Aún tengo la espalda erguida, mi cara mira al horizonte, tengo un estómago capaz de digerir adoquines y duermo como un tronco.
Estoy fuerte, a pesar de estar afectado de una enfermedad crónica incurable, llamada vejez.
Viajo, como, duermo, disfruto de la vida, me rige la cabeza, ... en definitiva, soy un afortunado que goza de salud; un estado fisiológico que... no augura nada bueno.
Estoy rodeado de gente joven. No me noto los órganos, signo inequívoco de que no se quejan y no me miro al espejo, para no constatar la evidencia. Por ello, me siento con menos hojas de calendario de las ya arrancadas de muchos almanaques.
Los viajes me cansan, pero me rejuvenecen. He aprendido lo básico de internet, para no ser un analfabeto funcional y he sido capaz, hasta de hacer la declaración de la renta yo solo. Me siento pues, reconfortado en mi autoestima.
Pero siempre hay alguien que te canta las verdades del barquero y al igual que ocurre en el cuento del "Rey desnudo", un alma inocente, me ha señalado diciendo, metafóricamente, que estoy desnudo.
Navegaba por internet, buscando un vuelo económico, de esos que resultan más baratos que el aparcamiento del coche en el aeropuerto. Buscaba y naufragaba continuamente.
Cuando creía que había encontrado algo interesante, las menudencias colaterales, me volvían a la cruda realidad: tasas de aeropuerto, precio de la facturación de la maleta, sobrecoste por pagar con cierta tarjeta electrónica, viaje de regreso mucho más elevado,...
Harto de estar harto y sin lograr mi objetivo, recurrí a una agencia de viajes.
Una joven y femenina sonrisa, me resultó mucho más agradable que la pantalla del ordenador. Buscó, rebuscó y finalmente, sacó de la chistera un vuelo, que no era caro ni barato, sino todo lo contrario, por lo que regresé dubitativo a casa.
Recurrí entonces a uno de mis hijos, quien al saber lo que había hecho, me dijo que "A las agencias de viaje, solo van los viejos"
Yo creía, que ser un viejo era ser un desdentado, tener hiperplasia de próstata, sufrir problemas de visión o de audición, padecer diabetes, ser un hiper (de colesterol y tensión), portar marcapasos y viajar con el INSERSO.
Pero no, era un viejo, porque recurría a una agencia de viajes.
Aguanté la tarascada en silencio, al tiempo que mi hijo, navegaba por las aguas procelosas de internet y conseguía unos vuelos de precio asequible.
Contento por el resultado, no le tuve en cuenta el segundo comentario. Por lo visto, era también viejo, por viajar con maleta, lo que encareció el presupuesto.
Al parecer, ser joven, habría significado viajar 10 días con un troller, es decir, con una muda, el cepillo de dientes, un peine y una caja de aspirinas.
Decididamente, me encanta ser un viejo y tener cosas de viejos.
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