lunes, 1 de agosto de 2016

Cartas de amor 6. Morgana

Querida Morgana,

Eras hija de la tragedia. Tus padres murieron bajo un obús asesino durante el asedio de Madrid.

Creciste en un hospicio escaso de ternura y abrazos.Tu familia eran otros hijos sin padres y os apoyabais juntos para suplir la carencia afectiva. A veces, algún hermano de vida y pena, salía del orfanato con una maleta llena de miedo y angustia, sin conocer cómo sería su hogar de destino.

Tú llorabas al verlos partir, pero también soñabas una familia, un hogar de sopas calientes, una cama blanda y sobre todo, de muchos besos y abrazos que llenaran el vacío de tu alma.

Cuando dabas por perdida la esperanza, te adoptó la viuda de un miliciano muerto en la batalla del Ebro. Estaba necesitada también de recibir y dar amor verdadero. Aquellos años, fueron felices para ti, hasta que de nuevo, ironías del destino, quedaste sola porque su cansado corazón, se negó a latir por más tiempo.

Sola de nuevo, pero ya eras una mujer, tenías una casa y un medio para ganarte el pan. Tu alma sin embargo, estaba encallecida de tanto sufrimiento. La vida te hizo dura, algo resentida y desconfiada, pues no faltó quien quiso libar las mieles de tu amor, sin entregarte de verdad sus sentimientos.

Aquélla tarde de verano, mi corazón se aceleró al verte, cuando paseabas por la desaparecida alameda de Reina Victoria, cerca de Cuatro Caminos. Muchas veces desde entonces, te busqué entre la multitud, para admirar no sólo tu figura, sino la cadencia de tus pasos y el elegante movimiento de tus caderas.

A veces, veía al Maestro Rodrigo, paseando su ceguera por la alameda y quien sabe, si tatareando las notas de su famoso " Concierto de Aranjuez"

Ya en casa, ensayaba la forma de abordarte, pero no sabía qué decir ni tenía valor para acercarme a ti.

Sentí pavor cuando te vi venir hacia mi y me preguntaste decidida porqué te seguía. Balbuceé sin decir palabra, compré una flor a una florista ambulante y te ofrecí el color y el aroma de una rosa con mis temblorosas manos.

Aceptaste mi flor, oliste su perfume, me sonreíste, secaste con tu bordado pañuelo la sangre que me produjo un pinchazo de la rosa y lo guardaste entre tus senos. Temblaba de emoción cuando me invitaste a pasear tu lado.

Supiste que yo también era hijo de la guerra y que lloraba mi triste soledad. Desde aquél día, ambos iniciamos un amor maravilloso y pleno de felicidad.

Pasaron los años, la alameda de nuestros amores desapareció y una septicemia te robó de mi vida para siempre. Ya no puedo estar a tu lado, ni evocar tu compañía por aquél paseo arbolado.

Amor mío, aún me tiembla la voz cada vez que visito tu tumba en la Almudena. Todos los meses, te llevo una rosa, clavo una espina en un dedo y dejo en tu lápida una gota de roja sangre de amor. Luego, beso tu pañuelo bordado y marcho compungido en mi soledad.

Mi vida sin ti no tiene sentido y ardo en deseos de reunirme contigo, para siempre.

Con todo mi amor,
Diego





No hay comentarios:

Publicar un comentario