Durante mis viajes, he conocido diferentes culturas, lo que incluye toda suerte de gastronomía. Como soy aficionado al buen comer, experto en seguridad alimentaria y un curioso impenitente, he probado muchos alimentos y formas diferentes de prepararlos.
Ya lo he dicho en otro artículos y algo repetiré en este, pero no está de más decirlo. Yo creía que los guiris eran muy raros y algo hay de ello. Recuerdo de niño, ver a una "patiblanca hablando en extranjero", desayunando café con leche y aceitunas.
El primer día de mi primer viaje a los Estados Unidos, desayuné parcamente, reservándome para el medio día y mi sorpresa fue encontrarme un sándwich de palomitas de maíz con salsa de frambuesa. Obvio decir, que me quedé ojiplático y hundido en la miseria del hambre hasta que a las 6 de la tarde, pude cenar.
No voy a hablar de los horarios de comidas, porque en esto, rediez, los raritos del universo somos los españoles, catalanes incluidos.
En otro viaje norteamericano, colé por la aduanas un loncheado y guarro tesoro con sabor a bellota, para que mis anfitriones, pudieran disfrutar los sabores de nuestra dehesa. Me dieron sudores, cuando un hijo del Nuevo Mundo, quiso meter mis lonchas de jamón ibérico de bellota en el microondas, para luego ponerlo en pan de molde y añadirle ketchup. Hasta ahí podíamos llegar, dije yo. Esto será la tierra prometida y de las oportunidades, el país del sueño americano, pero los guarros ibéricos comiendo bellotas, no han muerto para que se cometa con ellos semejante humillación.. ¡Faltaba más!
Siguiendo con los "Unaites Estates", vi en un establecimiento comercial de la famosa Estación Central de Nueva York, las famosas tortas de aceite de Inés Rosales, que junto con las de Andrés Gaviño, ambas de Castilleja de la Cuesta, Sevilla, y las tortas apestiñadas de Córdoba, habían mimado mi estómago allá por la prehistoria de la infanto juventud. Mi espanto fue ver que en la etiqueta y seguro que a instancias gringas, ponía que eran un excelente snack para comer con queso.
Sin salir de aquél país, pero saliendo de él y ahora me explico, me llevé una nueva sorpresa. En el China Town de Nueva York, vi bolsas de cangrejo chino sin caparazón, envueltos en una capa de caramelo. No me extraña que los chinos, comiendo tales cosas, se les hayan quedado los ojos, como si los tuvieran cerrado con cremallera.
Tampoco me sorprende ya, que hayan inventado también "hacerlo" con colores. Y es que no contentos con las rarezas de comida, venden unas cápsulas con purpurinas de colores, que al disolverse en el estómago la cutícula protectora, permite que las heces salgan del color escogido. Y Santo Cielo, las hay rosa pasión, verde doncella, celeste imperio,...., toda una gama donde elegir. No me extrañaría, que algún día, en algún lugar, a algún progresista de la restauración, se le ocurra poner en el menú, la oferta de capsulas incluso con tintes políticos españoles, porque desde que se acabó el bipartidismo, tenemos prácticamente un abanico arcoiris.
Pero volvamos a la vía de entrada. En mi larga vida, he comido ancas de rana, carne de burro, carne de ballena, carne de tortuga, de jabalí, gamo, ciervo, caballo, conejo, liebre, pajaritos fritos, caracoles, cabrillas, percebes, cañaillas, altramuces, bellotas, higos chumbos, paloluz y prácticamente, todo lo que se comía en la Sevilla donde me crié. Bien es verdad, que algunas cosas, no me gustaban y huía de ellas como de la peste, como por ejemplo, el pulmón y el bazo.
Pero yo era de cocido el lunes, lentejas el martes, alubias el miércoles, paella el jueves y así sucesivamente. Porque en mi época de España en gris, las amas de casa, es decir, nuestras madres, seguían los menús programados con su receta correspondiente, que publicaba la Sección Femenina, de doña Pilar, sí, la Primo de Rivera. Aquí, es cuando se puede sonreír alguna canosa si está aún en buen estado de razón para acordarse. (Mis queridas ancianitas, ¿os acordáis también del Servicio Social y del Diploma de Madre Ejemplar?)
Volviendo al extranjero, he debido comer hígado crudo de una oveja recién degollada, troceado sobre una pala de cavar; carne seca de serpiente, polvos que resultaron ser saltamontes desecados y molidos y no sigo para que no dejéis de leer.
En Australia, comí albóndigas de lentejas que a los australianos les debe gustar, pero yo disfruté enormemente con un desayuno a base de yogur líquido, frutas del bosque, manzana rallada y muesli, con su taza de té por aquello de meterse un chute de estimulante.
En Francia he disfrutado de una excelente gastronomía y para tocarle los pies a mi familia francesa de adopción, diré que es casi tan buena como la española.
En Mauritania aprendí a beber el té moruno (té verde con hierbabuena), en Argelia, la bienvenida del desierto, con dátiles y leche de dromedaria, en Marruecos el cuscús, el metchuí y la bastela, y así sucesivamente.
En la Rusia de Putin, intenté beber por cortesía, un refresco, que no bebería ni en el desierto: algo negro con sabor a humos licuado servido con un hielo. Lo pasé tan mal, como cuando a mis 25 años y por una apuesta, comí un gato con unos amigos.
En Canadá comí una carne excelente de alce, pero también tuve que comer unas patatas medio crudas, cortadas en rodajas, cocidas con azúcar y francamente, no las disfruté, como tampoco me gustó comer carne de murciélago en Sao Tomé é Príncipe. Allí sin embargo, gocé con magníficos zumos de extrañas frutas tropicales y hasta con un licor afrodisíaco, que al parecer "ponía en forma el piloló"
En Bosnia, la comida era abundante, densa como un ladrillo y cuando la tragabas, se notaba cómo caía en el estómago. Fueron días de trabajo y mosquitos, con gente tan grande como sus hermosos corazones.
Más recientemente, en Suecia, me temí lo peor, cuando ofrecí un chorizo extremadamente picante, de León y lo comieron con fresas. Fue una mezcla de sudor por el picor del chorizo y de risa retenida por la combinación.
Pero uno debe tener la mente abierta y no pontificar en el mundo de los sabores. De hecho, disfruté comiendo carne de reno con cebolla caramelizada, con patatas asadas y mermelada de fresa.
También he comido lagarto, gacela, antílope, cocodrilo, avestruz y por supuesto, canguro. La conclusión es que los sabores son parecidos una vez que guisas las carnes con las correspondientes verduras y especias y que deberíamos ser menos raros comiendo todo lo que se mueve.
Seguiré viajando y "comiendo" el mundo. Pero si me preguntan ¿Qué es lo más raro que he comido en mi vida? , tal vez deba dar la misma respuesta que el famoso cocinero español Txemari Gocarrieta: ¡Una paella bien hecha!
A continuación, expongo fotografías de las cosas raras que se comen y beben por el mundo.
¡Buen apetito!
Hágalo en colores
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