sábado, 30 de julio de 2016

Cartas de amor 3.Teresa

Querida Tere,

Te conocí cuando nuestra guerra civil había terminado. España estaba rota y hastiada de sangre, hambre y sufrimiento.

Era un panorama negro, sin alegría de vivir y el horizonte no invitaba al amor. Pero este llegó nada más verte en aquél tren que nos llevaba a Salamanca.

Nos casamos con la ilusión de un futuro de esperanza, en el que de nuevo, crecerían las flores en un mundo de colores.

Nos fuimos a Sevilla y allí se cocieron dos hijos en el horno de tu vida. Ellos nos darían los sueños  del camino y serían las preocupaciones de nuestro destino.

Les vimos crecer en la tierra de la alegría y cada cual, con sus propios sueños por vivir.

Miguel fue inquieto desde que despertó de su infancia. Siempre iba armado con canicas, una peonza y un tirachinas. Corría tras una pelota, jugaba a la lima, se subía a los árboles o perseguía las palomas del parque. Le entusiasmaban los animales y disfrutaba cazando ranas, cogiendo grillos o viendo los pájaros en la plaza de la Alfalfa.

Era muy travieso y nos llenaba de inquietud, pero también nos daba el cariño de un corazón noble que tardaría en sosegar.

No tuvimos mucho, pero nada nos faltó. Trabajamos sin descanso y los niños se hicieron adultos con demasiada rapidez.

Vinieron los primeros nietos y con ellos motivos de felicidad. Todo nos sonreía. Habíamos superado los años difíciles de la postguerra, sacado adelante los hijos y los hijos de estos, tendrían un mundo mejor.

Aún nos quedaba mucho que vivir y mucha alegría por delante. Pero el cáncer llamó a tu puerta y nos robó los sueños de futuro.

Te fuiste aún joven, sin conocer todos los nietos que el destino había escrito para nosotros y vivir sin ti no fue ya lo mismo.

No  éramos proclives a las demostraciones de cariño. Nuestro amor era de alcoba de juventud y de hechos de vida. Lo nuestro era vivir el día entre afanes de familia, solidaridad de pareja y fidelidad de sentimientos en el silencio de una España austera.

He vivido sin ti 28 años. He estado rodeado por el cariño de nuestra familia e incluso he visto los biznietos que la muerte  te negó. Muchas veces te he recordado en mis sueños y otras tantas he deseado reunirme contigo.

El cáncer ha mordido dos veces mi vida. Al primero le vencí, pero el segundo viene torcido y negro y sé que pronto me llevará contigo.

Mis restos descansarán para siempre junto a los tuyos, pero nuestras almas, volarán libres  entre los algodones del cielo y el azul de la eternidad.

Nunca más volveremos a separarnos y podré decirte durante los siempres de los siempres, las bellas palabras de amor, que nuestros hijos en la tierra, nunca me oyeron decir.

Hasta pronto y para siempre,
Leandro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario