Querida Carla,
Te quise desde
antes de saber que venías a este mundo. Te quise cuando gracias a la ciencia,
te vi crecer y saludar en el seno de tu madre. Te quise cuando con lágrimas en
los ojos, vi tu primera foto, en un ciber senegalés. Te quise cuando en el frío
diciembre del 2011 neoyorkino, te tuve en brazos por primera vez y cuando te vi
en la distancia del skype, gateando, aplaudiendo o haciendo añagazas variadas.
Naciste con
derecho a ser gringa y española a la vez. Recibiste tus primeras
leches, de buen tarro montañés, todo natural, sin intermediarios. Y creciste a
solas con tus padres, en la lejanía de tus raíces, charco por medio de tus
abuelos.
Crecerás en tu país, pero no en tu país, que algún día lo entenderás.
Y te criarás entre pollos en salsa de barbacoa, sandwich de palomitas en salsa
de frambuesa, pretzels y tal vez sucedáneos de jamón serrano al microondas con
salsa ketchup.
Sabrás inglés y español. Vendrás a tus raíces, y nos llamarás grandpas. Y nos sonreirás como
tú sola sabes hacerlo, mientras nos comprometes con la mirada y bailas al son
de cualquier son.
Entonces te enterarás de lo que valen unas gambitas al
ajillo y unas croquetas de la casa y un huevo revuelto. Te relamerás con los
helados de tu abuelo. Y serás un poco de aquí y un tanto de allá.
Donde te
encuentres; donde palpite tu corazón y flote tu alma; siempre sabrás, que
tienes un póker de abuelos, que te añoran y te
recuerdan.
Viviremos
tus andanzas, tus vivencias e ilusiones. Reiremos cuando rías y lloraremos
cuando llores. Te daremos nuestro hombro, tal vez ya no tan fuerte, pero
cálido de amor, cada vez que quieras una ración de ternura y de mimo, ¿por qué
no?
Porque los abuelos estamos para eso, pues para la
negativa, ya sea no, ne pas, nein o non, tienes a tus padres, que harán el
papel ahora, que antes hice yo.
Un día
notarás, que el cielo es más cielo en la puesta de sol y verás en la luna los
besos que te mandamos desde la tierra que pisamos o tal vez, lo más tarde
posible, digo yo, te mandemos un destello de la estrella que seamos, allá en el
firmamento, cuando se acueste el sol.
A mi nieta
Carla, la sonrisa de mi vida de cuerpo bailón, en el atardecer del 9 de julio
del 2012.
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