Querida Beatriz,
Nuestros abuelos llegaron a Reina Victoria, recién acabada la sangrienta guerra. La fachada de nuestro bloque de viviendas, tenía aún las cicatrices de la contienda, pero la alegría de la paz, pronto borró las imágenes del dolor.
Ambos nacimos en las casas de nuestros abuelos, como era la costumbre de los tiempos. Luego, mis padres me llevaron a la luz de Sevilla, donde me crié en el calor y la alegría de una tierra bendita por la fortuna.
Tú seguiste en los aires de Madrid, por la alameda de nuestra avenida, paseando de niña a mujer, mientras la vida te prometió los sueños de almohada.
Ya no te conocía; el tiempo nos llevó por historias diferentes y eran muchos años de senderos recorridos en la distancia.
Una tarde de frío, coincidimos en el viejo ascensor de nuestros abuelos. Habían subido durante años, los afanes de nuestras vidas y oído tal vez, muchas ilusiones de futuro.
Posiblemente, habríamos coincidido en aquél viejo elevador, en nuestros mundos infantiles, pero no fue hasta aquél día, en la plenitud de nuestra ascendente juventud, cuando nos miramos fijamente a los ojos.
Cuando llegué a casa, sometí a mi abuela y a mi tía, a un interesado interrogatorio. Quería saberlo todo sobre ti y en poco tiempo, me pareció conocerte como si no me hubiera ido al sur.
La escalera fue testigo de coincidencias no casuales, de miradas furtivas y de sonrisas expectantes e intrigadas. Me preguntaba si podías ser candidata a compartir el camino bajo las estrellas, hacia un mundo de colores en el amanecer de cada día.
Eras un sueño rubio de grácil figura, sonrisa fácil y penetrante mirada y yo solo tenía ojos para mirarte.
Sin embargo, el destino había escrito ya tu historia y no volveríamos a vernos.Tu futuro se truncó una noche aciaga. Quisiste huir de tus miedos o tal vez, deseaste tentar a la suerte que finalmente, te fue esquiva.
Tu precioso rostro estaba frío, cerúleo y tenía la mueca de la muerte. Habías entregado tu vida en una sobredosis de droga y ya nunca más, podría mirarte a los ojos.
Te fuiste joven y hermosa, dejando tras de ti, amargura, desolación y tristeza, en unos padres que ya nunca más, podrían reír el futuro.
Me sorprendió la noticia. No podía imaginarte en el submundo de la droga. Éramos muy diferentes y mi ilusión no pasó de aquél ascensor de nuestros abuelos.
Pasaron los años. Llené mi vida con familia, recorrí muchos paisajes y fui testigo de otros truncados caminos: desapariciones, accidentes de tráfico, corazones rotos, cánceres malditos,... y poco a poco subí la colina de la edad sabia y serena de los valores auténticos.
A veces, vienen a mi mente recuerdos del pasado y veo los rostros que antaño impresionaron mis retinas y encendieron luces en mi interior.
Esta tarde, te he evocado desde mi felicidad y me he preguntado como serías ahora, si tu vida hubiera sido más sosegada, sin prisas de vivir y más acorde con los valores que nuestros padres y abuelos, nos habían enseñado.
Hoy, en las brumas del norte, alejado de mi sur de juventud, rodeado de hijos y de nietos, te mando una flor de ternura, deseando que hayas vivido en el cielo, la juventud que perdiste aquella noche de invierno.
Con mi entrañable recuerdo,
Miguel
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