domingo, 11 de diciembre de 2016

El vuelo de los sueños

Nací inquieto, soñador y con ganas de mundo. Crecí en la dictadura, cuando no era fácil obtener pasaporte y cuando se conseguía, estaba vedado a un gran número de países de influencia comunista.

Tampoco ayudaba la situación económica española, pues salir al extranjero, era sencillamente prohibitivo para la clase media española.

Consultaba guías de viaje, enciclopedias de geografía y leía novelas de aventuras. Las películas satisfacían también mi curiosidad por el mundo.

El viaje fin de carrera, mis estudios de postgrado como becario de la República Francesa y compartir mi vida post universitaria con estudiantes de prácticamente todas las nacionalidades del mundo, acrecentaron mi interés por conocer muchos países.

En 1973 fui contratado por una empresa nacional española, para dirigir una importante fábrica de pescado en Mauritania.

Fue una experiencia romántica, a la vieja usanza, sin los medios de comunicación actuales, sin televisión, con una radio de onda corta para oir noticias de España y con aviones que solo aterrizaban cuando no había tormenta de arena, sobre pistas de tierra balizada con bidones.

Pelícanos, flamencos, cormoranes, dromedarios, gacelas, facoceros, chacales, avestruces, fenecos en tierra, tiburones en el mar,... Era la fauna salvaje la que henchía de felicidad mis juveniles ansias de aventura.

Toucouleurs, haretines, imraguens, moros, soninkes, wolofs y peuls, paseaban sus características raciales y sus costumbres por el desierto mauritano, pero entonces, me atraía más la vida salvaje que la etnología.

Cuando los barcos transportaban las corvinas en salazón hacia el Congo, mis ojos seguían conmovidos las estelas en el mar de los barcos en su ruta hacia el sur. Mi imaginación volaba al África multicolor de selva o sabana. Sabía que algún día, pisaría aquellas tierras, pero pasarían aún muchos años para ello.

Mi evolución personal, me llevó a la etnología y valoraría desde entonces las diferentes formas de vida de los sitios más recónditos del planeta.

El mundo, que es muy grande y mi tiempo, que es muy corto, me obligan a ser muy selectivo en la búsqueda de vivencias con pueblos que desaparecen inexorablemente.

Los plásticos, la "chispa de la vida" y los teléfonos móviles, están por doquier. Se abandonan vestimentas ancestrales por camisetas de fútbol y las lanzas por los kalanikofs.

Se pierde autenticidad, se produce desarraigo, se pierden costumbres y tradiciones y paulatinamente, las señas de identidad de un pueblo, tribu o etnia.

Aún quedan algunas tribus curiosas, tradicionales y hermosas, aunque conscientes de su valor cultural y atractivo turístico, algunos exponen su estampa en el escaparate de la vida, a cambio de algún dólar.

Recuperada mi libertad, dueño de mi tiempo, aunque desconociendo cuantos calendarios me quedan, dejo volar mis sueños. Sé que difícilmente haré la transiberiana, la transmongoliana, la transafricana o la ruta de Ho Chi Ming, por ejemplo.

Me quedan los viajes selectivos de 2 o 3 semanas y entonces, sueño con las últimas tribus que conservan su autenticidad e interés. Etiopía, Namibia, Nueva Guinea Papúa, esconden tesoros étnicos que bien merecen un viejo pantalón, una camiseta, un pañuelo al cuello, una mochila y una cámara de fotografías.







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