Ya había terminado la Segunda Gran Guerra, pero aún se veían muchos uniformes por los paisajes del mundo.
Dos corazones jóvenes, se encontraron en la travesía de la vida. El romance fue rápido y hermoso, pero pasajero. Ella, aportó la sangre de las altas tierras de Escocia y él la de las bajas tierras de tulipanes.
Lo marinos visitaban demasiados puertos y amaban en muchas latitudes. Un físico atractivo y un uniforme blanco, prendaban muchos corazones y aquella británica estaba predestinada al sufrimiento.
La pasión dio paso a la gestación y al incierto alumbramiento. Era hija de enero, pero China la vio nacer un agosto afortunado. Era hermosa; muy hermosa y se enfrentó desde muy joven, a la necesidad de la vida, pues su madre había quedado sola, desvalida y sin fortuna.
Madre e hija, vinieron pronto a Europa y supieron de las angustias del camino, pero Dios proveyó a tiempo.
Con los años, aquella niña se convirtió en una promesa de mujer, aprendió idiomas, conoció el mundo y recorrió las sendas de los sentimientos.
Su belleza, su saber ser y estar, su fuerte personalidad, su inteligencia natural y el libro de la vida, impactaron en los predios europeos.
Fue top model internacional, aristócrata, mujer de negocios y un alma buena que a su modo sigue los pasos de Dios.
Como los buenos vinos, mejoró con los años, retuvo gran parte de la belleza de su juventud y floreció en una gran dama que aún hoy, provoca muchos suspiros.
Una mujer para enamorarse perdidamente, soñar con ella y tocar el cielo en la metáfora de la vida.
Pero amarla daba vértigo y miedo. Porque la mujer que te vuelve loco de amor, puede matarte de desamor, si acabas como un pañuelo perdido al viento del horizonte.
Es lo que tiene enamorarse de dos ojos de dulce mar que te taladran con la mirada, te destrozan los pensamientos y te hacen naufragar en las simas del mar. Es la servidumbre de amar sin saber el futuro y temer la navegación por otros puertos. Es lo que siente cualquier humilde gorrión cuando se prenda de un ave del paraíso.
Hacía calor, el verano sudaba su sol, pero la luna encendía las pasiones. Si los navegantes no debían oír los cantos de sirena, aquellas canas con cerebro, tal vez, no debieron sucumbir ante una mirada turquesa.
Se dejó mirar, quedó embelesado y la estrechó contra su cuerpo. Hundió los dedos en sus hilos de oro, cerró los ojos, abrió sus labios y sintió la dulzura de su boca.
Las mariposas volaban en sus entrañas y su ser se incendió. Recorrió las colinas de su piel, acarició los valles del camino y se vieron con los ojos cerrados mientras la plata de la luna, iluminaba la noche.
Bailaron el amor, piel contra piel, temblando de emoción, sin comprender cómo había pasado.
Dos mundos diferentes, hablaron intensamente en silencio el lenguaje del amor, soñando un principio con final en la eternidad.
Jadeantes, henchidos de felicidad y agotados, durmieron la pasión con una hechizada sonrisa.
La madrugada le sorprendió desnudo. La brisa del amanecer, ondeó los visillos de la ventana rozándole la sonrisa. Medio aturdido, quiso acariciar a su amada, pero solo sintió las vacías sábanas de seda.
Un sobresalto de tristeza encogió su ser. Había sido un sueño hermoso y su alma navegaba nuevamente por las procelosas aguas de la soledad. Aún tenía humedad para llorar lágrimas de pena.
Mientras sollozaba en silencio, una mariposa se posó en sus labios y sintió de nuevo, la cristalina mirada de los mares del sur.
Muy bonito, Miguel. Se agradecería una foto de la diva para entenderlo mejor, pero comprendo tu discreción
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