Sin pretenderlo y en un aparente golpe de fortuna, nos vimos en un ambiente de lujo extremo por directa oferta de la cadena hotelera. Compensaba así un fallo producido en la reserva.
Las habitaciones eran villas individuales de 250 metros cuadrados con jardín y piscina privada, decoradas como si fueran un escenario de las Mil y una noches, en el que solo faltó un grupo de bellas huries bailando la danza del vientre con velos al son de música exótica.
Kentias, cocoteros, bouganvilleas, muebles importados de la India, numerosos rincones de recogimiento, el blanco como color dominante en los edificios, ...., todo invitaba a la paz interior y el éxtasis personal.
Fueron días mágicos e inolvidables, pero a pesar de ello, añoramos el hotel anterior, algo más normal, con más vida y ambiente, en un entorno lujoso no tan exclusivo, enormemente cosmopolita y multicolor.
He dormido en muchas circunstancias y lugares. A veces, en duras condiciones en cuanto al confort y seguridad sanitaria y personal. Es lo que pasa en África, cuando lo que prima son otros factores o cuando llegas donde el turismo aún no existe y a veces, son los lugareños quienes te ofrecen su solidaridad y hospitalidad. Eso me ocurrió por ejemplo, hace décadas en Gulimin, días antes de que la población fuera bombardeada por el Polisario.
He pernoctado bajo una tienda de campaña entre camellos sobre un pedregal; he vivido la magia de la hospitalidad touareg, en el desierto argelino, bajo un manto de estrellas, saboreando un té con hierbabuena y me he refugiado bajo una jaima para protegerme de una tormenta de arena o bajo una mosquitera, para evitar los mosquitos tigre en la densa vegetación de la selva.
Por dormir raro, lo he hecho en el Atlas marroquí, mientras unos moros asesinaban canciones flamencas ligando con unas guiris norte europeas en un puro ambiente Almodóvar.
Pero esta vez, he dormido, exagerando un poco, casi como el sultán de Brunéi, si bien, me daba pena hacerlo, consciente de que el sueño me desconectaba de aquel entorno de fantasía.
Las cálidas aguas de color turquesa, la fina y blanca arena de coral, el fresco dulzor de un agua de coco, las estrellas de los mares del sur, la exótica gastronomía, la agradable compañía del grupo de amigos, todo fue magia y alegría.
Paseando por la playa, encontramos algunos miembros de la bella y altiva tribu masai. Recorrimos en marea baja los arrecifes de coral, descubriendo pececillos tropicales, serpientes, estrellas y cohombros de mar, ermitaños e incluso un trío de pescadores artesanales, fundidos con el paisaje.
Visitamos uno de los restaurantes más singulares del mundo, "The Rock" , al que debimos acceder en una barcaza, lo que fue un plus de exotismo.
Los días pasaron entre colores, sabores y también entre sudores del trópico. La magia tocaba a su fin y nuestro horizonte era el hemisferio norte. Muy pronto, viajaríamos al frío, cambiando la Estrella del Sur por la Polar, pero aun nos quedaba Stone Town, la capital de Zanzibar, la isla donde Asia y África se fundieron en la cultura suahili,
La "peligrosa tienda del hotel"
Viajamos en un coche hacia el restaurante The Rock. Estaba forrado de crochet en su interior. Parecía que lo habían decorado una pléyade de abuelitas españolas de esas que forran hasta el papel higiénico
Restaurante The Rock decorado por MercedesErizo
Cohombro de mar
ErizoEstrella de mar
Entre pescadores del arrecife
Serpiente de mar
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