Tras la emoción del Teide, en su altura, en su lunática belleza y en el agreste pisar, quise darme un baño de paisaje de agua y alegría.
Un copioso y variado desayuno, me dio la gasolina corporal para el camino. Me sentía feliz con mi ración de colesterol, las tortitas con mermeladas, la dosis de teína y mis zumos tropicales.
Enfilé mi limitado coche de alquiler hacia Santa Cruz de Tenerife, la capital de la isla. Mi primera mirada fue para el auditorio de Calatrava, un edificio blanco y singular, que da a la ciudad un toque de moderna belleza.
El paseo marítimo, estaba jalonado de numerosos ficus enanos, llamados así por ser de hoja pequeña, pero que en realidad, son árboles enormes, de retorcidas raíces superficiales que les confieren un aspecto fantasmagórico. Crotones e hibiscos daban alegría de color por doquier y me hicieron muy placentero el paseo, evitando el sol de justicia bajo la sombreada arboleda.
Comí en la plaza de San Francisco, bajo un inmenso ficus de raíces colgantes. Unas berenjenas con miel caramelizada, unos calamares fritos y otra dosis de teína, contribuyeron nuevamente a mi terrenal felicidad.
Di un paseo por las viejas calles de la ciudad. El sol caía malévolo, mientras guardaba mi cerebro bajo mi preciado sombrero de Panamá Gamboa. Los enormes cruceros daban un toque festivo a un puerto con mucho tráfico de mercancías, al estar enclavado en las ruta marítima africana.
A lo lejos, en la sequedad del paisaje de tierra, un pueblo multicolor, parece dormir la siesta colgado en la montaña. No sabía aún, que el rsto del día, transcurriría en paisajes similares.
La volcánica isla, tenía playas con una sinfonía de arenas negras, que besaban amorosas, la espuma blanca del oleaje atlántico. Numerosas sombrillas, de toda la gama de colores, alegraban el litoral, mientras una multitud chapoteaba el agua salada por doquier.
Visité la playa de Las Teresitas. Su arena es rubia, como la de mis playas de Cantabria, pues los volcanes no la tiñeron de negro con sus lágrimas de fuego. Es una playa muy hermosa, protegida por una barrera de rocas y es encantadora, coqueta y familiar.
Un curioso cementerio con vistas al mar, bordeaba la misma playa. Tomé una muestra para la colección de arenas del mundo y salí como pude, del caos de coches de los bañistas.
Si el paisaje era precioso, mucho más hermoso fue verlo desde la alta lejanía de sus acantilados, como el lector podrá comprobar.
En un acantilado, una antigua batería militar, lucía grafittis dando un toque de color a una ruina del pasado. Desde aquel otero, se divisaba una reseca ladera de la que colgaba otro nuevo cementerio de impresionantes vistas al mar.
La isla es un cono volcánico y lo normal, es que casi todas las construcciones descansen en sus pendientes, con el obligado privilegio de ver el mar hasta que la vista se pierde a lo lejos, en la línea de los sueños. Un horizonte, húmedo, hermoso, de líneas a veces nítidas, otras difusas por acción de la calima y en muchas ocasiones, rota por las siluetas de barcos de carga, trasatlánticos, pesqueros y preciosas embarcaciones de recreo.
Me dirigí a la playa de Las Gaviotas. El camino era imposible y pensé que nunca vería una carretera tan empinada como esa, pero pronto supe que me equivocaba. Era como conducir en caída libre, sorteando curvas cerradas, cientos de coches y carteles de peligro de desprendimientos.
Por todas partes, las laderas de la isla, están enmalladas, para evitar el desprendimiento de roca de lava, inestable y peligrosa.
Conseguí el milagro de llegar y aún otro más difícil, el de aparcar. La angosta y pequeña playa, tenía una de las arenas más bonita que jamás había visto. Era negra como el carbón, con partículas brillantes y muy fina. La cogí entre mis manos y la dejé caer para disfrutar de su color y su textura, como lo haría un buscador de oro, con su soñado polvo amarillo.
Tan contento estaba, que descuidé mis restos de "macho alfa" venido a menos por el inexorable paso del tiempo. Solo vi olas y arena, sin percibir que estaba en una playa nudista, como luego leí en uno de los folletos turísticos de la isla.
Me sonreí entonces, al recordar los tiempos heroicos del macho ibérico, cuando los primeros bikinis de la Costa del Sol, atraían excursiones de españolitos del interior, ávidos de paisaje de piel de guiri de los años 60 del pasado siglo.
El coche de alquiler, tuvo que "meter riñones" para ascender nuevamente a la carretera de procedencia. Me dirigí entonces hacia Taganaga, un pueblo perdido allá entre profundos barrancos, casi intransitables, no sin miedo de no poder salir. Y así fue. Tuve que dar la vuelta, como pude en una estrecha carretera y desandar la ruta, casi siempre en segunda y muchas veces, en primera. El coche olía a quemado, pero no tenía más alternativa que salir de aquella situación.
Visité Almácija, un pueblecito costero, aislado, sin médico, ni farmacia y con una escuela ya abandonada, donde veinte años antes, un cuñado había tenido su destino docente. Era hermoso, con un paisaje valiente, besado por un mar bravío del que surgías islotes puntiagudos solo visitables por las gaviotas.
De vuelta a la "civilización", pasé por la playa del Roque de las Bodegas. Era de negra arena, aunque no tan bonita como la de Las Gaviotas. Tomé la muestra de para mi colección y dirigí el coche hacia el sur de la isla.
Cansado, con el sol huido por el oeste y tenso por la dificultad del transitar del día, llegué finalmente al placer de mi hotel. La reparadora cena, calmó mis ansias y me entregué luego al descanso de la noche.
Mientras me abandonaba al sueño, repasé la intensa jornada. Árboles, flores, acantilados, mar, playas rubias y negras, palmerales, chumberas, pitas, barrancos, ... toda una panoplia de emociones, con un denominador común, los colores de una isla afortunada. De ahí el título de mi artículo
El hotel luciendo las banderas de las nacionalidades de sus clientes
Hibiscos, lantanas, crotones, flores del paraíso ... los colores de la felicidad
Ficus enanos en el paseo marítimo de Santa Cruz de Tenerife
La ciudad está jalonada de numerosos árboles
Ficus enanos en la plaza de san Francisco. Bajo uno de ellos, comí
Más árboles Flamboyant, tan típicos del continente africano
Típico mirador de la arquitectura canaria
El auditorio, diseñado por Calatrava
Una lección para todos, en estos momentos de duda y
de "vuelo bajo político"
Pasó delante de mí. Se bamboleaba en cada paso, marcando curvas y atrayendo los machos de la calle. Imaginé la escena, preparé la cámara y cacé la previsible escena
Cementerio junto a la playa de Las Teresitas
Allá abajo....está la playa Las Gaviotas
En la parte de arriba, otro cementerio, con sus
cipreses y su eterna mirada al mar
Ruínas de antigua batería de cañones
hoy, nido de colores
"Pueblo mío, tendido en la colina...."
Desfile de pitas
Los dragos, son seña de identidad del paisaje canario
Carretera cortada, curvas, pendientes del 20% y desprendimientos
¿Que no pase de 20 Km por hora?
¡Si el coche no llega!
La vieja escuela de mi cuñado
Paisaje desde la escuela
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