Tenía la ropa manchada por mis desplazamientos en tuk tuks, furgonetas, embarcaciones, búfalos y elefantes; estaba empapada por el sudor de las montañas de Sapa, por el miedo a las motos y la subida entre piedras por escaleras imposibles.
Me duché y me puse una camisa camboyana de algodón. Me reuní con Ana y Álvaro y nos fuimos a vivir la noche de Siem Reap.
La vida inundó nuestros sentidos con luces, colores, ruido, música, multitdes y tiendas; muchas tiendas, dispuestas a tentar nuestro lado consumista y nuestros bolsillos.
Mordí los labios para no comprar un diente de elefante por 10 dólares y me empleé a fondo en una tienda de sedas, poniendo colores a mis seres queridos, mientras imaginaba sus sonrisas a mi vuelta;
Voleak Keo, una encantadora joven de 25 añitos, me mostró su sonrisa, su amabilidad y sus sedas. Había para perder el gusto y dediqué un buen rato a seleccionar los regalos.
Se daban masajes de pie a buen precio y a la vista del público.
Álvaro y Ana miraban curiosos y divertidos
La oferta culinaria era enorme: carne, vegetales, cucarachas, grillos, gusanos de seda, escorpiones, tarántulas, serpientes, ranas, todo era posible.
Esta fruta es un durión. Repugna porque apesta a agua de alcantarilla, pero en el Sudeste asiático es muy apreciada por su dulce y delicioso sabor.
No son nísperosTras valorar la suculenta y variada oferta gastronómica de la calle, decidimos comprar leche, galletas y frutas y nos dimos un homenaje en la habitación del hotel.
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