Ando a mi edad reconsiderando muchos aspectos de la vida. Valoro ahora las cosas realmente importantes y cada vez aprecio menos, los bienes materiales que poco me aportan.
Muchas veces, acumulamos objetos que nos distraen, nos apartan de lo fundamental e incluso nos lastran la vida.
Los bienes necesarios, bien. Los recuerdos que evocan sentimientos del pasado, bien pero dentro de un orden.
Los recuerdos de viaje de ensueño, especialmente piezas auténticas, perfecto, pero con moderación.
Las tonterías de plástico o resinas de diversos lugares del mundo, fabricados en serie en China por ejemplo,....pues...medita tú mismo si merece la pena llenar la casa de basurilla ornamental.
Estoy en un pequeño pueblo de la sierra de Gredos, en Castilla. Veo mucha boina con cachaba paseando centenarios o aspirantes a ello, con la serena convicción de los valores auténticos.
Son la solidaridad, los recuerdos del camino, los sentimientos y la lucha por continuar en la colina de la senectud.
No importa la moda, ni los objetos que dificultan su vida, solo la ligereza de equipaje, como el que hace una larga travesía de montaña, solo que aquí es de tiempo de supervivencia.
Obro en consecuencia y paulatinamente, me desprendo de objetos superfluos. Del mismo modo, evito recibir regalos innecesarios de compromiso o de fiestas señaladas, que debiendo tener un sentido cristiano, se han convertido en un derroche pagano de consumismo, alentado por intereses comerciales.
Ceniceros portátiles, fundas de colores de telefono móvil para cada día de la semana, relojes de diferentes colores para combinar con cada ropa, ....¿Se ha vuelto loca la sociedad?
Prefiero coleccionar en el corazón otro tipo de regalos, como visitas queridas, abrazos sinceros, sonrisas amigas y miradas tiernas.
Es lo mismo que también desean los niños; compañeros de juego antes que juegos automáticos que lo hacen todo y te enfrentan a la soledad.
Deberíamos meditar qué es lo que realmente necesitamos y nos aportan felicidad.
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