Si mi madre viviera, tendría hoy 91 años. Los mismos que tiene actualmente, Margarita, una anciana con la cabeza ya perdida y un corazón tan cansado como hermoso.
Española de origen, pasó la mitad de su vida en Méjico, país por el que siempre sintió amor y agradecimiento, pues allí vivió sus mejores años.
Juan y Margarita, tuvieron allá dos hijas, que a su vez, les dieron 2 nietos mejicanos y otros tres españoles.
Tuve la suerte y el privilegio, de tenerla como vecina en Santander. Me quiso como el hijo varón que nunca tuvo y "adoptó " a mi hijo menor, como un nieto más.
Cada día, compartíamos al menos una vuelta de reloj y nos dábamos todo el cariño posible. Ella y su marido, me contaban historias de la Guerra Civil, la vida de los refugiados españoles en el exilio mejicano, la añoranza de España, y muchas anécdotas de aquella tierra.
Gracias a ellos, conocí bastantes mejicanos que cruzaron el Atlántico solo para verles. Aquejados del corazón, tanto Juan como Margarita, ninguno de los dos podía arriesgarse a viajar a Méjico DF., dada la altura de aquella ciudad.
Juan murió hace años, tras compartir con mi padre, largos paseos de viejos con mucha historia vivida. En su tumba, yace junto a la bandera republicana que tanto amó.
Poco después, le siguió mi padre al que le emocionaba la rojigualda.
De ellos, solo Margarita sigue con vida, aunque lamentablemente, no sé de cuenta de ello. Ver a Juan y a mi padre juntos, era una preciosa imagen de reconciliación de las dos españas.
Este artículo, tal vez no tenga interés periodístico para los lectores, pero mi mente y mi corazón, no podían olvidar esta pequeña gran mujer, cuya bondad, amor y cariño, sembró parte de mi vida.
Porque las mujeres de mi vida, no son siempre jóvenes y hermosas. Muchas de ellas, han sido sobretodo, corazones de oro, imposibles de olvidar.
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