La primavera ha traído un negro acontecimiento. Un ser querido, se ha ido para siempre. Se llamaba Margarita, me quería como un hijo y tenía mi devoción y cariño.
Su corazón ha latido durante 94 años, aunque su cabeza ya hacía tiempo que había muerto para el conocimiento y los sentimientos.
Era una mujer buena, generosa, amable y dulce, que emigró en su juventud a México para volver ya abuela a la tierra que le vio nacer.
Su delicado corazón, lo tenía dividido entre España y México, añorando siempre el país que estaba lejano. Un penoso mal de amores de difícil remedio, habiendo por medio un océano inmenso.
Desde hoy, sus cenizas descansan para siempre en Prio, su pueblo natal, entre Cantabria y Asturias; en la ruta que lleva a los Picos de Europa. Junto a ella, descansa también Juan, su marido, que años antes, la había precedido en el camino sin retorno.
Juan y Margarita, ya solo son polvo que han vuelto a la tierra, pero su recuerdo perdurarán mientras los que les conocimos y amamos, tengamos un hálito de aliento
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