domingo, 30 de abril de 2017

Cuarenta cafés

Este mundo tecnificado, tiene mediciones por doquier: físicas, biológicas, temporales, económicas, etc. No podemos librarnos de estar cuadriculados y estandarizados.

Siempre fui un verso libre y aún más, desde que me liberé del yugo laboral. Al jubilarme, me desprendí de las mediciones del tiempo, en forma de reloj y calendario, por ejemplo, si bien, soy consciente de que es absolutamente imposible liberarse totalmente, pues te regulan los horarios de los transportes públicos, las consultas médicas, las proyecciones de cine, las competiciones deportivas y un sinfín de actividades más.

Además, el ojo del gran hermano controla nuestras vidas, de forma, que perdemos libertad en pro de la seguridad.

Sin embargo, podemos subsistir en nuestro microclima personal, minorando la influencia exterior, haciendo nuestro entorno más humano, alejándonos de la estresante vida de quienes deben ir y venir en una suerte de trajín laboral, que nos aliena, con las ansias de prosperar y de tener más, creyendo que es así como se llega a la felicidad.

"No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita" y "Los sudarios no tienen bolsillo"

Tardé demasiados años en darme cuenta que no debía sacrificar mi vida, mi salud, mi bienestar y el de mi familia, adorando al becerro de oro.

Ya jubilado, me he ido desprendiendo de lo material y lo superfluo, como lo hace un cohete espacial, cuando va perdiendo los fuselajes ya inútiles, hasta quedarse en la cápsula fundamental.

He comprendido que se puede ser feliz con una ropa vieja, cómoda y agradable, sin que sea necesario trabajar para lucir etiquetas de marcas que se consideran semáforos de triunfo social.

Valoro ahora el privilegio de acompasar mi reloj al de la propia naturaleza, la posibilidad de viajar y dedicarme a mis aficiones, respirando lentamente, disfrutando del paisaje y haciendo fundamentalmente lo que resulta placentero

Hace poco, un  familiar ha querido adelantar su edad de jubilación. Ello implica la pérdida de 60 euros mensuales, es decir, el precio de 40 cafés al mes.

La decisión ha sido fácil. Comprar la libertad por 40 cafés, es un gran negocio. Se puede vivir con 60 euros menos al mes, pero lo que no procede, es malograr el tiempo, pues es un bien escaso que huye con gran rapidez.

Sabia decisión de una persona a la que quiero y con la que deseo compartir muchas risas alrededor de una buena mesa, aunque ello implique no tomar café. ¡Faltaría más!

Estoy convencido de que siempre habrá un joven con ganas de ganarse la vida, en el puesto que ella deje, aunque ello implique perder parte de su libertad y dar servicio directo a unos parlamentarios autonómicos, de esos que en vez de practicar con elegancia la esgrima dialéctica, se deleitan en el navajeo barriobajero.



















sábado, 29 de abril de 2017

Niños de telediario

Mi infancia fue de leche y miel; de juegos e ilusiones, sin abundancia, pues la época no daba para más, pero enormemente feliz, bajo la tierna mirada y el cariño de mis padres.

Pasaba las horas rodando una pelota, bailando una peonza, jugando a las canicas, entreteniéndome con animales y comiendo pipas, algarrobas, bellotas, altramuces, paloluz, caña de azúcar, castañas, palmitos y otras chucherías que me alegraban la vida.

En la calle, los ropavejeros compraban ropa vieja, lana de colchones, hierros viejos o vendían manzanas de caramelo, algodón dulce, tortas de aceite, garrapiñás, pestiños, jabón verde, cocos y cuanto supusiera una fuente de ingresos en una España de postguerra de ganarse la vida como se pudiera.

Por haber, había hasta recogecolillas, con un bastón terminado en pincho para tal menester y luego las desgranaban para sacar unas hebras o una estacas de tabaco ya ahumado para revender.

No andábamos sobrados, pero la risa nos llegaba hasta las orejas, mientras muchos zagales, portaban ropas heredadas, con algún remiendo y los adultos, le daban la vuelta a las camisas, para aprovechar la tela hasta que ya trapos, solo valían para limpiar.

Vivíamos felices la calle, con tirachinos, balines, cerbatanas, carracas, cariocas y hasta con cometas que casi nunca conseguíamos volar.

Más tarde, tuvimos bicicletas, patines con  ruidosas ruedas de acero y juegos de salón, como el palé, la oca o el parchís, que nos socializaban en un mundo sin televisión ni juegos electrónicos.

Pero no todo vida entre algodones. Era un niño travieso e inquieto y propenso a los percances. Mi cuerpo tenía más mataduras que un burro viejo.

Eran frecuentes los raspones en las piernas y en los brazos, por jugar en campos de tierra, las brechas por pedradas en luchas infantiles, y arañazos por subirme a los árboles.

Aquéllos accidentes no fueron más que percances de vida de un bebé que se convirtió en niño, luego en adolescente, joven y finalmente en un adulto responsable.

Pero no solo vi mi sangre. A veces, tuve experiencias ajenas a la vida de un niño.

Cuando acompañaba al campo a mi padre, que era veterinario, veía las operaciones que hacía a los animales. Al principio, me impresionaba, pero sabía que era para curarles y asegurar su vida.

Alguna vez, me llevóaba al matadero municipal, donde veía sacrificar animales, lo que me producía una fuerte impresión. Recuerdo ver allá a banderilleros y toreros, que mataban las reses con puntilla o con estoque de descabello, para dominar el arte taurino y lucirse en las plazas.

Aún no comprendo cómo mi padre, me enseñó a dar la puntilla a los toros. Una vez, faenaron una vaca y vi con horror, que tenía un feto en su interior. No podía imaginar entonces, que ya veterinario, debería ver cientos de sacrificios en los mataderos españoles.

También vi sangre en las plazas de toros. Mi padre era también veterinario de la Maestranza de Sevilla y desde bien niño, vi clavar banderillas, picar los toros, estoquearlos y darles la puntilla.

Para mí era un drama, ver a mi madre sacrificando pollos o pavos en mi casa. Era lo habitual en Navidades, cuando en casi todos los barrios de Sevilla, había puestos de pavos vivos para celebrar la Nochebuena.

Una vez, en Virgen de Asunción, muy cerca de la plaza de Cuba, vi un hombre que gritaba desesperado, mientas sangraba por el cuello. Habían intentado degollarle e iba dando traspiés mientras perdía fuerza. Es un recuerdo que nunca podré borrar, como tampoco olvidaré una pelea de navajas entre gitanos de un poblado llamado Lafite, cercano a mi barrio.

Cuando veo el telediario, me entristece ver los niños que han nacido, viven y mueren en las ciudades destruidas por el horror y la barbarie.

Son niños sin infancia ni alegría, habituados a sangre de muerte, a llantos plañideros, a miseria, miedo y desesperanza. Han nacidos en el odio, son víctimas de políticos que juegan a la guerra, de fundamentalistas que imponen su sinrazón y de asesinos que destrozan la vida de inocentes para convertirlos en niños de la guerra.

Tuve mucha fortuna. Fui feliz en una España de postguerra. Tuve salud, amor y suficiente comida para jugar, reír y soñar un mundo de colores que hoy disfruto en el ocaso de mi vida.

Otros, viven la tragedia y no dejan de ser una imagen penosa en un telediario, mientras nos entregamos insensibles, al placer de un mundo opulento.



















viernes, 28 de abril de 2017

Mochila al hombro

Hace frío y el sol me besa tras los cristales. Fuera, la brisa baila con las recién nacidas hojas de los árboles. Es viernes, pero ya jubilado, es mi quinto domingo de la semana.

Otro día hermoso, inicio de un largo puente festivo, pues el lunes, es el día del Trabajo y curiosamente, no se trabaja.

Mi mente busca la calidez de lejanas tierras, allá donde el sudor es una garantía y los colores son exóticos y salvajes.

Lugares de horizontes quebrados aún por conocer, con emoción de adrenalina. Sitios de dientes blancos y pieles negras o del color de la tierra, de lenguas ininteligibles, donde sólo la sonrisa o los dientes apretados, son la comunicación que se entiende.

Mosquitos de paludismo, moscas de enfermedad del sueño, garrapatas de fiebres recurrentes, pulgas, chinches, males de altura, golpes de calor, volcanes de susto y lava, accidentes de tráfico, comidas infectas, animales salvajes, accidentes de tráfico, corrupción, delincuencia, o simplemente, una debilidad física, son riesgos que nunca pueden descartarse.

Pero la vida no es para acobardarse, sino para disfrutarla con prudencia, plantando cara al miedo y a las dificultades del camino.

Tiempos de botas y mochila, de esfuerzos de montaña, de horizontes infinitos y de sorpresa por doquier. Días de incertidumbres, de encuentros étnicos emocionantes y en definitiva, de aventuras maravillosas.

Sé que sentiré la emoción del camino, que tendré los pies cansados y la barba crecida. Sé que mi corazón latirá fuerte y lloraré en seco la emoción que me embargue. Sé que me sentiré vivo y pediré al que todo lo puede, que me conceda tiempo y salud para seguir disfrutando la vida.

Pasearé mi mochila, ligero de equipaje, compartiendo el riesgo de vivir, con dos compañeros que tienen como patria el polvo del camino, la lluvia de las nubes, el calor del sol, las estrellas y la plata de la noche.

Iré de nuevo al sur y cuando aterrice, aún más al sur, donde la pobreza convive con la alegría y la lucha por la supervivencia solo tiene como armas, la solidaridad con el compañero o la agresividad con el enemigo.

Dejaré el jardín al día, con mis frutales protegidos de los pájaros, para disfrutar a mi vuelta, los sabores de mi querencia.

Retendré las imágenes de mis amores y la calidez de mi refugio, en la seguridad de mi torre de marfil.

Me olvidaré durante un tiempo, del circo de los políticos, los programas zafios y los debates estúpidos que ofenden nuestra inteligencia.

Dejaré el suelo patrio en la confianza de que las personas de bien, aporten sabiduría, templanza y valor, para defender la tierra que nos legaron generaciones precedentes, tras derramar en ella su sudor y su sangre.

Y cuando vuelva, volcaré mis sueños realizados en estas páginas de sentimientos escritos, con los colores cazados en mi periplo..., cuando vuelva, si Dios me concede el don de volver, para soñar nuevamente.



















miércoles, 26 de abril de 2017

Llora el cielo

Llora el cielo junto al mar, mientras el interior de España, siente el frío de la tardía nieve. Es el canto del cisne, de un invierno que se fue, pero que nos da una bofetada de despedida.

Mis frutales ofrecen ya sus promesas de sabor y las flores alegran mis retinas. La primavera está hoy fría, aunque ya es imparable.

Hoy no es solo un espectáculo climático. Si algunas comarcas españolas han sufrido el pedrisco y perdido las promesas de la tierra, hay ámbitos donde el granizo de la corrupción destruye la fe en la democracia y amenaza la convivencia de la gente de bien.

Se ha levantado la veda del político corrupto y lenta, pero inexorablemente, muchos delincuentes entregan su libertad e impunidad en los juzgados.

Mientras esto ocurre, Erdogán profundiza en su dictadura, Le Pen tiene aún posibilidades de llegar al poder, poniendo en riesgo la construcción europea, el tío Donald enseña los dientes en el paralelo 38 y el canalla de Maduro despeña Venezuela hacia la desgracia.

Andalucía es la puerta de entrada del hachís en Europa, la dama de la falsa sonrisa intenta adueñarse de la ajada rosa del poder, que juzgo como un mal menor ante la amenaza del ¿qué parte del no es la que no entiende? y coleta morada autobusea el país para romper España con dinero tropical y turbantes chiítas.

Llora el cielo, pero el paisaje es hermoso y mi corazón late con alegría. Ni el pedrisco, ni los encarcelados, ni los dictadores, ni los demagogos enturbiarán otro día que me regala la vida

martes, 25 de abril de 2017

Alminares y campanarios

Tras un "llora como mujer lo que no supiste defender como hombre", se inició un nuevo periodo de la historia de España.

La unidad, el descubrimiento de América, el sentimiento patrio y el Imperio.

Construimos seos en las antiguas mezquitas, elevadas sobre arruinados templos cristianos, por los árabes. Pusimos campanarios en las torres que otrora llamaban los musulmanes a la oración y renació el cristianismo.

El arte gótico se elevó a los cielos, como expresión sublime de la fe en nuestro Dios, las iglesias católicas se colmaron de barroco, cristos, vírgenes y santos.

Los pueblos de España llenaron los corazones de fiestas cristianas, peregrinaciones a las recónditas ermitas y celebraciones donde hervía el sentimiento y la devoción.

Las campanas llamaban al culto y nuestros muertos, reposaban bajo la cruz en los cementerios junto a nuestras iglesias.

Nuestros nombres cristianos, nuestras tradiciones católicas, nuestras misas, novenas, procesiones y romerías, se enraizában en nuestras almas y en nuestra historia.

Pero 8 siglos de predominancia musulmana no se borraron fácilmente, ni definitivamente. Allende el estrecho, a nuestra España cristiana la llaman Al Andalus y quieren reconquistarla nuevamente.

Jomeini y Gadafi primero  y más recientemente, los mensajeros del dolor y la muerte, clamaron o claman a la guerra santa para recuperar nuestra tierra.

"Conquistaremos Europa con los úteros de nuestras mujeres", dijo el asesino de Libia y poco a poco, parto a parto y patera a patera, llenan de Islam nuestra geografía.

Barrios enteros y poblaciones cada vez más numerosas, se erigen en una nueva España con ánimos de conquista.

Es una lucha larga, casi silenciosa, en la que el Islam se extiende como manchas de aceite que acaban por fundirse, tiñendo inexorablemente nuestra tierra de otra forma de vida.

Primero entran, luego forman sus guetos, reclaman cambios en nuestras costumbres para adaptar nuestra idiosincrasia a la suya, que no al revés y a medida que se sienten más fuertes, exigirán con mayor vehemencia el retorno al futuro..

En 2 o 3 décadas, serán mayoría y se harán con el poder político, social y fáctico. Ya cuentan con asociaciones y partidos políticos locales. Su patria, a pesar de ser españoles de pleno derecho es, en muchos casos, la del Islam y obedecen a jefes religiosos y políticos exteriores.

La pusilanimidad de nuestra sociedad, la pérdida de nuestros sentimientos patrióticos y de los valores cristianos, junto con nuestro ocaso demográfico, entregarán a los musulmanes las llaves de nuestra tierra.

Derribarán nuestros campanarios, eliminarán las cruces de nuestros cementerios, desaparecerán nuestras manifestaciones religiosas, como las Navidades, el Corpus Christi, el Rocío y la Semana Santa.

Borrarán del mapa gastronómico los productos del cerdo, arrancarán nuestras vides, arrasarán nuestras bodegas y también nuestras feministas más radicales, taparán su cuerpo con velos de sometimiento.

Nuestros políticos extremistas, quieren desdibujar nuestros sentimientos cristianos y favorecen otras religiones.

Nuestros políticos nacionalistas, intentan destruir España debilitando y dividiendo una de las naciones más importantes de la civilización occidental.

Mientras, la mancha de aceite sigue extendiéndose por nuestra piel de toro. Probablemente, en un futuro cercano, nos devolverán aquella lapidaria frase: "Llora como mujer, lo que no supiste defender como hombre"














Amor de gorrión

La lluvia chapotea en el estanque, las palomas torcaces beben de su agua y las ranas croan, saludando las nubes, que por fin trabajan.

Los caracoles se arrastran en la hierba, los mirlos pasean el negro plumaje a saltos y unas tórtolas arrullan en el paisaje.

Mientras, mi alma vuela, amante de un vacío que le arrastra al cielo, dominando el dulce paisaje de mi querencia.

El ayer fue Paloma, la periodista de Dios; hoy ha sido Palomo, el torero de sangre y verónica y en el escaso calendario del 17, también se han ido Juan, Margarita y Eduardo, por los que tenía nobles sentimientos de mi historia pasada y a los que ya no veré vivos en este mundo.

Siento tristeza por sus vidas migradas, pero estoy vivo, con ganas de beber mi presente diario, con ganas de mundo, con ansias de colores en mi reloj, en mis ideas y en mis sueños.

Pero sobretodo, siento amor en un corazón preso en la cárcel de mis costillas. Un sentimiento que arde y busca fuerzas para volar como un gorrión ausente que vuela un mar lejano.

Sólo el miedo me impide volar en libertad plena, en busca de una ansiada felicidad, aunque sea como un humilde pajarillo, de plumas pardas, sin dotes para el canto, pero con capacidad de saltar de rama en rama, sin peso que lastre sus piruetas de libertad en el limpio aire de la primavera.

¡Qué importan los años vividos, los achaques de la historia y el vigor perdido! Lo que cuenta no son los latidos cansados, ni las rodillas doloridas, sino las ganas de sentir, compartir y amar; sobretodo, de amar.

Una vez, siendo joven, viviendo en el África profunda de desiertos infinitos, imaginé mi vida junto a una desconocida mujer y grité solo entre dunas, ¡Algún día te querré!

Ya viejo, cuando mis manos tienen callos de los calendarios vividos, mi alma sigue riendo y mantiene intactas sus ganas de amar.

Son amores de pasión, de hijos y nietos; de compañeros del camino y de prójimos que inspiran compasión y solidaridad.

Los dorsos de mis manos, aún carecen de las pecas de senectud, esas que un viejo amigo, ya con Dios, llamó las "florecillas de la muerte". Pero algún día, llegarán a la cita, como las amapolas arriban cada primavera.

Y cuando ellas decoren las manos que han trabajado, escrito y amado, quiero tener a mi lado, la pasión de amar en silencio, en la inmensidad de la ternura, en la satisfacción de haber vivido, disfrutando de las últimas y cálidas miradas, despojadas de lo material, sintiendo solo la energía que ilumina los sentimientos y hacen llorar de felicidad.



sábado, 22 de abril de 2017

Colección de arena

Música zen; cielo azul; cantos de ranas y jilgueros; flores muertas; frutos nacidos y jardín hermoso.

Mientras espero sereno la vuelta de un hijo, montañero en solitario, trabajo con muestras de lava y arenas de mi colección. Son de todos los países del mundo.

Los colores y las texturas, son muy diversas, dependiendo de su origen geológico, mostrando la enorme diversidad del mundo.

Las hay de carácter histórico, como los enclaves de la antigua trata de esclavos, el motín del Bounty, las playas del desembarco de Normandía, los lugares visitados por Marco Polo, etc.

También son curiosas las procedentes de todos los desiertos del mundo: el Sahara, el Gobi, el Kalahari, ..., sus finos granos demuestran los persistentes vientos perdidos en la negritud del pasado.

Islas ignotas de faunas peligrosas, archipiélagos perdidos en las inmensidades oceánicas, playas besadas por aguas de tiburón blanco o de ballenas, dominios sólo accesibles a los militares  o costas de la Antártida.

Arenas de lagos famosos o de ríos míticos del mundo, como el Missisipi, el Amazonas, el Yantsé, o el Danubio.

Lugares estratégicos, como los estrechos de Gibraltar o de Bering, por ejemplo. Territorios de sangre, como los campos de refugiados, actuales escenarios de guerra,....

Volcanes como el Vesubio, Pitón de la Fournaise, Fuji,...

Muchas de las muestras, han sido conseguidas personalmente, por familiares y amigos o bien, han sido proporcionadas mediante intercambio con otros arenófilos del mundo. Somos casi una gran familia, con nuestro código ético, nuestras publicaciones científicas y nuestra inmensa afición compartida.

Geólogos, biólogos, geógrafos, historiadores, viajeros, somos casi tan diversos como la propia arena que coleccionamos.
Los seres humanos coleccionamos objetos muy diversos: chapas de botellas, vitolas de puros, lapices, cromos, sellos, monedas, muñecas, juguetes, pinturas, dedales, coches antiguos, teteras, fósiles, minerales, insectos,... Hay gente para todo.

Coleccionar proporciona distracción, te culturiza y también te esclaviza. Al final de una vida, algunas colecciones constituyen una gran aportación a la sociedad y se conservan, pero otras, mueren con el personaje que las atesoró a lo largo de su vida.

Mi colección es una distracción, una curiosidad y un afán de viajar por el mundo. A veces, lo hago con pasaporte, botas y mochila y otras, con un mapamundi y unas arenas de lugares de ensueño que difícilmente visitaré.

En este caso, es la imaginación, el estudio de los lugares y la observación de una arena que se muestra hermosa en mi mano.

Algo tiene de sentido de posesión, pero en mi caso, las arenas y las lavas, no son sino una especie de médium que me conecta con lejanos lugares donde silba el viento, vuela la espuma del mar, bulle la micro y la macro fauna, suenan los ecos de la historia, arde el paisaje de lava o se yergue soberbia la cima de una montaña.

Mis pequeños tesoros, son para mí más preciados que las bandejas de plata y las sedas de quienes hacen de su torre de marfil una demostración de éxito social. Mis muestras son la vida viajada y los amigos distribuidos a lo largo y ancho del planeta, de distinta raza, religión, idioma o nacionalidad.

Cada muestra de interés que recibo, o que facilito, es un  momento de felicidad compartida.




    

domingo, 16 de abril de 2017

La mirada del zorro

Paseaba junto a mi casa, cuando vi un zorro espléndido. Aún lucía el pelaje de invierno y caminaba plácidamente entre piedras y arbustos.

Llevaba mi cámara al cuello y le enfoqué. Estaba quieto y me miraba fijamente, intentando adivinar mis intenciones. A veces, miraba atrás, para ladear nuevamente su cabeza hacia mi. 

Me moví pausadamente sin despertar recelos que le pusieran a la defensiva. Ambos nos clavamos los ojos y pasaron unos maravillosos y emocionantes segundos.

Agachó la cabeza e inició nuevamente su marcha, pero le siseé y me hizo una nueva pose. Repetimos la maniobra al menos tres veces y finalmente, se adentró en la espesura del roquedal, caminando al futuro.

Nada que ver con la gran fauna africana de varias semanas atrás, pero fue una emoción local, casi entrañable, vivida entre un astuto del monte y un viejo soñador.

Evoqué mi encantador Rommel, el feneco o el zorro del desierto que crié en Mauritania y traje conmigo a Europa, en 1973. 

Instalado en el pasado, un recuerdo me llevó a otro, sin que mi consciente supiera lo que mi subconsciente tramaba. Mi memoria me trajo sabores perdidos, de pan con manteca colorá, carne en manteca blanca, acebuches, palmitos, altramuces, bellotas, higos chumbos, cabrillas, algarrobas, mostachones, bienmesabes y un sinfín de experiencias de niñez.

Sentía las cálidas caricias de mis padres, infundiéndome protección y cariño, cuando un ¿papá, no me oyes?, me trajo al presente.

Seguimos el sendero, disfrutando el azul del cielo y el verde del paisaje. Vacas y ovejas, parecían mirarnos con curiosidad, mientras el campanario de la iglesia, se clavaba mudo en la línea del cielo, sin llamadas de religión.

Entramos en casa y comimos los sabores del presente, mientras se desvanecían mis recuerdos, como las pelusas de las flores silvestres, lo hacen frente al viento.








  




 


 






martes, 4 de abril de 2017

Última mirada

Primero fueron los sueños, luego el amor y la pasión. Un porvenir resuelto, unos hijos venidos, los llantos de infancia, la rebeldía de la juventud y finalmente, el síndrome del nido vacío.

El climaterio o la pérdida del vigor masculino, la añoranza, los achaques, los nietos, y poco a poco, el declinar de unas vidas que se apagan lentamente, sin poder evitar el declinar por la pendiente, hasta quemar nuestras alas de mariposa, en las llamas del ocaso.

Un día, la enfermedad llama a tu puerta y comprendes que es hora de despedirse. Haces tu equipaje de mano, recorres si puedes, cada habitación de tu hogar y se te agolpan en un instante, los recuerdos de una vida: los amores, los afanes; las derrotas; las decepciones; las alegrías y la firme determinación de ser feliz, a pesar de los obstáculos del camino.

Todo esto ya es pasado. Ahora, con la incertidumbre del presente y el temor de no tener futuro, aprietas los labios e intentas retener las lágrimas, para no causar pena en tus seres queridos.

Sabes que te vas para siempre, pero disimulas para no agobiar tu familia. Saben que se acaba tu tiempo y lloran tras la puerta, mientras te sonríen a duras penas.

Antes de marchar definitivamente, echas tu última mirada, vuelves la espalda y oyes como se cierra la puerta que nunca más franquearás.

Con el alma desgarrada y con miedo al camino, entras en un hospital en el que sabes que saldrás inerte y para siempre.

Historias que se repiten por doquier y cada día, en muchas razas, idiomas y países, que sólo confirman, que la vida es un suspiro y que la tierra no nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a la tierra.

Varias veces, he sido un triste espectador de esta secuencia, llorando tras la puerta la marcha de un ser querido. En todas las ocasiones, he percibido la última mirada al hogar de toda una vida.

Algún día, sabré que ha llegado mi hora, oiré los sollozos tras la puerta y sonreiré para paliar las penas de mis seres queridos. Realizaré entonces la última mirada y comprenderé entonces, cuánto tiempo he perdido en ser feliz, en irradiar felicidad y en apurar cada bendito segundo del maravilloso espectáculo de la vida.

Pero ya entonces, sólo podré pedir una muerte digna y asirme con fe a la posibilidad de una nueva vida, libre de las miserias terrenales.

Doy gracias al Creador, por cada día de mi existencia y solo pienso en llevar al final del camino, un saldo positivo de mi paso por este mundo, antes de que se produzca, mi última mirada
 

lunes, 3 de abril de 2017

Calor de hogar

Los cerezos han vestido de novia mi paisaje. El sol templa la mañana y las nubes han huido llorando.

Las abejas trabajan mis sabores de verano, las gaviotas han volado a la mar, las tórtolas beben en el estanque, los mirlos buscan gusanada y las avispas han vuelto a anidar en el buzón de correos.

El mástil pide una nueva bandera; con los mismos colores, pero entera, pues la que antaño voló la patria al viento, se hizo jirones bailando en el paisaje.

Las campanadas del viejo reloj, me recuerdan que el tiempo pasa; las vacas de la colina, comen el verde para hacer mi desayuno y los erizos aguardan en su madriguera las horas oscuras para comer los caracoles.

El paisaje está quieto, ausente de vientos que le inviten a danzar con la música de la vida. Hay paz, belleza y serenidad; hay bienestar y felicidad.

Si, me apasiona viajar y también vivir la querencia. Son hermosos los paisajes ajenos y curiosas las mentes lejanas, pero en el fondo, nada hay más placentero que el corazón amigo, el rincón personal, las viejas zapatillas y el hundido sofá que ha soportado tantos sueños de hogar.

No consiste sólo en cantidad de tiempo, sino sobretodo, en calidad de horas de reloj, compartiendo la piel de los seres queridos.

Hay quienes piensan que los empedernidos viajeros no tenemos raíces de amor y buscamos en el viento, la huida por los mundos de la aventura. Creen que hay que vivir hundido en el terruño local, como el canario que no sabe volar si le abren la jaula.

Si todos fuéramos así, no conoceríamos el té ni el café; no comeríamos patatas, ni siquiera naranjas; no sabríamos lo que es la seda ni tan siquiera podríamos disfrutar de las especias. La vida no tendría colores y los alimentos no tendrían sabor.

Mirarse eternamente a los ojos, sin más horizonte que el propio paisaje de siempre, puede ser muy hermoso, pero también lo es otorgar hojas de calendario a ruidos lejanos, de razas y afanes diferentes, de costumbres y pensamientos anclados en el pasado o con ansias de un futuro que se hace día a día.

Ir, ver, sentir, añorar y volver. Amar, compartir, refugiarse en el caliente rincón de madriguera, soñar y más tarde, seguir la brújula de nuevos e ignotos caminos, no siempre cómodos ni seguros, pero siempre maravillosos.

El mundo no sería como es, sin gente pegada al terreno, sin marinos que se adentran en los mares, sin aventureros que caminan los desiertos o sin científicos que investigan los misterios del saber.

He sido un soñador anclado en la responsabilidad de mi familia, convertido en noray, para que mis hijos pudieran atracar seguros en el puerto, las naves de sus aventuras juveniles.

He sido, pero ahora, tras el deber cumplido, con hijos maduros, responsables y autónomos, me siento libre para soñar mis propios paisajes.

Nunca pierdo la referencia de mi origen. No necesito echar garbanzos al camino, para encontrar el calor de mi hogar. Sé viajar y sé volver. Doy rienda suelta a mi frenética curiosidad, doy caminos a mis zapatos y sudores de mochila a mi espalda. Doy oxígeno a mi viejo corazón y trabajo a mis sueños y añoranzas.

Vivo intensamente, como un guerrillero de la aventura, en un "me voy y vengo", alternando faunas, paisajes y paisanajes, atravesando husos horarios, alternando la Estrella Polar con la Cruz del Sur y viviendo mas de una primavera cada año.

Estoy feliz en mi querencia, bajo el techo de mi hogar. Me emocionan mis cerezos en flor y los pequeños detalles de mi vida,

Me conmueven las miradas cómplices de mis amigos y los abrazos de mis seres queridos, pero también sueño con una Etiopía que me atrae a pesar del cruel desierto del Danakil, el volcán Erta Ale y las belicosas tribus del río Omo.

Volaré a extraños lugares, volveré para abrazar los sentimientos de mi hogar y quizás llegue a tiempo, para saborear las cerezas que el sol madure en mi ausencia