Es víspera de San José, la puerta de la primavera se abre, el sol se pasea más alto y más tiempo.
Los niños del sur ya abren la caja de zapatos, donde guardan los huevos de gusanos de seda del pasado año y buscan hojas de morera para alimentarlos para renovar su ilusión.
Valencia se prepara para su mascletá y los ninots esperan el fuego que queme los colores y la ironía de su efímera existencia.
Las bandas de música ultiman sus ensayos para la Semana Santa. Los nazarenos sacan sus capirotes, los penitentes sus cadenas y las camareras de cofradía, preparan sus vírgenes y sus cristos para lucirlos en procesión.
Huele a incienso, a cera derretida y a flores de paso. Los cantantes afinan sus voces para lanzar sus saetas a las imágenes de procesión. Los pasos rozarán los balcones de estrechas calles andaluzas y reflejarán su sombra en las viejas murallas de un alcázar o de una semi-derruida fortificación de antaño.
Los gorriones revolotean en sus paradas de amor y buscan briznas de hierba para sus nidos de crianza. Las camelias dan color al norte de España, que se despereza a la vida con mayor lentitud.
Los más precoces frutales ofrecen ya el color de sus flores, promesas de sabor, a resultas de tardíos vientos de invierno.
Una vez más, las avispas, anidan en mi buzón , compitiendo con cartas de amor que ya no llegan, no por miedo, sino por la competencia electrónica.
Los árboles se visten lentamente d clorofila, prometiendo sombras de belleza.
Las ranas y los sapos, hacen collares de perlas, con sus futuros renacuajos.
Los pies me piden marcha entre senderos del monte. Los pulmones quieren aires de oxígeno y perfumes de campo. Mi viejo corazón, sueña latir con fuerza la alegría de vivir.
Es primavera, a pesar los mangurrinos de la política, los programas del coñeo del corazón y los charlatanes del penalti.
Es hora de beberse la primavera, de apurar los tiempos que se van, de compartir el privilegio de la vida y de amar intensamente.
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