Hace muchitantos años, cuando no había tantos políticos y a pesar de ello, éramos felices, salvé afortunadamente mi vida.
Mis padres me la habían dado un año antes, pero un sarampión complicado con neumonía, me puso al borde de la muerte. Afortunadamente, me recuperé gracias a las primeras dosis de penicilina que llegaron a España.
En aquella época, los curas llevaban coronilla, las monjas grandes tocados almidonados, la gente era muy respetuosa con las normas y había "numerosas familias numerosas".
Heredábamos la ropa y los libros de los hermanos mayores y éramos felices con una muñeca de trapo, una pelota de goma, un tirachinos o un tebeo.
Eran tiempos en que los jóvenes aprendían el oficio con maestros profesionales o en universidades laborales, los padres tenían pluriempleo y tenían pocas cosas, pero mucha fe en el futuro.
Francamente, no sé cómo pudimos vivir entonces sin presidentes autonómicos, consejeros variados, parlamentarios fotocopiándose las imprescindibles leyes autonómicas, y presidentes de organismos públicos cuya primordial competencia, era proporcionar las albóndigas de la mamandurria a los cobijados bajo el árbol de la buena sombra.
Nos divertíamos con una televisión en blanco y negro, con concursos para gente inteligente, en los que no cabían los sabaneos actuales, sin ver tetas ni culos, ni escuchar ni ver a los políticos de aluvión, amorcillando a los rivales, insultando, amenazando, re inventando el idioma y enmierdando el ambiente con el ventilador.
Porque salir elegido para un destino glorioso de concejal en "Rasca la sarna del Marqués", daba derecho a hablar de progresismo, justicia social, igualdad de género, todos y todas, hombres y mujeres, deuda histórica, derecho a decidir, España casposa, no es de recibo, niego la mayor, consenso, cordón sanitario, postureo y paro aquí, porque me echo a llorar.
Dios mío, cuánto arte de sobar lomos para asomar jeta en los carteles, qué inmensa sapiencia de partido, han aprendido pegando carteles y cuántos prescindibles salvadores de nuestras vidas han proliferado cómo setas, en las sombríos rincones de España.
Ahora, los coches son más grandes, se televisa mucha piel y mucho arcoiris y los uniformes de la paz y el orden son despreciados y humillados, por quienes dan patentes de democracia.
Antes, íbamos al circo, para ver domadores, payasos y trapecistas. Ahora, la misma vida es un circo, en el que se tergiversan los valores de la sociedad. Ya no hace falta pagar por una entrada para divertirse.
Si quieres ver tetas, basta observar una protesta en una iglesia universitaria cuando dan la comunión; si quieres ver un espectáculo bochornoso, puedes acudir a un macrobotellón y si deseas ver escenas de riesgo, es suficiente con ver algunas de las manifas removiendo el gallinero nacional.
Esta tarde, mientras tomaba un medicamento para curar un fuerte catarro, pensé que hacen falta nuevos antibióticos para combatir los gérmenes sociales emergentes que diezman nuestra sociedad: Mamandurrius persistents, Choripatium mordidensis, Nacionalium ascolti, Offshoriasium panamensis, Eres penibéticus y Coletium disgregatum.
¡Qué peligro!
No hay comentarios:
Publicar un comentario