desde Cabo Mayor.
El paisaje era magnífico, pero lloraba mi Sevilla perdida; la de mi primer cuarto de siglo.
Dejaba allí familia, amigos, querencia y una mirada verde de rubios cabellos.
"Todo el mundo cuenta sus penas,
pidiendo su comprensión,
quien cuenta sus alegrías,
no comprende a quien sufrió"
La guitarra rompía el aire y los quejíos de Manuel con su Lole en dúo, me rasgaban el alma.
Yo era de tierras ocres, de aromas del sur, de cielos azules y de duendes en el aire.
Pero me robaron Sevilla en las oposiciones y subí al norte.
Fue un viaje de ida sin vuelta.
Y amé los verdes campos, los azules mares, las blancas nieves y los plomos del cielo.
No volví a las Semanas Santas, ni a las ferias ni a los rocíos.
En mi transición mental, soñé la sevillana Plaza de España, con Piquío como ombligo, en una hibridación de querencias
Paulatinamente, me hice más de aquí y menos de allá, mientras los quejíos y los rasgueados de la hembra de seis cuerdas, dejaban de sonar en mi cerebro y en mi corazón.
Pasaron muchas uvas de diciembre y un maldito cáncer, se llevó un sevillano de voz desgarrada.
Había muerto Manuel, dejando a Lole en solista de canto y vida y huérfanos, a los que le oíamos con sentimiento.
Esta tarde, oí cantar a Manuel. Su poesía rompía el silencio por bulerías, mientras su guitarra lloraba de pena.
Sufrí un estremecimiento. oyéndole 40 años más tarde, pero mi paisano y contemporáneo ya había volado tras sus notas al cielo.
Que los ángeles, disfruten de su guitarra celestial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario