Crecí sano, libre y con cariño. Sólo tenía las restricciones de la decencia y del respecto a los demás y por tanto, fui feliz.
Pero esto no significa que no padeciera, pues estaba expuesto a los rasguños de la vida, como el resto de los jóvenes machos, de la manada de cachorros humanos.
Vivía en un barrio nuevo de Sevilla. Era un hervidero de familias jóvenes, de prole creciente, donde bullía la vida. Las relaciones humanas eran intensas y se suplían las carencias, con imaginación, solidaridad y convivencia.
Tenía 9 años y bajaba a "pastar la felicidad" a los "campitos". Así llamábamos a los abundantes solares sin edificar de un barrio joven. Allí me reunía con otros cachorrillos del barrio, bajo la solícita vigilancia balconera de nuestras madres, que cuidaban del joven rebaño, como si fueran elefantas en la sabana africana.
Cada cuál tenía sus armas infantiles, para enfrentarnos al tiempo de alegría infantil. Me refiero a los juguetes, artilugios y demás accesorios, que conformaban los pertrechos del grupo.
Evidentemente, los niños permanecíamos ajenos al grupo de las niñas.
No hablo pues del diábolo, el tejo, la comba, las tabas, las muñecas y toda la parafernalia femenina, que nada nos interesaba, pues aún no habíamos sentido la "llamada de la selva", ni ellas, tenían aún " armas de mujer".
Nuestros juegos, eran cíclicos. Unas veces, nos daba por las canicas, en sus distintas versiones: el hoyo, el triángulo y el caminito.
En otras, nos daba por las peonzas y las trompas, o por los ruidosos patines Sanchesky, de 4 ruedas más que oxidadas o por una tabla de madera con ruedas de cojinete, precursora de lo que hábilmente manejaron nuestros hijos, con nombre inglés.
Los juegos del aro, la piola, el pañuelito, "el tú la llevas", el escondite, policías y ladrones,..., se ponían en marcha cuando alguno de nosotros, daba la idea.
A veces, tirábamos de las coletas de nuestras hermanas o vecinas, como una gracia tan imprevista, como llena de inocencia y rusticidad infantil.
Si alguien bajaba de su casa una espada de madera, un tirachinos, una cerbatana o una honda, subíamos a casa a por nuestro propio armamento, pues era el momento de jugar a las guerras.
La cerbatana consistía en una caña fina, ahuecada en su interior, por la que impelíamos granos de arroz, evidentemente robados de la despensa de casa. Era un placer, tirar a las piernas de los compañeros de juego y no lo era, recibir la adecuada respuesta.
Con el tiempo, aprendimos a hacer balines con papel que lanzábamos con gomas entre los dedos. Eran más dolorosos que los granos de arroz, pero no debíamos exteriorizar nuestro miedo, pues éramos proyectos de machos alfa del futuro.
Cuando el tiempo no acompañaba, nos atrincherábamos en las casas, para leer tebeos del Capitán Trueno, Pulgarcito, Carpanta, y tantos más, o para jugar a los "indios y cawboys", al parchís, la oca y las chapas.
Cuando ya habíamos merendado el pan con chocolate o el bocadillo de "manteca colorá", dejábamos todo tirado, para desesperación de nuestras madres y las dejábamos tranquilas, también para su momentánea liberación.
Entonces, circulaba la pelota o un "balón de reglamento"; o bien, jugábamos a la lima, que consistía en una especie de juego del tejo femenino, pero con una lima sin mango, que clavábamos en el suelo.
Recuerdo que una vez, me clavaron accidentalmente la lima en el pié, fijándose en la suela del zapato.
Me la arranqué con dolor, subí a casa y antes de llamar, me la volví a colocar en el agujero, con el consiguiente soponcio materno.
Llegado el verano, nuestro afán era capturar grillos, para meterlos en jaulas, como si fueran canarios; o cazar saltamontes, libélulas, cochinillas, avispas, topolinos y toda clase de animalitos, ajenos a la piedad de los pequeños demonios infantiles.
No podía faltar el tradicional torneo juvenil, para averiguar quien meaba más lejos. Una falsa medición de virilidad, pues ganaba quien tenía la vejiga más plena.
Y por hacer memoria, cito la ruidosa carraca, los polvos pica pica, el juego del frontón, las cometas, los petardos, la pala con pelota de vuelta, las pistolas con balas de corcho y el famoso triqui traque.
Tiempos de carencias materiales, pero ricos en imaginación, convivencia, solidaridad, amor y diversión, que no volverán a repetirse, al menos, para los niños, que ahora tenemos 67 años.
Mirar atrás, es llorar por la ausencias, pero es también, rememorar la cándida felicidad de un mundo fenecido.
"Al potro y al niño, con cariño"
"Casa sin niños, tiesto sin flores"
"El que nace para burro, de niño ya tiene orejas"
"Mal va el pajarillo, cuando va en mano del niño"
Canicas
Balón de reglamento
Juego del aro
Juego de las chapas
Juego de las limas
Parchís
La oca
Tabas
Peonza o trompo
Triqui traque
Espadas de madera
Pelota de frontón
Niños de ayer, con cerbatana
Tebeos
Jaulas de grillos
Cometas
Cariocas
Patines
Soldaditos de goma
Patinetes
Polvos pica pica
Carraca
Pistola con bala de corcho"
Pala con pelota de retorno
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