Cae la lluvia; los relámpagos ciegan en la noche y la luz
eléctrica se va a veces, dejando el hogar en negritud.
La fuerte lluvia se desliza por la desnuda madera de los árboles, que esperan la llegada de los colores de primavera, para soltar sus barbas de clorofila.
La fuerte lluvia se desliza por la desnuda madera de los árboles, que esperan la llegada de los colores de primavera, para soltar sus barbas de clorofila.
La mimosa apunta sus dorados botones florales, prestos al
perfume; las camelias muestran sus yemas de comprimidos pétalos de color y
quien escribe, se refugia en el calor del hogar tras los cristales.
A veces, el silencio es mágico y noto los latidos de mi corazón. Es
momento de intimidad y revisión de vida. Es momento de verme el
alma y de preguntarme si soy feliz, estoy satisfecho por el camino recorrido y
si debo corregir el rumbo.
Pienso, siento y dudo. Miro al pasado, piso la realidad
presente y me pregunto qué será de mi vida.
Los árboles se reinventan cada año; la vida bulle por doquier y yo me pregunto, cuántas veces más tendré oportunidad de disfrutar en todo su esplendor, el milagro de cada ciclo de vida.
Los árboles se reinventan cada año; la vida bulle por doquier y yo me pregunto, cuántas veces más tendré oportunidad de disfrutar en todo su esplendor, el milagro de cada ciclo de vida.
Y pienso que hay mucho ruido en el aire; muchos caminos
inútiles; muchas ambiciones fatuas; mucha banalidad que te aparta de la
realidad, de los valores auténticos, de los pequeños placeres, sencillos,
auténticos y naturales.
Porque los pequeños sentidos, los pequeños momentos y los imperceptibles gestos, son los que realmente, te ofrecen retales de felicidad íntima o compartida.
Porque los pequeños sentidos, los pequeños momentos y los imperceptibles gestos, son los que realmente, te ofrecen retales de felicidad íntima o compartida.
Porque me seduce el olor a tierra mojada, la lluvia en la
cara, el olor a café recién molido, a hierba recién cortada, a heno, o a
romero, el leve roce de piel de un ser querido, un signo de complicidad, o la
dulce mirada de un perro amigo.
Son los pequeños momentos, la autoestima que da el
cumplimiento del deber y el volar alto, en vez de ir a ras de suelo, lo que te
proporciona flashes de felicidad que se acumulan en la mochila de tu
conciencia, en el éter de tu alma y te da la belleza que sólo posee
realmente, quien tiene el privilegio de
la felicidad.
Pequeños momentos, pequeños sueños; sabores entrañables;
olores del pasado y el cansino camino a la cama reparadora, que te prepara para
la lucha del inmediato mañana, de un ir de venir, a veces, como pollo sin
cabeza, sin saber, qué hacemos en esta vida; qué podemos tejer y destejer, para
marcar una sonrisa de felicidad.
Nota del autor
Recuperé este texto del ordenador un 26 de abril del 14, cuando
la primavera ya habían explosionado, las amarillas flores de la mimosa; las flores ya eran promesas de fruta;
los renacuajos cabeceaban en el estanque; las hormigas subían a los árboles los
pulgones que habrían de ordeñar; las mariposas ponían los huevos de los futuros
gusanos; las tórtolas arrullaban; los mirlos paseaban su azabache por el jardín;
los jilgueros cantaban la primavera; los alhelíes embriagaban el ambiente; la Semana Santa ya había pasado y la Feria de Sevilla estaba por venir.
Pequeñas cosas y pequeños momentos, fueron el preludio de
grandes acontecimientos personales
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