Esta semana, se marchó Margarita al cielo, quien me quiso como un hijo. Aún no se me habían secado las lágrimas, cuando anoche supe de la muerte de Paloma Gómez Borrero.
Estuve muchas veces en casa de Margarita, mi antigua vecina en Santander y compartí con ella muchos de sus recuerdos de México, como ella supo de mis sueños de un futuro cada vez más pequeño.
Paloma, sin embargo, fue una querida desconocida, que se metía en mi casa y en mi corazón, a través de las ondas de la radio y la televisión.
Corresponsal en el Vaticano y amiga personal de Juan Pablo II, había relatado la fumata blanca de su elección y las vicisitudes de su papado. Paloma transmitía su fe, su pasión y sus ganas de vivir, hasta el punto de contagiar de entusiasmo a sus oyentes.
Paloma ha muerto ayer. Un cáncer se la llevó al cielo, donde la esperan su amigo San Juan Pablo II y su admirada Santa Teresa de Calcuta.
Se ha ido una gran periodista y una persona. Que su vuelo al infinito, la lleve a la paz y felicidad eterna y transmita desde el más allá, crónicas a nuestros sueños.
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