Volví al hotel en la "gua gua", en un largo retornar. El autobús iba atestado de juventud francesa, con visos de viaje de liceo y cuando se bajaron aquellos jóvenes, pareció que retornaba el oxígeno al vehículo.
Recorrí el paseo costero de la zona. El lugar era hermoso, idílico y estaba pleno de guiris. El caso del sol, se llevó los alemanes a la cama y los pocos españoles del lugar, oíamos el rumor de las olas, veíamos en baile de las palmeras al son de la brisa y olíamos las perfumadas "damas de noche" que abrían sus minúsculas flores a la negrura del cielo.
De regreso, bebí un mojito que me supo a gloria y más tarde, subí a la habitación, para ver la cosecha de medallas de nuestra España olímpica.
Fue mi último amanecer en la isla. La brisa refrescó mi piel y estremeció mis sentimientos. Mi alma voló al paisaje del infinito y vi nuevamente, un paracaídas rompiendo la línea de los sueños.
Llené mi estómago y con las chanclas en los pies, repetí de amanecer, el mismo paseo del anochecer. Esta vez, llevaba la cámara como fusil, dispuesto a cazar las últimas imágenes de la isla.
Posé junto a una tortuga gigante, un cocodrilo y un varano,... de plástico y pensé que las fotos eran preludio de mi próximo viaje, con rugidos, dientes y garras de verdad, en sinfonías de vida y muerte, por la sabana del Serenguetti y el cráter del Ngorongoro.
Un monumento al "Socorrista", me hizo pensar en el fino hilo del que pende la vida y la tragedia y las preciosas y bien dispuestas casetas de baño, me atrajo nuevamente a la belleza de la isla.
Volví al hotel, hice la maleta y fui a despedirme de la piscina "infinity", de agua salada. Sentí bienestar y satisfacción por la experiencia acumulada. Estaba convencido de que España es un maravilloso país, al que vienen cada año 70 millones de turistas, por su clima, su paisaje, su gastronomía, su cultura y la calidez de sus gentes. Es cierto que hay otros paisajes maravillosos, pero no ofrecen nuestros atractivos turísticos, la seguridad sanitaria, ciudadana y jurídica de nuestra nación.
Tai chi al amanecer, flores, palmeras, belleza por doquier, sonrisas a raudales, sol y alegría de vivir. Esto es España y por supuesto, esto es lo que ofrece una isla afortunada llamada Tenerife.
Vuelvo al norte de España y cambio de nuevo las palmeras por los bosques caducifolios de Cantabria para seguir disfrutando de mi paisaje habitual
Retornaré a este archipiélago, tal vez, para visitar El Hierro, Lanzarote, La Palma o La Gomera. Volveré a impregnarme de sol, alegría y colores, pero mi siguiente destino, será más dramático y salvaje.
La vida es hermosa y hay que beber cada gota de felicidad que nos ofrece, que en parte, nos es sobrevenida por nuestra propia actitud y autoestima. Apuremos pues la oportunidad de disfrutar de nuestro paraíso personal, porque la vida se va inexorablemente en cada tic tac..
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