sábado, 30 de julio de 2016

Campos dorados

Ayer hice un pequeño sur. Fue un “ maleteo”  pasajero de fin de semana. Estoy en Villatoro, Ávila, en tierras de Castilla de al pan pan y al vino vino.

He cambiado los verdes prados de la montaña, por los dorados trigos del pan de invierno. He visto al pasar, las futuras rebanadas de pan tostado, con aceite extra de primera presión y azúcar, que castigará mi conciencia y mi paisaje personal con exceso de equipaje corporal. Si, eso, que me pondré más gordo, ¡rediez, jolín, mecachis, que no puede ser!

Pega el sol en los cráneos del lugar y en el de sus visitantes de verano. Pueblo perdido en el campo, con su juventud huida, con una vieja historia de afanes y vivencias de muchas generaciones pasadas.

Pueblo de afectos familiares de décadas lejanas y de sentimientos que se reverdecen en las viejas ramas semi secas de quienes aún arrastran los pies y los recuerdos por sus calles.

Se oyen alegres gritos de niños, nietos del pueblo que beben las aguas del invierno en tierras de trabajos lejanos de alienantes semáforos, ordenadores y vida demasiado organizada.

Deberían ser el recambio del lento “desvieje” del lugar, sin esperanzas de que se aposenten en las rústicas casas del pueblo con ilusión de permanencia de invierno.

Vienen a visitar “abuelos de boina, y serenidad”, fuentes de sabiduría de años de lucha por la vida, con historias de trilla, guerra civil y hambre; de sudores, fríos y nieves.

Permanezco agazapado bajo las tejas de una vieja casa de pueblo, esperando que se canse el sol de la España interior y se vaya con sus “calientes” a dorar los hijos de los hijos de los hijos, que fueron de España y ahora viven su propia historia americana.

Estoy en Castilla, dándome un baño de pueblo, donde los colores de la bandera no se discuten, sino que se veneran.

Estoy a la calma espera del  verde frescor de Cantabria, de los niños que llevan mi sangre y de nuevos horizontes de soledad y aventura en un otoño europeo cercano que para mí, probablemente sea, de cálida primavera en lejanas tierras de tierras al sur del sur, donde se mezclan los sentimientos de aventura con los de nostalgia de hogar y familia.

Mientras, disfruto del dorado campo con vocación de”pan nuestro de cada día”

Una persona normal

No es por presumir, pero me considero una persona normal. Yo sé que eso exige mucho, pero tras largos años de vida, he mejorado lo suficiente, para no ser un ser “ordinariamente extra”

Soy un conversador nato que a veces degenera en charlatán; mi mente vuela y se pierde en el espacio, como una cometa sin hilo y mis sueños dibujan el momento, como un globo vaciando el aire de sus entrañas.

Soy un comilón compulsivo, en estado casi presentable, aunque con riesgo de pancismo.  Lanzo mis dientes a todo lo que se pueda masticar y soy de la cuchara devoto. Mis gustos, son sencillos sin despreciar la fantasía, pues aunque me afane en los huevos de gallina, no desdeño del esturión sus huevas.

Admiro la belleza en cualquiera de sus manifestaciones, sea de pincel, cincel, pluma de ganso con tinta o simplemente, de notas musicales. Porque ser normal, no implica ser ajeno a la sensibilidad que eleva el espíritu.

Canso estoy de escribir, que es la obra de Dios y no la del hombre, lo que más hace volar mis emociones.

Una frágil mariposa, un feroz tiburón, un rosado flamenco o un minúsculo colibrí, son maravillas de la vida y encierran conocimientos que ningún ser humano ha sido capaz de desgranar hasta el final.

Una roja amapola en el trigal, una silvestre rosa del sendero o una hiriente ortiga al acecho, no son sino la palmaria demostración de la obra de un ser supremo.

Soy un tío corriente, que se emociona con el aroma de una flor, el baile de las hojas con la música del viento o las campanadas de un reloj.  Disfruto el olor a heno, a café recién molido, a pan reciente o a tierra mojada al primer lloro de nube.

Soy un hombre a la antigua chapado, que admira el  paisaje femenino, con exclusividad manifiesta, disfrutando lo más maravilloso del “no es bueno que el hombre esté sólo “

Soy tan solo un ser humano, que intenta elevarse de la mediocridad imperante, puliendo las asperezas de mi personalidad, sin pretensión de pasar a la historia. Tan solo, de vivir sencillamente feliz, de acuerdo con la Ley Natural, mi espiritualidad y la sabiduría de vida transmitida boca oído, a través de cientos de generaciones perdidas en la noche de los tiempos.

En definitiva, soy un insignificante ser humano que disfruta la inmensa aventura de la vida, con la humildad de quién se sabe imperfecto.


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