Hay mujeres que dejan huella y una de ellas, es mi amiga Marie Claude.
La conocí en enero de 1973, cuando fui a trabajar a Nouadhibou, la capital económica del Republica Islamica de Mauritania.
Tenía 26 años, debía vivir solo, en un extraño país, sin familia, sin radio, internet ni televisión. Tan solo tenía mi trabajo en una industria pesquera, una limitada colonia de europeos, mayoritariamente francesa, el gran desierto del Sahara y el inmenso Atlántico.
Fue mi primera experiencia africana y mi debut como profesional. Tras un periodo de conocimiento y adaptación al medio, empecé a notar la soledad del corredor de fondo.
Mis contactos familiares, se limitaban a cartas a la vieja usanza de la época, que iban o venían en pequeños aviones, que no siempre podían aterrizar, pues había largas semanas con grandes temporales de arena.
Buscaba puntas de flechas de silex, en la arena del desierto y recuperaba objetos náuticos de antiguos barcos semi- hundidos en la costa cercana.
Hubo un momento de tristeza que fue detectado por Marie Claude. Era una compañera de trabajo, de origen normando, pero nacida en Toulouse, por haberse afincado allá su familia, a causa de la Segunda Guerra Mundial.
Estaba casada con Serge, un francés de origen ruso, al que ya dediqué mi artículo, "El cosaco del sur".
Serge, Marie Claude y su hija Valerie, serían desde aquel momento, mi familia. Juntos, recorrimos parte del desierto de Mauritania y del Sáhara Occidental, cazamos gacelas vivas, pasamos largas veladas, fuimos a la playa, pescamos, jugamos al ajedrez y vivimos.
Fueron felices tiempos de juventud y aventura, que marcaron una historia personal y forjaron fuertes lazos de amistad que se mantienen desde hace 43 años.
Mi "familia francesa", vivió sucesivamente en Arabia Saudí, Guyana Francesa y Nigeria. Por mi parte, yo regresé a España para ingresar en la Función Pública.
A pesar del tiempo y la distancia, nunca perdimos el contacto. Desde entonces, mi amiga Marie Claude, es "mi hermana mayor" y ejerce sobre mi, gran influencia, por el afecto que nos profesamos y porque sus opiniones, a veces muy diferentes a las mías, suponen un contrapunto para mí.
Es inteligente, generosa y comprometida socialmente. Activista de izquierdas, es coherente con su ideología y muy consistente en sus planteamientos, aunque no comparta su visión política.
Me gusta debatir con ella sobre sociedad, economía, cultura, gastronomía, política y todo lo que surja en la sobremesa, al calor de la chimenea o a la sombra de su jardín. Simplemente, me siento bien a su lado, aunque seamos tan diferentes, pues siento en ella, el amor de una hermana.
Una mañana, la acompañé a Toulouse, donde casi medio engañado, presenciaría una manifestación socialista, contra las políticas sociales de Sarkozy.
Cuando quise darme cuenta, estábamos en medio de una gran manifestación, rodeados de perroflautas, aporreadores de tambores y toda la parafernalia gauchista. Pasamos delante de cámaras de televisión y yo sentía un cierto sonrojo, al pensar, que bien pudiera ser visto en España, donde mi etiqueta política, nada tenía que ver con aquel evento.
Ya estoy tardando en viajar al calor de la fraternal amistad. Tengo una cita con Argelia y con Perú e incluso es posible, que con un bata blanca de los que blanden el bisturí. A pesar de ello, encontraré días de calendario, de amistad, vino, queso y jamón, al amor de la chimenea en el frío invierno o en la incipiente primavera.
Marie Claude, tiene un lugar de honor en mi serie de artículos " Mi mundo entre mujeres", pues el afecto y la historia, están de su parte.
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