lunes, 22 de junio de 2015

Mi vida en el desierto. 4ª parte

Organicé un viaje con un grupo de europeos al interior del desierto. Dispusimos de 2 todoterrenos, un buen botiquín, suficiente gasolina, agua y ruedas de repuesto.

Éramos 5 europeos, entre ellos, la hija de 6 años de mis amigos franceses y además, dos saharahuis de mi confianza, que nos llevaban al campamento de su tribu.

En aquél momento, había una gran sequía en el Sahel y bastantes muertes por ello. Llevábamos dos cabras como regalo.

Recorrimos de noche unos 200 km desierto a través. El Polisario ya había puesto bombas en las pistas y muerto algunos soldados españoles. Por ello, íbamos bordeando las mismas, con un cierto riesgo.

Fue un viaje imprudente, pero lleno de emociones. Al evitar el sol, huimos del calor extremo, pero también contribuyó a que nos perdiéramos en varias ocasiones. Cuando esto ocurría, girábamos varios km en redondo, hasta localizar nuevamente a pista. 

No existían GPSs, sino la pericia de los saharahuis, leyendo las estrellas.

Tuvimos dos percances, que se saldaron con dos ruedas reventadas. No teníamos más repuestos y aún no habíamos acabado el viaje de ida..

En una ocasión, quedamos presos en un banco de arena. De tener aire comprimido, para su posterior llenado, las habríamos bajado de presión, para salir de allí.  afortunadamente, teníamos planchas metálicas para salir del atolladero.

En el desierto, hay tener ciertas precauciones: llevar carburante en bidones metálicos, tener radio, grasa, para proteger los cristales y que no se esmerilen en una tormenta de arena, etc., Nosotros, lo hicimos bien, salvo la radio.

Llegamos agotados al campamento. Debían ser las 4 de la noche. Nos cobijamos en la misma jaima, el matrimonio francés, su hija, otro español y yo.

La luz me bañó la cara, al tiempo que oía las risas de las mujeres, que nos observaban incrédulas. No comprendían que durmiéramos 3 hombres junto a una mujer y preguntaron,si ella estaba casada con todos nosotros.

Una bofetada de sol nos aplastó contra el desierto.  Sofocados, cansados, con sueño,... solo faltaba ser agasajados por los hospitalarios saharauis.

Cuando confirmaron que mi amiga no estaba casada con los tres acompañantes, se enteraron que a mis 26 años, no estaba aún casado. Mi sorpresa fue recibir la oferta de una mujer esclavizada, para que me alegrara la noche. Me negué a ello, con sorpresa y estupor, lo que tomaron casi como un insulto.

Más tarde, mataron una de nuestras dos cabras de regalo. Pusieron su hígado crudo sobre una pala de cavar. Desprendía vapor y chorreaba sangre. Lo cortaron en trozos con un cuchillo y me dieron a probar semejante manjar.

Muy a mi pesar, no pude rechazar aquél privilegio. Creo, que me infesté allí, de la solitaria que tuve meses más tarde.

No acabó aquí la excelsa gastronomía. Comimos también una carne seca, que luego resultó ser de serpiente y una especie de concentrado de saltamontes triturados y desecados.

Acababa de fallecer una pequeña. No había soportado el rigor climático que asolaba la zona. Visité y fotografié su tumba. Era sencilla; tan sólo unas piedras bordeando su cuerpo. Me impresionó la sencillez y la crudeza de la muerte en el desierto.

Hace 42 años, que soy adicto al té. Mis inicios, fueron en el Sahara, con té verde e hierbabuena.

No es solo su sabor; es su rito, su misterio y embrujo. Hay que beber tres tés: el primero, dulce como el nacer; el segundo, verde como la juventud y el tercero, amargo como el morir.

Se hace aireando el té varias veces, a chorro valiente, sobre el vaso.

Pero lo que verdaderamente subyuga, es "sorber" el té en pleno desierto, en una noche sin viento ni arena en suspensión, viendo un firmamento nítido, hermoso, estrellado y grandioso, como sólo puede verse en el desierto.

A mi amiga, Marie Claude, la decoraron las manos con henna, entonces una práctica desconocida, pues aún no había llegado allá, el gran turismo de masas.

"Bajar al moro", se ha convertido en una industria turística, a veces contaminante y degradante.

Cuando coincido en un transporte público, con algún grupo "chusma" que viaja al sur, lamento profundamente, que no sepan respetar las tradiciones ni los valores de un pueblo, pobre en medios, rico en tradiciones y señores de un mundo salvaje e inhóspito.

La vuelta a casa, fue de día. Uno de nuestros objetivos, era cazar gacelas vivas, para mi casa. Las perseguimos en las llanuras, cercándolas entre los dos vehículos, e impidiendo que llegaran a las dunas, pues allí estarían a salvo.

Una de las gacelas, cayó colapsada. La tapamos con una manta humedecida, para evitar que sus afiladas pezuñas, nos sajara el cuerpo  y tras administrarle un protector cardiaco. la dejamos en silencio, con los ojos tapados.

Lamentablemente, un tiempo más tarde, se rompió una pata y tuve que sacrificarla. Aún conservo uno de sus cuernos, como recuerdo de aquella aventura y como aviso de lo que ya nunca  más haré.








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