domingo, 28 de agosto de 2016

Momentos raros

Los días y las noches se suceden, los meses van pasando, las estaciones se repiten incesantemente y la vida sigue su curso hasta que nuestro corazón deja de latir.

Nacemos, crecemos, llegamos a la plenitud de nuestro ser, nos mantenemos un corto instante en la meseta de nuestra cima vital y comenzamos el declive físico y mental hasta el mármol final.

Nuestro camino, está pleno de ilusiones, sueños, derrotas, decepciones, triunfos y alegrías. Nuestra senda, está colmada de anécdotas y de hechos o circunstancias a veces extrañas, imprevistas e incluso peligrosas.

Quien nunca se haya equivocado, es que miente o no tiene memoria. Quien nunca haya tenido anécdotas curiosas o sufrido situaciones cuando menos estresantes, es que no ha vivido. En definitiva, quien no haya tenido "Momentos raros" en su vida, es que los ha encerrado con siete llaves en el baúl de su conciencia y su corazón.

Yo soy de este mundo, he vivido muchos años y tengo una memoria suficientemente preclara, para recordar muchos momentos especiales., lo que no quiere decir que hayan sido siempre "halagüeños"

El hecho de ser escritor de afición, no significa que me olvide del dicho:

"Es mejor ser dueño de mis silencios que esclavo de mis palabras" 

Es decir, que no pienso "largar" más allá de lo que considere prudente, pues mi vida, como la de todos, tiene anécdotas que no tienen porqué trascender y "dar cuartos al pregonero"


"Que me incineren"

Sí, pero sin prisa, que aún me tengo que morir y a ser posible, muy viejecito, de muerte natural y sin sufrir. Pero que luego me incineren, por favor. Digo esto, porque  siendo estudiante de veterinaria, participé en unas pruebas de rendimiento cárnico, de vacas retintas de las marismas de Sevilla, divididas en dos grupos: unas con los ovarios y otras, con los ovarios extirpados.

Las marismas son húmedas y calurosas, por lo que la presencia de parásitos en el ganado, es muy elevada. Recuerdo que tras extirpar los ovarios de una vaca mediante una incisión abdominal, saqué el brazo pleno de vermes que tenía el animal en el abdomen.

No soy un mojigato, pero al verme así, sentí un cierto desasosiego y llegué a pensar lo que podría pasarme al fallecer, de ahí mi deseo de no ser pasto de los gusanos.


"Manos de sangre"

Mis manos pasarían con los años por otras experiencias  desagradables. Como director técnico de una importante empresa pesquera en Mauritania, debía atender y dar las subsiguientes explicaciones a cuántas personalidades visitaban la segunda empresa del país.

En una ocasión, se dejó caer por allí un famoso dirigente africano, que sometía a sus ciudadanos a una férrea dictadura, en la que las torturas y los asesinatos eran práctica corriente. Se trataba de Mobutu, el dictador del Zaire, que me dio la mano al saludarme en la visita que hizo junto al Presidente de la República, Mocktar Uld Dadá.

A mis 25 años, ya sabía la calaña del personaje y debo confesar, que su contacto y su mirada, me produjo cierto escalofrío.


"Barro, corbata y gallinas"

1976, Cantabria. Terno azul marino, camisa blanca, corbata y zapatos impecables. Monté en mi coche y me dirigí a una reunión en el Ayuntamiento de Castro Urdiales.

Mi vehículo se quedó sin gasolina y debí hacer autoestop hacia la gasolinera más cercana. Unos vendedores ambulantes de etnia gitana, pararon para recogerme. Abrí la puerta sin darles tiempo a advertirme que llevaban gallinas vivas sueltas.

Fue una catástrofe. Acabé apurado persiguiéndolas con sus dueños por un prado, Había llovido y cuando terminó la captura, tenía los pies y los pantalones con barro y algunas plumas adheridas al traje.

Cuando llené el depósito de gasolina, retorné a casa, disculpé mi inasistencia a la reunión y mientras me duchaba, pensé que no había sido el mejor día de mi vida


¿Mano podrida?

1979. Era el Delegado Territorial de Sanidad de Melilla. Una mañana, recibí en mi despacho a un musulmán que quería plantearme su problema. Le dí la mano, le invité a sentarse y me dijo que la Seguridad Social no le facilitaba el medicamento para curar su lepra, quedé estupefacto, perplejo y digamos que ..."aconcojado", por no expresarme groseramente.

Afortunadamente, todo quedó en un susto, y 37 años más tarde, tengo la mano en mejor estado que la mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús.


"Un robo asqueroso"

1981, Melilla. El ejercicio de mi citado cargo, aún habría de proporcionarme numerosos "momentos raros"

Se había repetido la epidemia de cólera. Los servicios secretos me habían informado de casos de cólera en Fez, Marruecos y debí adoptar las medidas precisas para evitar su propagación en la ciudad e incluso cerrar la posibilidad de su extensión a la península, como ya había ocurrido en 1971.

Los marroquíes habían negado la existencia de la enfermedad, pero ésta había llegado a Nador y debimos restringir el paso fronterizo. Mi sorpresa fue conocer que el país vecino, nos acusaba de ser el origen del brote de cólera. Fue preciso "tomar prestada una muestra fecal" de un enfermo marroquí, para confirmar la existencia de la enfermedad y comunicar oficialmente el hecho a la Organización Mundial de la Salud.


"Drogado en acto de servicio"

Jamás me había drogado; ni siquiera había dado una chupada a un porro. Sin embargo, aquél día lo hice involuntaria pero intensamente.

Siempre en Melilla y como responsable de la custodia de la droga aprehendida, se habían acumulado varias toneladas de hachís y había sido advertido de un intento de robo de la mercancía.

Intentamos su destrucción por incineración en un acantilado de la ciudad. Estaba en forma de "pastillas de chocolate" y a pesar de emplear gasolina para iniciar el fuego, solo producimos una enorme humareda que inundó la ciudad.

El Servicio antidrogas de la Guardia Civil, el Juez y los funcionarios de mi Delegación, acabamos seriamente "fumados". Volví a casa con sensación de fracaso y con un doble dolor de cabeza.


"El gendarme tiñoso"

La frontera entre Marruecos y Argelia, había sido abierta, tras años de permanecer cerrada. Al cumplimentar los trámites de entrada en Argelia, puse en mi ficha que era "Docteur Vétérinaire". Aquéllo pareció entusiasmar al gendarme, quien prestó especial atención a la primera palabra.

Se quitó la gorra del uniforme y me mostró la enorme tiña que tenía en la cabeza, con el ruego de que le curara. Recordé un viejo remedio que aprendí de mi padre, también veterinario y le receté friegas de aceite con azufre.

Una semana más tarde, al salir del país por aquella frontera, me mostró feliz, su cabeza curada. Obvio decir, que cada vez que pasé por aquella puesto de control, fui atendido con afecto y agradecimiento.


"Sabotaje político equino"

 Ya en Cantabria, había seguido a Adolfo Suárez desde la UCD al CDS. Era el comienzo del final de la opción política de centro en España.

Había acudido a un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme, para dar un discurso junto a un candidato a eurodiputado. A duras penas, habíamos reunido en la plaza del pueblo a una veintena de paisanos.

Empecé mi intervención con cierto pesimismo que pronto se transformaría en consternación. Un zagal pasó por la plaza con un caballo para que cubriera una yegua en celo. El espectáculo pareció al auditorio más interesante que mis palabras y marcharon tras el caballo. Aquél día decidí dejar la política para siempre. 33 años más tarde, he mantenido mi decisión 







viernes, 26 de agosto de 2016

Amanece

Apenas he dormido. Las ranas han cantado la noche cuando se iba huyendo del sol que anunciaba su llegada. Los pájaros, dormidos entre las hojas de mi jardín, aún no llenan de trinos el aire.

Tengo sueño y sin embargo, velo la madrugada. Mis hijos y mis nietos de Suiza, emprenden su vuelta a Ginebra, para quedar, ayuno de cariños de juventud e infancia.

Tomo un "zumito de vaca", leche con sabor a leche, con abundante nata sobrenadando en superficie; placer de pueblo, sencillo, sabroso y con su dosis de colesterol. Unas galletas, besan mi estomago mientras mi cuerpo se pone a punto para los afanes del día.

Un corte de pelo tempranero, una siega de césped postrimera, un sudor de laboro, una ducha revitalizadora, un gazpacho de andaluz recuerdo y sabor de juventud, una siesta de sofá y sin pijama, un té con leche, otro con limón y un " qué hago esta tarde de sábado", entre pensamientos de vida y sueños de mi limitado futuro.

Es el diario vivir, sin reglas que coharten mi libertad sin afectar las libertades ajenas. Es el ver girar las agujas de mis relojes y oír sus tics tacs y sus campanadas de medias y horas. Es el disfrutar de lo que ofrezcan las horas que pasan, disfrutando del privilegio de la respiración y los latidos del corazón.

Vivir es el objetivo de mi existencia. La felicidad es el fin perseguido en mi fugaz paso por el mundo. El amor, en forma de familia y amigos, es la gasolina que me permite caminar y la autoestima, el agua que evita el desierto en mi alma.

Se van los hijos. El jardín ofrece la humedad de la noche y se marchan al oro y al sudor del trabajo, los hijos que son el norte de mi vida.

Amanece, que no es poco.

Sin amigos

1978, el sol calentaba el paisaje y yo sudaba la corbata en mi nuevo despacho de Melilla. Tenía juventud y sobretodo, ganas de servir a los demás. Mi misión era mejorar la situación sanitaria de la ciudad.

Unos golpes secos y contundentes, retumbaron en la puerta de mi despacho. Un hombre airado entró en la sala como si estuviera desbrozando la selva con un machete. Fue mi primer contacto con Manuel Juan Soria Pérez, Secretario General de UGT y del PSOE de Melilla.

Debo confesar, que ni la forma de irrumpir en mi vida, ni sus cargos sindical y político, eran por motivos personales, la mejor presentación para mantener una relación cordial conmigo.

Sin embargo, en las primeras palabras de la entrevista, solucioné su problema, llegó la serenidad y se obró el milagro cuando pronunció algunas palabras mágicas: fotografía, desierto, viajes y aventura.

Habíamos encontrado un nexo común y sin pretenderlo, aquélla mañana, fue el inicio de una gran amistad.

Juntos recorrimos miles de km por ciudades, aldeas, campos y desiertos de Marruecos y Argelia.

Una noche, pernoctamos en una casa en Gulimin y una semana más tarde, la población fue bombardeada por el Polisario. En otra ocasión, fui testigo en Gardaia, Argelia, de una entrevista suya. Mi amigo, tenía el encargo de su partido de sondear la liberación de unos pescadores españoles. Habían sido capturados por faenar en aguas del banco canario sahariano.

Aquellas largas rutas, de día y de noche, forjaron una fuerte amistad entre nosotros. Debido a nuestra dispar ideología política, disentíamos y discutíamos, pero nos unía la confianza y la camaradería.

Militábamos políticamente en partidos opuestos y rivales y mantuvimos una fuerte discusión en una radio local por la disyuntiva entre mejorar el antiguo hospital de la Cruz Roja o construir un nuevo hospital de la Seguridad Social. Aquél día, me criticó duramente como responsable político de la sanidad pública, pero aquél debate no nubló nuestra relación personal.

Recuerdo que al inicio de una elecciones generales, hice de mediador entre Manolo y José Manuel García Margallo, el actual Ministro de AAEE y a la sazón, Diputado por Melilla. A ambos les pedí una noble campaña electoral, pero fue una contienda bastante dura.

Mi amistad con el representante de la oposición a mi partido, no fue comprendida ni admitida y ello complicó mi vida profesional.

Volví a Cantabria para desempeñar un puesto similar y mantuve desde la distancia, la amistad con Manolo y por supuesto, con su familia.  Han pasado ya 38 años desde que conocí a Manolo y a Raquel, su mujer.  En este tiempo, he sido testigo de la evolución de sus hijos, de la degradación física del matrimonio y de la penosa e irreversible pérdida de mis entrañables amigos.

El cariño, la hospitalidad y la generosidad de Raquel y la osadía de un hombre bueno, generoso, polémico e intrépido, marcaron una importante parte de mi vida, ya sin retorno.

Ellos ya marcharon, pero me quedan sus recuerdos, las rutas de la vida que compartimos y los sentimientos acumulados en nuestra historia común.

Algún día volveré a Melilla, a depositar en la tumba de mis amigos, un ramo de flores y unas lágrimas por la amistad desaparecida.

Descansen en paz.









domingo, 21 de agosto de 2016

Amor de viejo

Soy hijo de amor de invierno. Nací un 22 de agosto, asomando la cabeza con las doce campanadas y terminando de nacer en un nuevo día. Soy por tanto, una especie de virgo leonado.

La casa de mis abuelos tenía cicatrices de la guerra civil en la fachada y en su interior reinaba la angustia, la ansiedad y finalmente la felicidad de mi llegada.

Desde entonces, en aquella casa no pareció reinar la paz; pañales, biberones, llantos… y todo el repertorio de un bebé aspirando a la vida, ahuyentaron esa palabra del diccionario familiar.

Siempre tenía cerbatanas, tirachinas, espadas de madera, peonzas y canicas. Subía a los árboles sin importarme el peligro, en busca de nidos de pájaros. Hoy, la ciencia me habría calificado como un niño hiperactivo; pero entonces, solo era un niño travieso. 

Caminé descalzo sobre la hierba por senderos de blanda tierra, incluso por empinadas cuestas entre piedras y cardos. 

Aprendí a soportar el dolor, a vadear los peligros, a bordear los obstáculos y cuando fue preciso, a saltar el desafío sin medir las posibilidades de éxito.

Llegué a la pubertad lleno de cicatrices, de cortes, quemaduras, golpes y alguna que otra pedrada pero era un jovenzuelo sano, noble y cándido. No había alcanzado aún la madurez. Una infancia sobreprotegida me había impedido madurar al sol, al aire y a la libertad de la vida.

Aprendí a leer no solo las letras sino también el lenguaje corporal, los colores del camino, la naturaleza y todas las manifestaciones del arte.

Aprendí a aprender con visión global y descendiendo al detalle, separando lo importante de lo superfluo. Aprendí a ser buena persona.

Esperé el amor sin saber cómo reconocerlo pero pronto lo averigüé.

Busqué la mujer de mis sueños y cuando creí encontrarla, comprendí que no era el hombre de los suyos. Seguí mi camino sin saber que el amor estaba lejos de mi Sevilla, escondido entre las brumas del norte, sin embargo, tardaría varios años en encontrarlo.

Pequé los 7 capitales - especialmente de gula y lujuria -  pero en su justa medida, solo para ser humano. Disfruté del olor a tierra mojada y del café recién molido. Me sobrecogieron, el viento y la lluvia contra mi cara. Me emocionaron, la limpia mirada de un niño y las arrugas de un cuerpo cansado de tanto calendario.

Mis padres se fueron para siempre. Sus manos me habían dado amor y seguridad y yacieron entre las mías por última vez. Mis ojos lloraron perlas de tristeza. Ya estaba casado, tenía hijos y mucho camino por recorrer. Sequé mis ojos, me levanté y seguí. Me dolía el alma, mas no quería transmitir pena sino alegría de vivir.

Pisé desiertos, subí montañas, bajé grutas, descendí ríos caudalosos y nadé libre en aguas profundas de la vida. Viví arcoíris hermosos, observé muchos amaneceres y otros tantos atardeceres; vi muchas formas de luna y algunos eclipses. 

Amé los animales, desde el imponente león a la afanosa abeja. Abracé árboles sintiendo su fuerza y su paz interior. Jugué con mi sombra, me reí con ella y a veces de ella. Reí y reí mucho. 

He aprendido a ser hijo al ser padre y a ser padre ahora que soy abuelo. Disfruto el presente con los nietos, lejanos en el espacio pero cercanos en el corazón. Les abro las ventanas de la curiosidad, les doy amor de viejo al percibir sus tiernas e inocentes miradas y sueño con verles volar al viento de la vida.

Una noche de luna llena, vi volar una lechuza desde la ventana de mi dormitorio. Pensé entonces, que realmente estamos de paso en este mundo y que nuestra larga vida no es más que un suspiro de la historia. 

Juzgué fugazmente mi vida, hice recuento de mis alegrías y mis sentimientos perdidos, es decir, mis “perdimientos”. Luego, pensé en la felicidad.

Durante un tiempo, creí que el éxito personal era el dinero y el poder pero la vida me enseñó que era la salud, el amor, la paz de espíritu y la autoestima personal. Supe que la felicidad no estaba en lejanos países sino en mi corazón.

Ahora ya más sabio, intento “envejecer con éxito” para conquistar la colina de la longevidad; viviendo intensamente, amando, riendo y leyendo en positivo el paisaje de la vida.

Abrazo con franqueza, acompasando los ritmos del corazón con el de la persona amiga. Estoy feliz con lo que tengo, no envidio lo ajeno y no aspiro a ser el más rico del cementerio.

Disfruto con una mirada tierna, un gesto de complicidad, una compañía en silencio o con una risa franca y noble. 

Ansío pasear mis arrugas por la libertad del paisaje, apreciar los pequeños detalles, valorar lo auténtico y sobre todo sentir amor. 

Me desprendo de lo material que me lastra y me encadena al pasado, para sentirme libre, ligero de equipaje y poder  emocionarme en libertad con el canto de un ave, el olor de una flor, el vuelo de una mariposa o el oro y la sangre de los árboles en otoño.

Somos agua y como agua vivimos. Somos gotas de lluvia que lloran las nubes en las altas montañas. Gotas que se unen al inmenso glaciar de la vida y se arrastran hacia el mar. Y cuando la lengua de hielo se adentra en la inmensidad del océano, se funde para reiniciar el ciclo de la vida.

Intento sumar años a mi vida y darle vida a mis años.

Solo soy un mísero mortal, una gota de lluvia en el maravilloso espectáculo de la vida.
Cuando sienta la cercanía del mar y cuando vea las piruetas de las gaviotas en su volar, comprenderé que me acerco al final. 

Necesitaré entonces un día para pedir perdón a todos los que hice daño, otro día más para despedirme de mis compañeros de camino y un último día para decir a mi gente que los quiero.

Pediré entonces un “buen médico” y un “médico bueno” que me evite sufrimientos innecesarios.

Donaré mis órganos para permitir la vida de otros y miraré los ojos de mis amores antes de cerrar los míos para siempre.

Mi cuerpo fallido con sus cicatrices como condecoraciones de vida, hecho ya cenizas, volará en libertad mecido por el viento o nadará sin temor en las espumas de las olas.


“Dedicado a mi madre, en el aniversario de mi nacimiento”

Viajar como un señor

Alguien dijo una vez, que:

"Un amigo, es aquél que te conoce bien y a pesar de ello, te quiere"

Tengo la suerte de tener ese amigo. Nos conocemos desde hace 40 años y aunque nos vemos poco, siempre que nos encontramos, nos sonreímos como si hubiésemos vivido juntos cada uno de nuestros días de vida.

Mi amigo es una gran persona y afortunadamente, tiene suficientes defectos, para ser un simple mortal. A veces es un poco introvertido, pero es un tío sano, noble y generoso, por lo que le acepto tal como es, en el paquete completo de su saber ser y estar. 

Me ha dicho en varias ocasiones que quiere hacer conmigo "un viaje por África". Yo sé lo que quiere: un África de mantel y copa de cava, ropa de hilo, habitación de lujo con ventilador, aire acondicionado, mosquitera y un todo terreno que le sirva los rugidos de leones sin arriesgar a pisar la sabana.

Comprendo su sueño y hasta puedo compartirlo puntualmente, pero lo mío no es ver un continente de escenarios artificiales, sino fajarme en la realidad africana, pisar el polvo y el barro del camino, oler el sudor de África, arriesgarme con cabeza si es preciso y adaptarme a los inconvenientes de la vida. En definitiva, conocer el África auténtica antes que ésta desaparezca totalmente.

Mi amigo sabe que viajo por el mundo, especialmente por África. Unas veces como consultor internacional y en algunos casos, viviendo en casas de gentes, a cambio de amistad, ayuda laboral e intercambio cultural.

Quienes leen mi blog, saben que no me ha importado ser profesor de español o vaquero a caballo en Australia, jardinero en la isla de la Reunión, recolector de maple o ceramista en Canadá, horticultor en Bosnia o constructor de un porche en la Rusia profunda.

He estado en mansiones de gran lujo y en casas modestas. En todas ellas, me he sentido un ser humano afortunado, donde he sido tratado con amistad y he dejado atrás sinceras sonrisas de cariño y hasta lágrimas de despedida.

Hace unos días, cuando propuse a mi amigo ir a Namibia y a Botsuana o bien a Tanzania, su primer comentario fue que le apetecía, pero siempre que "viajara como un señor"

Con aquél comentario pareció decirme inconscientemente, que "no soy un señor cuando viajo" y no lo tomé a mal porque sé que no quería ofenderme y porque le quiero.

Recordé un hecho acontecido hace pocos años en Cantabria. Una caterva de políticos de tres al cuarto, había subido en helicóptero a una montaña de los Picos de Europa, donde les esperaba con mesa y mantel, para comer en su cima, Uno de los comensales, comentó luego que como se disfruta realmente la montaña es subiendo como un señor.. 

Olvidaban ellos, el proverbio sobre el ajedrez y la vida:

"Al terminar la partida, el rey y el peón, duermen en la misma caja"

Lo cierto es que aquellos políticos, hoy muchos de ellos, tirados por las calles de la ignorancia, el descrédito y el olvido, no conocieron la satisfacción del esfuerzo, cuando se llega a una cumbre tras quemar los músculos, sudar la camiseta y tener la sonrisa del vencedor de sí mismo.

Un señor, no se mide en la cuantía del billete de avión, ni en el lujo de la travesía, sino en la nobleza de corazón, su sentido de la justicia, su actitud personal, la delicadeza de su comportamiento y la rectitud de su moral.

Mi amigo de esto tiene a raudales, pero por un momento, no se expresó bien. Se puede ser un señor, paseando el camino en alpargatas, adaptándose a la realidad, hablando con los humildes de bolsillo y corazón y saludando a altas personalidades de las artes, la ciencia, la política o simplemente, con representantes de la pobreza extrema, muchas veces, cargada de dignidad y humanidad.

He debido dar más de una lección a quienes se creían señores y la he recibido de gente sin dinero ni títulos, pero con una sabiduría y una honestidad, que ya quisieran muchos de corbata y cuenta abultada.

A veces, viajo como "un señor" al estilo de mi amigo y otras, como un señor de camiseta sudada, varios días sin afeitar, disfrutando la vida autentica de este maravilloso mundo.

Cuando los años me pesen demasiado y no pueda viajar por la aventura de la vida, cerraré los ojos,
y repasaré el camino recorrido.

Evocaré las noches estrelladas bajo una jaima en el Sahara; los sueños junto al cristal de una casa de montaña canadiense, oyendo la fría y sobrecogedora ventisca de nieve en el invierno; el canto de los pájaros en la cabaña de madera en la densa vegetación  en la isla de la Reunión o los caminos de selva por Nueva Gales del Sur, en Australia; o en el sol de media noche en Suecia.

Pensaré en las sonrisas de mis amigos, de muchos países, idiomas, razas y formas de vida. Sonreiré cuando piense en las anécdotas y vivencias compartidas y seré feliz por ello y difícilmente, recordaré habitaciones estándar en hoteles de turismo masivo.

Por el momento, proyecto viajar a Tanzania con "señorío de espíritu", aunque duerma en tienda de campaña en el Serenguetti y en el Ngorongoro. Y también proyecto volar en low cost a Noruega, para ver sus fiordos desde tierra y desde el mar, hacer una travesía a pie por el norte y observar renos, bueyes almizcleros, osos y alces en la libertad del imprevisible Ártico salvaje.









sábado, 20 de agosto de 2016

Tenerife 5. Adiós, Canarias

Entregué el coche. Era un "penco de la carretera", pero me había permitido alcanzar las "entrañas de la isla". Quedaron atrás los sudores del camino, las curvas sin fin y los barrancos imposibles.

Volví al hotel en la "gua gua", en un largo retornar. El autobús iba atestado de juventud francesa, con visos de viaje de liceo y cuando se bajaron aquellos jóvenes, pareció que retornaba el oxígeno al vehículo.

Recorrí el paseo costero de la zona. El lugar era hermoso, idílico y estaba pleno de guiris. El caso del sol, se llevó los alemanes a la cama y los pocos españoles del lugar, oíamos el rumor de las olas, veíamos en baile de las palmeras al son de la brisa y olíamos las perfumadas "damas de noche" que abrían sus minúsculas flores a la negrura del cielo.

 De regreso, bebí un  mojito que me supo a gloria y más tarde, subí a la habitación, para ver la cosecha de medallas de nuestra España olímpica.

Fue mi último amanecer en la isla. La brisa refrescó mi piel y estremeció mis sentimientos. Mi alma voló al paisaje del infinito y vi nuevamente, un paracaídas rompiendo la línea de los sueños.

Llené mi estómago y con las chanclas en los pies, repetí de amanecer, el mismo paseo del anochecer. Esta vez, llevaba la cámara como fusil, dispuesto a cazar las últimas imágenes de la isla.

Posé junto a una tortuga gigante, un cocodrilo y un varano,... de plástico y pensé que las fotos eran preludio de mi próximo viaje, con rugidos, dientes y garras de verdad, en sinfonías de vida y muerte, por la sabana del Serenguetti y el cráter del Ngorongoro.

Un monumento al "Socorrista", me hizo pensar en el fino hilo del que pende la vida y la tragedia y las preciosas y bien dispuestas casetas de baño, me atrajo nuevamente a la belleza de la isla.

Volví al hotel, hice la maleta y fui a despedirme de la piscina "infinity", de agua salada. Sentí bienestar y satisfacción por la experiencia acumulada. Estaba convencido de que España es un maravilloso país, al que vienen cada año 70 millones de turistas, por su clima, su paisaje, su gastronomía, su cultura y la calidez de sus gentes. Es cierto que hay otros paisajes maravillosos, pero no ofrecen nuestros atractivos turísticos, la seguridad sanitaria, ciudadana y jurídica de nuestra nación.

Tai chi al amanecer, flores, palmeras, belleza por doquier, sonrisas a raudales, sol y alegría de vivir. Esto es España y por supuesto, esto es lo que ofrece una isla afortunada llamada Tenerife.

Vuelvo al norte de España y cambio de nuevo las palmeras por los bosques caducifolios de Cantabria para seguir disfrutando de mi paisaje habitual

Retornaré a este archipiélago, tal vez, para visitar El Hierro, Lanzarote, La Palma o La Gomera. Volveré a impregnarme de sol, alegría y colores, pero mi siguiente destino, será más dramático y salvaje.

La vida es hermosa y hay que beber cada gota de felicidad que nos ofrece, que en parte, nos es sobrevenida por nuestra propia actitud y autoestima. Apuremos pues la oportunidad de disfrutar de nuestro paraíso personal, porque la vida se va inexorablemente en cada tic tac..



                                                             


 

























 










Tenerife 4. Al norte del sur

Bostecé la mañana, la brisa del balcón, acarició mi piel y me dispuse al afán del día.

Un barco velero jugaba con el horizonte y un paracaídas, tirado desde una lancha, paseaba la aventura sobre el mar. 

Los redondos toldos, aguardaban los bañistas, mientras las preciosas chimeneas lucían su albura sobre los rojos tejados del hotel.

Monté en el coche tras pasear el estómago por el buffet. Recorrí la isla de sur a norte y al llegar a Santa Cruz de Tenerife, viré a la costa oeste, hacia Puerto de la Cruz. Es una preciosa ciudad, que inició el boom turístico de Tenerife. Tiene una playa volcánica llamada Playa Jardín, tachonada de cientos de multicolores sombrillas.

Aparcar fue mitad milagro y mitad esfuerzo, pues tuve que dejar el coche muy alejado de la playa.

Paseé por la negra arena, recogí mi pequeño tesoro de colección y vi una "novia vestida de novia", dispuesta a soportar los calores del sol para dar un "sí quiero", a riesgo de sufrir un "Ay Dios mío" y un "Vaya por Dios"

Me esperaba un magnífico solomillo en La Terraza del Mar, compartiendo paisaje con tres generaciones de rusos que le atizaban al pollo asado.

Aún con los calores de la comida, puse zapato tras zapato hacia la parte vieja y auténtica de la ciudad. Un pequeño castillo, preciosas balconadas de madera, ficus enanos, crotones, hibiscos, dragos y palmeras, pusieron sombra y alegría a mi paseo.

Me tropecé con una estrecha "Calle de la Verdad" y recordé, mi "Rincón de la Verdad", al que le dediqué hace meses un artículo y no es más, que el lugar desde el que escribo en el intimismo de mi soledad, las pasiones, los sentimientos, las bondades, razonamientos y picardías que incluyo en mi blog.

Leí un cartel que decía "Tienes que hacer que ocurra" y no me parece mal, pero yo sueño, a mi recuperada libertad jubilar, con otro lema: "Haz lo que se te ocurra", vamos, lo que en castizo se diría: "Haz lo que te dé la gana".... y en esas estamos