Uno ya está muy trabajado. Aquel bebé que se abría a la vida en el siglo pasado, pero que muy pasado, ha recorrido ya mucho trecho del largo camino.
Ha visto muchos paisajes, abrazado mucho paisanaje, pisado muchas alfombras y muchos charcos.
Mi piel ha sufrido muchas moscas, muchos mosquitos, algunas sanguijuelas y varias avispas.
Roces, cortes, pinchazos, golpes y quemaduras, han dejado huellas en mi geografía personal, imprimiendo carácter y personalidad.
Conozco la sangre de una pedrada, de la impericia de un afeitado, del revolcón de una vaca brava, o de las mordeduras de perros o de ratones de laboratorio, del arañazo de un gato o incluso, del garfio de una aviesa niña en mi edad infantil.
Hasta la varicela, dejó la marca de su visita hace ya tantos años. Salvo pequeñas cirugías menores, mi cuerpo era ajeno al bisturí de hospital.
Algún día tenía que ser y ese día llegó. Hace poco, un diestro cirujano, me practicó con éxito una laparoscopia. Ello me ha supuesto 4 cicatrices nuevas, teniendo una de ellas, por su tamaño, ubicación y retracción, un segundo ombligo. De ahí el título del artículo.
De tal suerte, que asemejo un poco, uno de esos botijos de múltiples agujeros, con el que algún incauto se moja al beber.
Las inevitables cicatrices, no son más que signos de haber vivido la vida, de haber crecido al sol y al aire y de haber arriesgado el físico en la aventura de la felicidad.
Es lo que tiene haber disfrutado corriendo tras una pelota, surcando el mar, adentrándose en una foresta, subiéndose a un árbol, midiendo las fuerzas con otros niños, jugando a piola, bailando trompos, jugando a las canicas, buceando entre rocas, haciendo bricolaje, transportando muebles o montando en bicicleta.
Las cicatrices, no son sólo, signos de sufrimiento pasajero; son también "condecoraciones" del camino, por arriesgarse a vivir, libre e intensamente, antes, de que el destino, y vuelvo a referirme al título del artículo, marque el fin del fin con derecho a marmolillo y "los tuyos no te olvidan"
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