jueves, 7 de julio de 2016

Gente corriente

 Descendí a la rubia arena del Sardinero. Ya en julio, debía ser un hervidero de gente ansiosa de mar y espuma. Pero el cielo estaba gris perla y las rebajas habían robado los turistas a las olas.

Sabía que la marea estaba baja; muy baja. El inmenso arenal estaba limpio y hermoso, para recibir las ávidas pisadas de quienes aman la naturaleza y la vida al aire libre.

Pude pasar de la primera a la segunda playa, separadas en marea alta por la belleza de Piquío. Mis pies agradecían el beso del agua, mientras mis ojos se henchían de colores y de vida, viendo los habituales de paseantes de la Santander íntima, devotos de la nostalgia de otoño y las brumas de invierno.

Eran gente corriente, asalariados, jubilados, parados, jóvenes empezando la vida, viejos de cachaba en la arena,... y alguna que otra sílfide alegrando estos ojitos que agradecen cualquier manisfestación de belleza.

Eran la base de la pirámide social, más proclives a la cerveza que al cava, al utilitario que al deportivo, al chucho que al can de pedigrí y sobre todo, deudores de hipoteca, que auguran muchas mañanas de vigilia y sudores que sufrir.

Paseaba entre ellos, con mi cámara al cuello, capturando imágenes del pueblo a pie desnudo, con sus colesteroles colgantes, sus gorras, sombreros y resto de aditamentos.

Pero este insólito panorama en esta época es pasajero. Pronto sentiremos la invasión del verano y perderemos la tranquilidad en beneficio de la alegría y el jolgorio, de los turistas que buscan el verano llevadero, hermoso e inolvidable del norte de España

                        






































 










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