En mis años universitarios, los estudiantes llevábamos largas bufandas, que puestas, casi llegaban a la rodilla.
Eran signos de identidad de cada Facultad, pues llevaban los colores distintivos de cada carrera e incluso, su escudo.
No conservo la verde bufanda de mi Facultad de Veterinaria, pero guardo otras.
Una de ellas, es blanca y me la dio un tío mío, oficial de la Armada, que la había usado en el Juan Sebastián Elcano. Una reliquia para mí, ya con mi familiar fallecido y con la emoción de haber visitado aquel barco y haber jurado aquél día, la bandera española.
Poseo otra bufanda negra, muy preciada por mí. Cuando protege mi cuello, tengo sensaciones encontradas. Me produce recuerdos de empatía y bienestar, pero también tristeza de perdimientos (sentimientos perdidos), por temor e indecisión.
Las personas, no siempre gestionamos adecuadamente nuestra inteligencia emocional. Algunas veces, nos dejamos llevar por las pequeñas miserias, sin tener en cuenta, las sensibilidades de otros seres humanos, o causamos daños a terceros, simplemente, por torpeza.
La bufanda negra, no es un simple trozo de tejido. Es el el símbolo de lo que pudo ser y no fue; es parte de mi historia personal; una mezcla de dulzura y amargura; un camino cortado y un recuerdo clavado en mi alma, que me obliga a ser más generoso y más prudente.
Hay en mi armario más bufandas, pero solo la blanca y la negra, son las más importantes, pues están impregnadas de sentimientos y son parte de mi historia personal.
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