lunes, 22 de junio de 2015

Mi vida en el desierto. 3ª parte

La fábrica se abastecía de 22 flotas pesqueras: españolas, sudafricanas, coreanas y rusas. 

Si Mauritania había firmado con España, un convenio de pesca, que motivó la creación de IMAPEC, hizo lo propio con la Unión Soviética.

(Ver el artículo de este blog, "Las sombras del poder")

Los soviéticos, podían pescar en agua mauritanas, a condición de desembarcar la pesca en IMAPEC. De esta forma, se creaban puestos de trabajo y el valor añadido se quedaba en el país.

Pero la URSS, tenía un barco factoría fuera del control de Mauritania, que tan sólo disponía de 3 barcos de control y no siempre estaban operativos.

Supe además, que algunas flotas pesqueras, controlaban en tierra las tripulaciones mauritanas, cuando éstas se hacían a la mar.

El barco factoría, recibía pescado, que era procesado en sus instalaciones, sin llegar a nuestra fábrica.

En IMAPEC, había un pequeño grupo de rusos, que controlaba el desembarco de pescado y se coordinaba con nosotros.

Pude conocer su estilo de vida y forma de ser. Hasta ese momento, la escasa información que tenía de la URSS y de sus ciudadanos, era la recibida en España, notablemente negativa y relacionada con la Guerra civil española. Recalcar, que en los pasaportes españoles, constaba la prohibición expresa, de viajar a la URSS o al resto de países del bloque comunista.

Cuando el el calor se hacía insoportable, me daba una vuelta por las cámaras frigoríficas de la fábrica. A veces, entraba en una cámara de refrigeración vacía y adivinaba  por el olor la especie de pescado que había tenido.

Con frecuencia, estábamos a 45ºC en el exterior. Si entraba momentáneamente en una cámara a -25ºC, mi cuerpo debía asimilar un cambio repentino de 70ºC. Era por un corto periodo de tiempo, que superaba sin problema, pero me pregunto, si entonces, sufrió mi corazón por ello.

No era el único problema sanitario. En los años 70 del pasado siglo, no sabía lo de la capa de ozono, los Rayos UVA y sus posibles repercusiones. Durante casi dos años, estuve expuesto al despiadado sol del Sahara y temo que al final, surja un problema.

Hacía análisis microbiológicos y fisico químicos en el laboratorio. En una de las determinaciones, se generaban vapores cáusticos que afectaban las vías respiratorias. Tampoco teníamos entonces, demasiada formación en prevención de riesgos.

Cada vez que hacía el análisis, mi ayudante, que era musulmán, salía del laboratorio, extendía su pequeña esterilla y rezaba. A veces, cambiaba la hora del análisis, para que me ayudara, pero daba igual, siempre se iba a rezar.

Una vez, me pidió que le prestara dinero. Se lo dejé, pero nunca más volvió. Luego supe, que se había ido al entonces Sahara español y que se había enrolado en el Polisario.

El dispensario médico se encontraba junto a mi despacho. A veces, Rafael, el médico, se iba a Canarias y me encargaba que resolviera los pequeños problemas sanitarios que se presentaban.

Además de mi formación veterinaria, contaba con la experiencia que adquirí con él atendiendo a sus pacientes: los empleados de la fábrica y su familiares. Era una barbaridad, pero aquello era África y en el siglo pasado.

Manejaba sin problemas los analgésicos y los antibióticos; sabía tratar una conjuntivitis, muy frecuente por allá, sarnas, procesos digestivos,... incluso continuar el tratamiento del "gusano de Guinea.

Consistía en un parásito que ponía un huevo en una herida, que posteriormente eclosionaba y crecía un gusano de varios metros de longitud. Se podía enrollar, por ejemplo, alrededor de la tibia, dejando fuera un extremo de su cuerpo. 

Al inyectarle un contraste y observar la pierna en una radiografía, ésta aparecía como si tuviera puesta el zapato de un romano.

Tal como me había enseñado Rafael, enrollaba el extremo saliente en un palillo de dientes y le fijaba con un esparadrapo, para repetir la operación al día siguiente. De esta forma, el gusano, al sentirse tenso, retrocedía paulatinamente. El riesgo era que se rompiera, lo que podría significar la amputación del miembro afectado.

A veces, debía quitar anzuelos que traían los pescadores clavados. Era doloroso y daba grima, pero me hice un pequeño experto en quitarlos. Sólo era cuestión de anestesia local, desinfectante, bisturí, antibiótico y analgésico.

Los operarios mauritanos, eran trasladados en su casa en un camión de transporte de pescado, al que previamente, le ponían bancos de madera. Una vez, un operario que se sentó en la cabina, tocó un botón del salpicadero y se levantó el volquete del camión, formándose en el suelo, una inmensa hamburguesa obrera. Afortunadamente, todo quedó en un susto.

Los operarios, cortaban el atún congelado con sierras eléctricas. Sus manos estaban insensibles por el frío y actuaban con rapidez y sin protección. En una ocasión, uno se cortó un dedo y vino urgentemente a que le pegara el dedo. Lamenté que no estuviera Rafael. Lo único que hice, fue tratar la mano herida y certificar la defunción del pobre dedo.

Prohibición expresa de viajar a la URSS


Jugando al ajedrez con Hans, mi amigo sueco, a pleno sol del desierto del Sahara, junto al mar
                                    Un día de playa, con María Puig, y mis amigos suecos
             Hans, cooperante t  écnico sueco, en el Instituto de Oceanografía de Nouadhibou
Mi laboratorio en IMAPEC


 





Gran abundancia de escualos. 
(Continuará)

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