viernes, 26 de agosto de 2016

Amanece

Apenas he dormido. Las ranas han cantado la noche cuando se iba huyendo del sol que anunciaba su llegada. Los pájaros, dormidos entre las hojas de mi jardín, aún no llenan de trinos el aire.

Tengo sueño y sin embargo, velo la madrugada. Mis hijos y mis nietos de Suiza, emprenden su vuelta a Ginebra, para quedar, ayuno de cariños de juventud e infancia.

Tomo un "zumito de vaca", leche con sabor a leche, con abundante nata sobrenadando en superficie; placer de pueblo, sencillo, sabroso y con su dosis de colesterol. Unas galletas, besan mi estomago mientras mi cuerpo se pone a punto para los afanes del día.

Un corte de pelo tempranero, una siega de césped postrimera, un sudor de laboro, una ducha revitalizadora, un gazpacho de andaluz recuerdo y sabor de juventud, una siesta de sofá y sin pijama, un té con leche, otro con limón y un " qué hago esta tarde de sábado", entre pensamientos de vida y sueños de mi limitado futuro.

Es el diario vivir, sin reglas que coharten mi libertad sin afectar las libertades ajenas. Es el ver girar las agujas de mis relojes y oír sus tics tacs y sus campanadas de medias y horas. Es el disfrutar de lo que ofrezcan las horas que pasan, disfrutando del privilegio de la respiración y los latidos del corazón.

Vivir es el objetivo de mi existencia. La felicidad es el fin perseguido en mi fugaz paso por el mundo. El amor, en forma de familia y amigos, es la gasolina que me permite caminar y la autoestima, el agua que evita el desierto en mi alma.

Se van los hijos. El jardín ofrece la humedad de la noche y se marchan al oro y al sudor del trabajo, los hijos que son el norte de mi vida.

Amanece, que no es poco.

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