miércoles, 8 de marzo de 2017

Vietnam 2.La bahía de Halong

Tras aterrizar en Hanoi , hicimos noche en la ciudad, como preludio de una de las emociones fuertes del viaje.

Uno de mis sueños de Indochina, era navegar por la bahía de Halong. La había visto en películas inolvidables, pero me faltaba la sensación de vivir en su seno esta maravillosa experiencia.

La bahía contiene más de 2000 islas, inventariadas, investigadas y numeradas. De naturaleza cálcica, están sujetas a una fuerte erosión, dando lugar, a la formación de cuevas, como ocurre por ejemplo en Cantabria.

Forman un entramado que evitan la formación de oleaje y permite disfrutar de unas aguas tranquilas. Los barcos mayores, navegaban silenciosos, otorgando al ambiente una inmensa sensación de paz y bienestar.

En esos momentos, recordaba la majestuosa estatua de la Libertad de Nueva York. Sentirla tan cerca, tan verde, tan grande y tan hermosa, reflejada en el agua en la inmensidad de la noche, siempre me produjo un éxtasis que no sabría explicar.

A veces, irrumpían en sus aguas algunas embarcaciones menores, que con escandalosos motores, rompían la magia del momento, pero añadían el exotismo del afán de la vida en un paraje diferente.

La barca auxiliar del barco, nos llevó a Titov Island, un hermoso peñón bautizado así en honor del piloto soviético que trasladaba siempre al Presidente Ho Chi Minh. Mi corazón y mis piernas sufrieron, pero subí los 400 peldaños, hasta su cima. El espectáculo fue precioso y me sentí compensado por el esfuerzo realizado.

Ya en su base, tomé arena para la colección de mi hijo y jugamos al chat luong cao, de gran difusión en Vietnam, para lo que se usaba una especie de pluma contrapesada, en cierto modo, parecida a la pelota del badmington, solo que se manejaba con los pies.

Más tarde, visitamos una isla que contenía la Sung Sôt Cave o cueva sorpresa. El agua y el tiempo, habían horadado la piedra caliza, formando una cueva maravillosa. Desde su entrada, a media altura, se divisaba un paisaje natural extraordinario. Los barcos le daban un ambiente festivo, sobresaliendo entre ellos, uno con un rojo velamen, de gran belleza y exotismo

La gran presencia de barcos, auguraba un jaleo marítimo, pero no fue así. Todos los pasajeros, conscientes de la maravilla que nos envolvía, parecíamos respetar la magia del silencio.

Paulatinamente, el sol abandonó el lugar para calentar el oeste. La luna se acercó tímidamente, entre la ocasional neblina que pareció inicialmente acompañarla. A medida que la negritud se adueñaba del paisaje, las luces de los barcos, pintaron una orgía de colores.

Recordé mi niñez, cuando cada noche las luces de la calle Betis, besaban las aguas de mi sevillano Guadalquivir, pero aquí, la majestuosidad era sublime.

Absorto y sin palabras, permanecí largo tiempo en cubierta y cuando finalmente, el plomo de los párpados cerró mis ojos a la noche, caí rendido en mi camarote.

El sueño fue corto. Sentí una pequeña luz en mis párpados y supe que la luna me besaba la cara. Abrí lentamente los ojos y me quedé mirándola fijamente. Pareció sonreírme o acaso, ese era mi estado de ánimo.

La niebla me la robó repetidas veces, pero ella siempre volvía. Pasaron por mi mente muchos sueños de vida y alguna que otra lágrima de años lejanos y fui inmensamente feliz.

Ya no pude conciliar el sueño.

Estaba amaneciendo. Ya en cubierta, sentí la brisa de la mañana, y viví uno de los momentos más inolvidables del viaje. Muerto de sueño, pero extasiado, seguí las indicaciones de un profesor de tai chi. sentí paz interior y un gran bienestar.

Me sentí en el paraíso y con la mente en blanco, tan sólo unos suaves movimientos, un paisaje irrepetible y una música que invitaba a la meditación.

Consta en el reportaje una fotografía mía con el profesor de tai chi.

Tras el copioso desayuno, la barcaza auxiliar nos llevó a uno de los islotes cercanos y unos cuantos, nos aventuramos a recorrer las aguas en kayak. Un californiano y yo, bordeamos 4 islas durante más de una hora y posteriormente, volvimos al barco, para emprender a la conclusión de la travesía.

Al regreso, fotografié una isla que figura en el billete vietnamita de 200,000 dongs y henchido de paz y felicidad, abandoné la maravillosa bahía de Halong, reconocida como patrimonio de la humanidad por la Unesco.

     En el muelle, las barcazas que acercan a los barcos de recreo
    La bandera de Vietnam, siempre presente
    Ana y Álvarro mis compañeros de viaje
    El autor


    Salón del barco

                                       Álvaro                                                            Ana
 




Un ruido sobre el agua




    Barcos hacia la felicidad

 



     Nuestro barco                                    














 




                                            Titov Island. La isla con 400 peldaños hacia la cima    






    El precioso Syrena, tiñendo de rojo la mítica bahía





    Vendedora de refrescos

    Sung Sôt Cave


                      Paisaje divisado desde la entrada a la cueva



                      La hermosura hecha vacío






                                                                                      Ana y Álvaro
    Con Ana



    Y el sol se fue a Occidente



    Luces de magia

                     Colores bajo la luna de plata














                                           

    Con el profesor, tras la clase de tai chi
            


 






    La isla del billete




                            La barcaza auxiliar

    Fin de un sueño y comienzo del siguiente

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