La enorme explosión de colores, ha impregnado mis retinas de alegría; los rebujitos, las lágrimas de pescaito, el adobo, los gazpachos, los salmorejos y las puntillitas, han satisfecho mis ansias de sabores andaluces; el sonido de los carruajes, los cascos de los caballos contra el adoquinado, las risas y las sevillanas, aún me resuenan en los tímpanos y en el alma.
Me despedí de la feria y salí de Sevilla por 48 horas de paz, azul y salitre. La ciudad pareció enfadarse conmigo y se despidió con un gran diluvio. A medida que avanzaba hacia el mar de Huelva, el cielo dejó de llorar y tras secarse, me ofreció su celeste alegría entre borreguitos blancos.
La noche me regaló un gazpacho, cazón, coquinas y acedías. No quise comer latiguillos, por no ser de mi agrado, aunque unas cabrillas, me habrían hecho feliz.
Dormí la negritud de la noche, en una casa blanca, llena de detalles marineros, refinamiento y paz.
El amanecer me ofreció un cielo limpio, un mar azul y una línea de horizonte, nítida y hermosa. Ningún barco quebraba su inmensidad.
Sentí paz y comí en el silencio, unas tostadas con aceite y azúcar y a lo sevillano, disfrutando el sabor de infancia con enorme placer.
Un zumito de vaca, descendió por mi agradecido gaznate y lo sentí en mi estomago.
La satisfacción del colmado desayuno, remató mi sensación de bienestar y encare el domingo como un regalo de vida.
Entiendo que la felicidad, es un estado de ánimo, confluencia de salud, bienestar, autoestima, paz interior y buenos sentimientos.
Puedo pues afirmar, que tengo una felicidad razonable y que disfruto lo que la vida me ofrece, a pequeños sorbos, como se liba el agua en el tórrido desierto.
Me alegra la luz y la lluvia; la brisa en la cara y la tempestad indómita, así como cualquier manifestación de vida. Es cuestión de encarar en positivo el destino día a día, confiando en el final de cada camino abierto.
Y hoy, el camino es una cara amiga por la orilla del mar, es el ambiente de un mercado marinero y es el regreso a mi pasado, por tierras portuguesas.
Isla Antilla, me ofreció una realidad muy alejada de mis recuerdos. Los arenales de entonces, son ahora preciosas urbanizaciones bien planificadas, que ofrecen un ambiente agradable y casi familiar.
Mis recuerdos de la Hispanidad, Villarreal de Santo Antonio, olor a café, meninos en las ruas y un lenguaje dulce y armonioso, como los fados de su melancolía, asaltaron mi corazón al pisar tierra portuguesa.
Eran días de barcazas, atravesando el Guadiana, de espuma marina y medusas flotando con sus transparencias de colores, subyugando la mirada infantil, bebiendo el paisaje y el paisanaje, para la memoria del futuro.
Villarreal no me defraudó. La emoción me embargó cuando vi el embarcadero por donde accedía de niño a la población. Vi la iglesia donde una vez, prohibieron la entrada a mi madre porque no llevaba puesto un velo en la cabeza y casi se me saltaron las lágrimas, cuando vi donde en mi niñez, comprábamos 2 kg de café por persona, para avituallar la despensa de casa con aquel tesoro tan escaso en la España de posguerra.
De vuelta a Sevilla. oigo el silencio, en mi vieja ciudad, cuando ya la feria del 16 apagó sus luces.
Estoy feliz por el don de la vida, mientras un modesto gorrión, me observa con curiosidad
ISLANTILLA
Puente sobre el Guadiana, que
une España con Portugal
VILLA REAL DE SANTO ANTONIO
PORTUGAL
El comercio donde comprábamos
el café hace mas de 50 años
Ayuntamiento
Edificio de aduanas junto al embarcadero
Hace medio siglo, un cartel daba la bienvenida en portugués,
francés e inglés, pero no en español, siendo frontera con España
Calçela Velha
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