viernes, 1 de enero de 2016

Mi mundo entre mujeres. Capítulo 5. Abrazos guiris

Al pasear por España, especialmente, por la costa o por poblaciones con encanto, te encuentras, indefectiblemente, con los guiris.

Los guiris son patas blancas con pantalones cortos, camisa alegre y sandalias, hablando extranjero.

Suelen tener la piel de color cangrejo cocido, tras el primer espatarre al sol Mediterráneo. Se pinflan de cerveza y jamón y visitan tablaos flamencos.

En mi sevillana juventud, les veía comer naranjas de los árboles de la ciudad y guiñar desagradablemente sorprendidos, ante su inesperado y agrio sabor.

No olvido visiones de la época, comiendo aceitunas en el café, dejándose embaucar por la buenaventura de una gitana o portando un sombrero de ala ancha rojo tomate, con un ramillete de jazmines en el pelo.

Hoy, los incautos guiris del ayer, hijos de la Gran Bretaña, teutones centroeuropeos, blancurris de la nórdica nieve o tulipanes de las tierras bajas, son expertos conocedores de nuestro país, no se dejan embaucar fácilmente e incluso, votan en nuestros comicios locales.

Sueltan palabras en español, sin llegar a conocer la diferencia entre el ser y el estar o te sueltan un "preferisco jamón ibérico de bellota" e incluso, se han habituado a tomar caracoles, saben comer a cuchara una buena fabada y mojar pan en el aceite de las gambas al ajillo.

El guiri  moderno cuando se jubila, no es que nos visite, es que vive permanente en España, participa de nuestra ancestral forma de vida y tan solo vuelve a su frío origen, de visita familiar o cuando su viejo pellejo, busca su bruma natal antes de espicharla.

No crea el lector, que me he olvidado de los asiáticos que vienen a nuestro país, en interminables colas de 5 en fondo, con cara aplastada y sonrisa amarilla. Ellos, son otro espécimen de importación, del que algún día escribiré.

A mí, lo que me genera sonrisa y ternura, es el "guiri nórdico", aunque, por mor de la globalización, esté allende los mares.

Tengo adoptados mis propios guiris. Anglosajones ellos, son norteamericanos o australianos y comparten mi amistad y sentimientos, desde hace un cuarto de siglo, a pesar de la barrera del idioma y de nuestras diferencias culturales.

Los Garvey de Michigan en Estados Unidos y los Dale de Nueva Gales del Sur, en Australia, son mis lejanos y queridos guiris de piel pecosa y ojos azules. Son familias completas de buena gente, hermoso comportar y generosa actitud.

Pero en esta colección de artículos, denominada "Mi mundo entre mujeres", debo destacar expresamente, dos mujeres excepcionales que son el alma de su familia y mis ángeles guiris en sus tierras extrañas.

                                                           Elizabeth Garvey.

De origen británico, tras varias generaciones canadienses, la saga Garvey, se instaló en Michigan, junto a los grandes lagos. Casada y divorciada de un norteamericano de origen irlandés, mantuvo su carácter single, por sus profundas convicciones cristianas.
                               
                                 

Una gran mujer, que ha transmitido a sus hijos y nietos, su amor por la vida, su compromiso con la fe y el respeto por otras culturas del mundo.

Antes de jubilarse, fue profesora en una cárcel de jóvenes delincuentes, Tuve ocasión de visitar con ella la prisión y hablar personalmente con sus alumnos: violadores, traficantes de drogas, amigos de lo ajeno e incluso algún homicidas.

Cada año, mi amiga Elizabeth, se desplaza a Guatemala, donde hace labor de voluntariado religioso en una aldea de nativos hijos de un dios menor. 

Valoro su generosidad, su compromiso, su vida coherente, su contagiosa alegría de vivir y lo que es muy importante para mí: ser un ejemplo en el que mirarme, para olvidarme de las pequeñas miserias humanas y elevarme como persona, al éter de la felicidad aunque implique un sacrificio personal.

                                                                 Kate Dale

Nacida inglesa, pero con sangre vikinga, se trasladó bien joven a Canadá, donde unió su vida a otro inglés, Wilson Dale, con quien tuvo tres hijos, Catie Mathew y Jennifer, tres pequeños guiris pelirrojos de piel nacarada y cuerpo pecoso.

                                               

Con doble nacionalidad, británica y canadiense, decidieron huir del frío invierno del blanco norte. Hicieron el petate y persiguieron el sol.

No miraron a España. Su horizonte era más lejano. Aterrizaron en Australia, con sus casi 3 bebés, y recorrieron la costa este, entre Sydney y Brisbane, buscando un buen sol, un gran paisaje y un alegre futuro tropical.

Cosmopolitas, solidarios, acogedores, con una nueva ciudadanía en su pasaporte, se hicieron ciudadanos del mundo.

Anglicana de nacimiento y profundamente liberal en su ADN, no es una religiosa practicante al uso, pero es consecuente con sus valores.

Adora la juventud, embeberse en otras culturas y aprender nuevos idiomas. Ejerce el voluntariado, llevando comida a las casas de ancianos impedidos, conecta con las personas en la calle y transmite alegría, sensibilidad y ganas de vivir.

Recientemente, me ha acogido en su casa de Koffs Harbour, en NSW, durante 5 semanas, donde he disfrutado de su hospitalidad, cariño y amistad. 

Elizabeth y Kate, son las dos referencias guiris de mi vida. Dos grandes mujeres, que me han distinguido con su amor y amistad.

He recibido de ellas, abrazos nobles, contundentes y hermosos, reservados exclusivamente a personas de sinceros sentimientos. Y me siento enormemente feliz por ello. 


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