Hay en España una costumbre muy extendida: medir lo inmensurable o al menos, con unas unidades subjetivas y ajenas a la racionalidad.
Los pueblos, nos hemos otorgado medidas para calcular el valor de las cosas. Medidas de longitud, de área o de volumen, medidas de peso, de luminosidad, de velocidad, de presión, de sabores como dulzor, salinidad, acidez, e incluso, grado de picante.
Nacieron así las arrobas, los celemines, las yardas, las fanegas, las millas, marinas o terrestres, el sistema métrico decimal, las pulgadas, los acres, los bares, y tantas medidas más.
Si en el sur de España, se miden los campos por pies de olivos, por ejemplo, en Cantabria, se miden las tierras por carros grandes o carros chicos, que significa la cantidad de tierra necesaria, para producir la hierba necesaria para llenar un carro.
Sí, somos un pueblo alegre, despreocupado, jaranero, imprevisor y un tanto chapucero. No es pues de extrañar, que seamos los inventores de la "mijita", el "pelín", la "pizca" y el "chorrito por ciento".
Muchas veces, he oído expresiones como: "Sevilla es lo más bonito del mundo", "Como se vive en "España no se vive en ninguna parte del mundo", "Fulanito es el que más sabe en el mundo de..." y así una larga cantidad de ejemplos, más sentimentales que racionales, como si necesitáramos reafirmar nuestra personalidad, nuestra conciencia colectiva o nuestro orgullo, local o nacional.
Recientemente, he visitado Córdoba y cuando estaba disfrutando de la belleza de un conjunto arquitectónico extraordinario, que no ordinario extra, oí a un viandante decir: "En ese bar, se hacen las mejores tortillas del mundo"
Y yo no digo que no, pero sería mejor decir: en ese bar, se hacen unas tortillas excelentes, porque puestos a comparar y a medir, habría que tener una "medida ad hoc" o inventar el "tortillómetro".
Y es que reconozco que los españoles somos "los mejores del mundo regalándonos flores"
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