El poblado hervía de actividad. Los tambores reinaban en la sabana y los reiterados sones invadían el paisaje. El ganado mugía en el cercado agitado por el ambiente.
Las jóvenes vírgenes, estaban encerradas en una choza. Permanecían en ella desde su primera menstruación y no podían ver los jóvenes de la tribu, que aspiraban a su amor. Tras varias semanas sin recibir la luz del sol, la melanina parecía haberse fugado. Sus cuerpos habían tornado en un canela claro y parecían pedir que alguien dibujara en ellos, promesas de vidas.
Nirsa soñaba el hombre de su futuro. Conocía la tradición de la tribu. Los jóvenes debían someterse al rito de la iniciación, dando prueba de agilidad, fuerza y valentía. Ellas, debían ofrecerse blancas como la luna, con el el vientre de la fecundidad dispuesto a dar nuevos hijos a la tribu.
Soñaba con Nunga, pero era el ciego destino quien decidiría su compañero de vida.
Los jóvenes ya habían demostrado su valor, lanceando un león. Aquél día, debían exhibir su destreza y agilidad, saltando por encima de 7 vacas unidas por los costados. Aquél que fallara la prueba, sufriría la vergüenza de su fracaso y sería apartado esa vez de la ceremonia.
El atardecer se iluminó con las altas llamas del fuego. Los jóvenes guerreros, danzaban frenéticos, celebrando su iniciación, hasta entrar en trance. Todo el pueblo emitía un reiterado hum hum, hum, hum, hum hum, ...contribuyendo así al enajenamiento de sus mentes.
Un grito sobrecogedor, acalló al poblado. Las madres llevaron las vírgenes con los ojos vendados para mostrarlas a los jóvenes guerreros.
Éstos debían acariciar sus cuerpos y ellas a espaldas de los aspirantes, escoger a ciegas el hombre de su vida, cogiendo la mano del elegido y poniéndola en la puerta de su fecundidad.
Nirsa temía equivocarse, pues solo quería entregarse a Nunga.
El primer guerrero, la cogió rudamente por los hombros, para demostrar su fuerza y cogió sus pechos con la misma torpeza. Nirsa no reaccionó. Otros guerreros lo intentaron, pero también confundieron el amor, con el vigor y la posesión. Tampoco reaccionó.
Nunga puso su dedo corazón en la nuca y lo descendió por la espalda, acariciando con respeto la columna que debe soportar el peso de los hijos. Nirsa se estremeció. Después, posó las manos sobre sus hombros y atrajo su dorso hacia él. Descendió las manos hacía sus pechos, venerando las fuentes que alimentan el mundo y acarició su vientre, adorando el horno donde se cuece la vida y el futuro de una familia.
Nirsa reaccionó ante aquellas caricias. Sabía que aquél guerrero, era valiente, fuerte y ágil, pero sentía que también era sabio, dulce y tierno. Se volvió súbitamente, se arrancó la venda de los ojos y miró al elegido. Creyó enloquecer cuando vio la cara de Nunga.
Cogió su mano, la besó y la llevó a la puerta de su vientre. Había elegido el guerrero de su vida.
Danzaron junto al fuego y sudorosos, huyeron hacia el árbol de la vida. Él la tendió sobre una piel de un león, dibujó sobre su piel signos de amor con pintura ocre y musitó un extraño conjuro que parecía surgir de la madre Tierra..
Nirsa y Nunga, acariciaron sus cuerpos, reflejándose sobre ellos, las sombras de las llamas del poblado y la tenue luz de una sonriente luna. En el frenesí de la excitación, ella abrió su cuerpo a la fecundidad y él depositó en ella la valentía, la fuerza y el ardor de un guerrero de la sabana africana.
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