Fui el máximo responsable de la Seguridad Alimentaria de Cantabria durante 13 años. Dirigía un equipo técnico administrativo diseminado por toda la región, con un grupo de 14 personas en los servicios centrales.
En este último, éramos 13 mujeres y yo. Un auténtico gineceo, conformado así, no siempre por casualidad, en el que me sentía como un niño en la pastelería.
Una vez, recibí la visita de un alto cargo nacional y se sorprendió al ver tamaña concentración femenina, en las que se encontraban, casualmente, algunas de las funcionarias más bellas de la Consejería.
Me dijo que era un inconsciente y que mi Servicio sería una locura, cuando las hormonas entraran en colisión.
Mi admiración por las mujeres, no se limitaba exclusivamente a la belleza, la femineidad y la simpatía.
En contra de lo que muchos pensaban, creía que su capacidad de trabajo y su constancia, eran superiores a las nuestras y no me equivoqué.
Cada mañana, las veía al comenzar el trabajo y las visitaba a media jornada, en un pequeño descanso matinal, en el que intercambiaba bromas y afectos.
Una mañana, se colaron sonriendo en mi despacho, 5 de las compañeras. Me temí lo peor, hasta que me espetaron:
¡A que no adivinas cuál de nosotras está embarazada!
Las conocía muy bien y mi afición por el retrato fotográfico, me permitía captar sus emociones casi imperceptibles para los demás.
Las miré a los ojos fijamente e intuí que había dos embarazadas. Acerté la respuesta y poco más tarde, se confirmó el segundo embarazo.
Las decía en broma, que además de preparar los turnos de vacaciones y permisos, organizaran los calendarios de embarazo, pues no quería tener más de dos embarazadas a la vez.
Algunos viernes, al despedirme de ellas, solía decirles "portaos mal y os lo pasaréis bien", añadiendo que se precisaban nacimientos para mantener las pensiones.
Realmente, no era un jefe al uso. Me consideraba antes amigo que jefe o compañero. Las llevaba en mi corazón, para que ellas hicieran lo mismo.
Adivinaba cuando estaban disgustadas o preocupadas, me sabía los nombres y las habilidades de sus hijos e intuía, cuándo las hormonas las hacían torcer el gesto.
Además, las ayudaba a buscar una tata o un piso de alquiler, cubría sus ausencias por puntuales quehaceres maternos, fui testigo en un caso de divorcio, ayudé a vender una vivienda y siempre les tendí mi mano amiga.
Más de una vez, sentí sus abrazos y algún beso en la mejilla; incluso, guardé como una condecoración, una mancha de lágrimas con rimel en una cazadora de ante, por el llanto de una de ellas, al perder un ser querido.
Entre mis numerosos defectos, resalta una gran cualidad:
"Saber escoger las personas adecuadas para formar equipo".
No siempre fue así. Dos de ellas, parecieron conjurarse para odiarse mutuamente hasta que la jubilación las separara.
Fue una pesada losa, que asumí durante muchos años, como la
"Carga del cargo"
Salvo una "garbanza negra", que a veces inoculaba amargura en vena, nunca tuve problemas en el gineceo y me sentí feliz en él.
Recuerdo que alguna envidiosa, había bautizado, el "corazón intelectual" de mi servicio, como la
"Sala de pócimas"
He pasado página en el caso de los personajes díscolos, que los hubo, perdonando los "momentos grises", pues solo deseo ver los colores del futuro.
Ya jubilado, visito a mis antiguas compañeras mensualmente o a la vuelta de cada uno de mis largos viajes. Siempre encuentro en ellas, una sonrisa, una cara amable y un abrazo sincero.
Ocupan un lugar en mis sentimientos y en mi pequeña historia personal. Por ello, las he incluido en
"Mi mundo entre mujeres"
Dedicado a las Martas, las Beatrices, y las Maria- Josés y a Susana, Mercedes, Luisa, Adela, Eva, Concha, Daniella y a cuantas me ofrecieron su sonrisa, su respeto y porqué no decirlo: su paciencia.
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