Hijo de castellanos, criado en Andalucía, vivido en otros países, convivido con hispano parlantes del mundo o en el crisol de tierras españolas que es Melilla y afincado en Cantabria, estoy acostumbrado a muchos acentos y numerosas expresiones de la lengua española.
Me crié oyendo palabras cortadas, el ustedes vosotros, ¿qué pasa quillo?,¡tela!, guita, orosú, búcaro y algofifa, pegoletes, fartuzco y muchas otras otras lindezas, como “Aunque estoy compromisada, pero saliré, ahora, no me arrebuje musho er vestío qu’ alo acabo d’ alisar”
El tiempo me enfrentó a nuevas expresiones en mi mundo cada vez más globalizado. “No me caí por pura vainita guebón” “apúrate no más”, “la pollera”, “ mermelao”, “plomero”, “vengo llegando”, “ándale gringuito”, “hijo de la chingada” “gachupines” y otras sorpresas más, enriquecieron mi comprensión del río de las palabras con aires americanos.
La Melilla de mi pasado, me aportó “ definiciones moras”, como el “que te llevo que te traigo”, para explicar un billete de barco de ida y vuelta y alguna estrafalaria pronunciación de “árabes parlantes”, pronunciando palabras españolas derivadas de su idioma, como nuestro ojalá y su “in cha Alá”, más o menos, menos o más, que a tanto no llego.
Mi época francófona, me hizo pensar en la perdida pronunciación de la uve española y que subir arriba, entrar dentro o salir fuera, es erróneo decirlo. Ni qué decir tiene el abandono de considerar una doble negativa como un sí, por ejemplo.
Y como olvidar lamentables “supernormal”, “súperguay”, “mola cantidad” y otros “ruidos adicionales”
O decir gay en vez de decir maricón, sin que por ello sea peyorativo, o de hacer “puenting”, en lugar de decir “hacer el gilipollas saltando de un puente, o hacer “jogging” en vez de correr, por ejemplo.
Uno está abierto a la evolución de una lengua viva, adaptándose a los tiempos, pero sin malograr el idioma español, tan rico y tan valorado en el mundo. Un idioma que hablan 400 millones de personas como lengua materna y es el segundo idioma del mundo en importancia.
Causa pena oír a muchos incultos compatriotas, que no son conscientes del tesoro que representa el español. Y peor aún, causa indignación oír a supuestos líderes políticos, hacer estragos en nuestra lengua, con el todos y todas, diputados y diputadas, miembros y miembros y tantas memeces sectarias, cada vez que les ofrecen un micrófono a su sillón fáctico.
No. No me olvido tampoco de vosotros, periodistas universitarios, que malformáis nuestra lengua con “volatas” y perlas similares. También hay para vosotros, deportistas de élite, con jergas específicas de cada especialidad, como “estar ahí arriba”, “estar ahí delante”más bien escasos de vocabulario o pronunciar miles de veces “bueno”, como ocurre con nuestras afamadas “piernas de bicicleta”
Si, yo también cometo errores de lenguaje. El leísmo y el laísmo y los complementos directos e indirectos, por ejemplo, me traen por la calle de la amargura, pero cada día que amanece, intento pulir mis defectos por respeto a los demás y a mí mismo.
Un sociólogo chileno, me dijo una vez, que el mejor español del mundo, se habla en Bolivia. Parece, que allí se conservan las esencias de nuestro idioma y se guarda el debido respeto al oyente, sin blasfemias, estupideces “de género” y otras armas asesinas del buen gusto y el buen hablar, como el hecho de hablar todos a la vez y nadie escuchar.
Perdónenme pues los políticos, los incultos, los pseudointelectuales de mierda y los “pijoparlantes”, si a veces, no les escucho en un acto de legítima defensa.
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