A veces pienso que el ser humano es incompleto. Si no deseamos ver, podemos cerrar los ojos. Si no queremos percibir un gusto, basta con no ingerir un alimento. Si no nos apetece sentir el tacto, podemos inhibir una acción. Sin embargo, nos falta la posibilidad de cortar la percepción de los olores o de la audición.
En un reciente viaje a Madrid, he padecido en restaurantes o cafeterías, los gritos descontrolados de grupos de comensales. Parecía que nadie escuchaba y todos se empeñaban en contar sus cuitas. Era de locos y me volvían loco.
Este hecho se repite lamentablemente por doquier. Es el egoísmo de cada cual con desprecio de cada quien. Lo peor es cuando lo que gritan son tonterías, frases insulsas, palabras soeces, alguna blasfemia o chismes de lenguas viperinas.
No hemos aprendido que cuando nuestras palabras no son más bellas que el silencio, es mejor estar callado.
A veces, me pregunto porqué los españoles somos gesticuladores y gritones. Hay algo de influencia climática, de falta de formación y de mal ejemplo de quienes son modelos de nuestra sociedad.
Políticos, periodistas y mangurrinos sociales diversos, nos bombardean con sus gestos, gritos, palabras y sofismas, desde las tribunas de los medios de difusión.
No hay tertulia en la que los participantes no se pisen las palabras y es lamentable. Es cierto que un debate exige una cierta presión dialéctica, para que resulte vivo, dinámico e interesante. Pero es penoso comprobar la misma actitud en los tertulianos que en los comensales de bares y tabernas.
Es muy difícil cambiar los malos hábitos de una sociedad y por ello, los que tienen el privilegio de estar en una tribuna, tienen la responsabilidad de dar ejemplo.
Sería conveniente que las autoridades académicas favorecieran los debates en las escuelas, favoreciendo el respeto.
También es muy recomendable que nuestros "tribunos", mantengan unas normas mínimas de convivencia:
1.- Respetar los turnos de palabra
2.- Moderar la gesticulación parlante u oyente, sin desprestigiar al oponente
3.- Evitar comentarios soeces y blasfemias.
4.- Eludir planteamientos sofistas, evitando la manipulación de los oyentes
5.- Respetar nuestro idioma, un tesoro lingüístico formado a lo largo de doce siglos. Ello implica no subirse a un estrado si no se domina nuestra lengua, no intentar la modificación sectaria de nuestro idioma o no tener un mensaje lógico y consistente.
En definitiva, todo se reduce a formación, educación, respeto y honestidad. De no ser así y a falta de un mecanismo biológico para desconectar auditivamente, solo queda apagar la radio o la televisión, como un acto de legítima defensa.
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