miércoles, 24 de junio de 2015

Mi vida en el desierto. 6ª parte

Un catedrático de Veterinaria, me propuso que me quedara con él de ayudante. Le agradecí la oferta, pero le dije, que me iba a estudiar a Francia. Entonces, me dio un consejo:

"Ánimo Miguel, que el mundo es de los locos, ... pero no te pases"

Nada más llegar a Mauritania, un responsable de mi empresa, me hizo dos advertencias:

"Si veo que te ennegras, te devuelvo a España"
"Sé honrado, .... pero no te pases"

El no te pases, es un término un tanto ambiguo, pues el listón se lo debe marcar uno mismo con su criterio y su conciencia, amén de que la sociedad, pueda establecer el límite en otro lugar. Ya se sabe, el trazo grueso o el trazo fino de la línea roja.

El comentario sobre "ennegrase", venía a cuento de su gran experiencia en África. Al parecer, había conocido jóvenes que se habían mezclado excesivamente, con la población nativa, perdiendo en parte, su impronta europea. 

Creo que su consejo era bien intencionado, pero inaceptable, especialmente, con la mentalidad actual. 

Pero era África y eran otros tiempos.

Lo cierto es que en aquélla época, los europeos que vivíamos en África, éramos gente especial.

Los habíamos profesionales contratados por empresas, aventureros, soñadores, huidos de la justicia o incluso, yo diría, de sí mismos.

Vi gente muy interesante, pero también, muy rara e incluso, peligrosa, en el sentido literal del término.

Así que el "no te pases", era un término muy relativo. Había que jugar a las "Siete y media" y no pasarse. Evidentemente, la conciencia y la prudencia personal, eran mis bazas a jugar.  

Fabricábamos 50,000 latas (de 200 gramos) al día, de atún en aceite. Llenándolas sólo con 195 gramos, la fábrica se ahorraba 6 TM de atún elaborado al mes. Estábamos dentro del límite de tolerancia de error permitido, pero aquello estaba expresamente calculado para ello.

Las cámaras de congelados no se mantenían suficientemente frías o a veces, la mercancía, se exportaba en los barcos frigoríficos, antes de conseguir la temperatura exigida de congelación. 

El problema se solucionaba, agasajando a los del barco de transporte, con "placeres de tierra"

Las harinas de pescado, solían alcanzar los 62% de proteína, pero casualmente, en destino siempre tenía menor riqueza y era preciso ajustar el precio a la baja, por parte del comprador.

Cuando los mauritanos sorprendían a un barco pesquero faenando en zona prohibida, la mercancía aprehendida era subastada. Al parecer, la empresa afectada, solía dar un "b" a gente de la competencia, para que no pujara en la subasta.

La gran sequía del Sahel, causó hambre en el país. Llegó ayuda internacional a través del puerto de Nouadhibou. Recuerdo que llegó un barco cargado de trigo. Parte de la mercancía, fue vendida indebidamente, a particulares, en el juego de la avaricia y el hambre.

La sequía determinó el sacrificio de una parte importante de la cabaña ganadera. Los animales se mataban y faenaban en el sur. La carne llegaba en caliente por avión, era congelada en bloques y posteriormente, embarcada por los propietarios desde nuestra fábrica.

No se permitía la importación de carne de aquella zona africana. Al parecer, los propietarios de la carne la documentaban como procedente de Sudamérica y se metía en Europa. a través de un puerto mediterráneo.

Evidentemente, mi línea roja estaba muy lejos de aquél ambiente.

Mi padre me informó de la convocatoria de unas oposiciones de la Dirección General de Sanidad de España y pensé que pronto debería volver a casa.

Los sacos de harina de pescado, aparecían roídos. Se percibían restos de ratas y era urgente atajar el problema. Había un túnel de 1,50 m de altura, por 1.50 de anchura y unos 250 m de largo. Por él se traía mediante tuberías, el pescado extraído de las bodegas de los barcos, con una "chupona", hasta la fábrica de harinas.

Descendí por el lugar, para comprobar la situación y poner cebos para matar las ratas. A medio camino y con la exclusiva iluminación de mi linterna, vi una horrible masa peluda de ratas grises. Estaban acorraladas y me hacían frente, mientras yo estaba encorvado por la limitación de la altura.

Retrocedí lentamente, de espaldas y cuidando de no tropezar, pues habría sido fatal. Poco a poco, los gruñidos desaparecieron. Tiré el cebo y ascendí a la planta. Me temblaban las piernas, estaba sudoroso y aterrorizado.

Tenía 26 años, había tenido la gran aventura de mi vida; había adquirido mi primera experiencia profesional y consideraba que no tenía demasiado más que aprender allí. Estaba decidido; volvía a casa.

Mis amigos estaban a pié del avión. Allí no había detectores de armas, ni tarjetas de embarques. Todo era sencillo y familiar.

Tras fundirnos en un emocionado abrazo, subí al avión y rápidamente, sobrevolé aquellas dunas de arena, por las que tantas veces deambulé y la playa donde observaba flamencos, pelícanos y gaviotas.

La emoción regó mis ojos, mientras pensaba, que nunca más podría pisar el desierto que tanto amé, pero me equivocaba.

Meses más tarde, hubo atentados mortales en Nouadhibou y mis amigos del alma, se fueron a vivir a Arabia Saudí.

Con los años, siendo yo funcionario público español,  me dijeron que "alguien", en Mauritania, se había negado a facilitar la contabilidad de la empresa, incluso con pistola en mano..

En 1980, "ese alguien", que trabajaba para una empresa de conducta complicada, contactó conmigo, cuando yo era la máxima autoridad sanitaria de Melilla. 

Pretendía sacar a través de la ciudad, almejas procedentes de un lugar contaminado. Pero allí, era yo quien mandaba y la línea  del " no te pases", la marqué yo

Por aquél entonces, había vuelto nuevamente al desierto....

...(Continuará) 















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