martes, 30 de noviembre de 2021

El escritor errante

La escritura, es un vehículo de comunicación, un arte, un trabajo, una necesidad y en mi caso, una pasión. 

Suelo teclear mis artículos con una idea preconcebida, normalmente inspirada en mis amaneceres. Es cuando mi cerebro tiene una actividad inusitada y se me agolpan tantos detalles, que se pierden como el agua sale de un canasto.

Sigo entonces un hilo conductor, como una hormiga transitando por una fila junto a sus compañeras. Pero pronto abandono el orden. La imaginación y la espontaneidad se funden con los sentimientos; abandono la disciplina de la hilera y me sumo en un caos.

Es una lucha entre el raciocinio y el corazón, que se trasluce en párrafos que salen a borbotones. La razón me invita a la prudencia, al orden y al rigor. El corazón me impulsa a la anarquía y a la transgresión.

A veces, acabo agotado por la tensión y dejo reposar las emociones. Más sereno, corrijo tiempos verbales, contradicciones y reiteraciones, mejoro la presentación y finalmente, duermo el texto unas horas, para eliminar impulsos excesivos. 

Intento que la transparencia me haga auténtico; la imaginación, imprevisible; la experiencia, lógico; la bondad, confiable; la ironía, cáustico; la poesía, suave y el amor, tierno.

Cuando el artículo me emociona, lo publico para tocar el corazón de los lectores y entonces, mi yo errante suspira satisfecho.


lunes, 29 de noviembre de 2021

Lobos humanos

Mar abierto y horizonte nítido, como pintado con tiralíneas. Ningún barco surcando la mar; cielo sin nubes, solo dibujado por la estela de un avión; sin aves jugando en el viento. La mar se mueve de sur a norte y el sol se mira en un espejo de aguas verdes, que dora con sus reflejos.

Bajo la apariencia de calma, el piélago bulle por la ley de la supervivencia; de comer o ser comido, en aguas abiertas o en fondos de arena y roca, donde predadores y víctimas, danzan la música de la vida y la muerte.

No hay piedad ni sentimientos; sólo la ley del más fuerte, del más precavido o del más adaptado al medio. Sin embargo, es un mundo hermoso y subyugante, que enamora, envuelve y atrapa nuestra alma romántica, aventurera y libertaria.

Navego por mis sueños, en un velero llamado "Imaginación"; vivo la mar y sus paisajes; pero como Alberti, soy un "marinero en tierra". Me gusta la mar y necesito vivirla, pero soy de suelo firme, más de tigre que de tiburón; más de montañas que de simas; más de melancólicos otoños, que de cocoteros en blancas arenas de coral.

Las inmensas aguas que dominan la Tierra, te hacen pequeño y te ofrecen la soledad del navegante. Pisando suelo, marchas sobre un mundo escrito por seres humanos movidos por los más nobles sentimientos o las más grandes miserias. 

Rige también entre nosotros, la ley de la supervivencia, solo que no es siempre de comer o ser comidos, sino de explotar o ser explotados, donde el alimento, es la energía del trabajo. Un mundo que tiene sus lobos y ovejas humanas; donde los predadores pastorean la masa amorfa de quienes carecen de formación y criterio, para ser conducidos como "corderos en silencio", hasta los rediles sin libertad.

Soy un verso libre, un viejo formado y con experiencia, con muchas cicatrices del camino. "Pienso, luego incomodo"; "analizo, luego rechazo". No soy de un equipo deportivo, ni de un partido político; solo me pertenezco a mí mismo y evito en lo posible, los embudos que ponen en el camino para conducirnos a un aprisco, o a los que quieren "capturar" nuestro alma y voluntad. No soy un pasivo punto en la base de la pirámide, para sostener los privilegiados que viven de los demás, en su vértice de lujo y poder.

No me atrapan las dictaduras de las modas, los mensajes publicitarios, los eslóganes políticos y tantos cantos de sirena, que adocenan y alienan al ser humano.

Sé que han introducido un caballo de Troya que amenaza nuestra nación; veo con preocupación las banderas que enturbian nuestra convivencia; oigo el murmullo de las termitas políticas, minando las vigas maestras de nuestra Constitución y observo con inquietud, los peligros externos que amenazan los pilares de nuestra civilización, forjados por nuestros antepasados, con sacrificio, valor, honor, orgullo y entrega.

Vista al mar; música suave y un té en la manos,... es un momento feliz, pero siento inquietud ante los lobos humanos que amenazan nuestra convivencia y esperan su momento de aquelarre. 

lunes, 22 de noviembre de 2021

Música y lágrimas

Cuando los militares norteamericanos rinden homenaje a los muertos por la patria, suena estremecedoramente "Il Silencio", también conocida como "Taps", melodía que data de la Guerra de Secesión norteamericana.

"Se trata de una pieza musical de carácter solemne que se interpreta al anochecer, en los funerales y en las ceremonias donde esté presente la bandera de los Estados Unidos. Se atribuye su composición a Daniel Butterfield, (1831-1901), General del Ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión. La pieza se suele tocar por un solista de trompeta."

Cuando oí la versión sobre este tema a Roy Etzel, en el verano de 1965, sentí una gran emoción. Muchos años más tarde, presencié en el cementerio de Arlington, Washington el entierro de un militar caído en combate. Entonces, lloré perlas de sentimientos, mientras un nudo en la garganta atenazaba mi garganta, al oír palabras como honor, valor, generosidad y patria.

                                                

El compositor norteamericano Samuel Osmond Barber (1910-1981), compuso en 1936  el "Adagio para cuerdas", que fue estrenada en 1938, sin que pudiera imaginar entonces la futura proyección de su pieza musical.

                                            
                                         

La composición maestra de Barber, fue elegida como la "obra clásica más triste" jamás creada y fue inscrita en el Registro Nacional de Grabación en la Biblioteca del Congreso de los EEUU.

Adagio para cuerdas, ha encogido el alma de ciudadanos del mundo, cuando se han enfrentado a tristes eventos de gran carga emotiva, como el anuncio del fallecimiento del Presidente de Guerra, Franklin Delano Roosevelt o la ceremonia celebrada en el World Trade Center para conmemorar las tremendas pérdidas de vidas humanas en los ataques del 11 de septiembre de 2001.

                                                          

                                                
                                                            
                                                
                                             
Ya en España, me emociona La muerte no es el final, del sacerdote Cesáreo Gabaráin Azumendi (1936-1991), que sirve como himno para honrar a nuestros militares caídos por la patria. Su letra, es un canto a la fe y a la esperanza

                                                            

                                           

                                                   "Tú nos dijiste que la muerte
                                                     No es el final del camino
                                                     Que aunque morimos no somos
                                                     Carne de un ciego destino"

                                                   "Cuando la pena nos alcanza
                                                     por un compañero perdido
                                                     cuando el adiós dolorido
                                                    busca en la Fe su esperanza.

                                                    En Tu palabra confiamos
                                                    con la certeza que Tú
                                                    ya le has devuelto a la vida,
                                                    ya le has llevado a la luz"

 
Estas tres composiciones musicales, son tristes, pero hermosas para acompañar tragedias, elevar almas, ensalzar nobles sentimientos y pacificar corazones. Un revulsivo para volver a la alegría, la fe, la esperanza y la vida.

sábado, 20 de noviembre de 2021

Tiempos vividos

Córdoba, mañana del 14 de octubre; plaza de la Corredera. Lugar antaño frecuentado por ancianos arrugados por la edad y la mala vida; puestos de artesanía de mimbre y barro; de melones y sandías en  tiempos de calor y de pavos vivos, en los fríos días de Navidad.

Bares y restaurantes, servían desayunos a turistas y lugareños. Los unos, respirando los típicos tópicos; los otros, exhalando "senequiana" sabiduría, llena de historia, embelesada en tiempos lentos, como las aguas que fluyen sin prisa por las orillas, ajenas al caudal central del río.

Las apariencias eran distintas, pero bajo los signos de modernidad, creía intuir la pátina que aún recubre la mente cordobesa.

Acudí pausadamente a la antigua Facultad de Veterinaria, hoy sede del Rectorado de la Universidad y al recorrer las calles, reviví los calendarios de mi juventud.

Reconocí los viejos edificios; aquellos que decoraba con mi fugaz sombra al pasar, mientras movía las inquietudes y los sueños, de mi proyecto de vida.

Uno de ellos no me dejó indiferente. Se trataba de la antigua sede del Colegio Mayor Lucio Anneo Séneca, lugar de mi residencia durante la carrera.

Aún olían los tardíos jazmines, cuando toqué unas lantanas, rememorando sureños aromas del pasado.

Estaba de nuevo pues, ante la sultana Córdoba de los patios cordobeses, la Judería, la Mezquita, el Puente Romano, el Cristo de los Faroles, las Tendillas, la plaza del Potro, el Alcázar..., puro arte que enorgullece a sus habitantes.

Respiraba el paisaje urbano que había abandonado medio siglo antes. Entonces, ansiaba aires de libertad, en una Francia aún convulsa por las revueltas de mayo del 68.

Ya en el Paris del 1971/72, viví un ambiente cosmopolita y revolucionario, asistiendo por curiosidad a mítines comunistas de maoístas y leninistas, deambulando por el Barrio Latino o compartiendo mesa en comedores universitarios, con estudiantes de numerosas nacionalidades.

También asistí,  no sin riesgo, a la proyección del film "La batalla de Argel". Aún estaban calientes los resentimientos entre franceses y argelinos, tras la pérdida de la colonia. Elementos descontrolados de ambos grupos, acudían al cine, con cadenas y armas blancas.

Tuve ocasión igualmente, de pulsar las aspiraciones de exiliados independentistas vascos y catalanes, así como el rencor de una víctima republicana de nuestra Guerra Civil. Éste tras enrolarse en la Resistencia francesa y combatir con la Legión Francesa en Indochina y Argelia y como mercenario en Angola, era un desecho de guerra, pues sólo sabía matar y deseaba ajustar algunas cuentas en nuestro país.

Estas vivencias personales y las ya descritas en otro artículo titulado, "Las sombras del poder", habrían de fijar mi posicionamiento político en el futuro, que no era otro que la defensa de la convivencia española, en un  sistema democrático de libre economía de mercado, un modelo territorial que superara los viejos problemas de antaño y una verdadera separación de poderes del Estado.

Después vendría experiencias profesionales muy diversas, tanto en la empresa privada, como en las administraciones públicas, nacionales o internacionales, técnicas o técnico-políticas.

Habían pasado -casi sin darme cuenta- cinco décadas desde que acabara la carrera y ahora, volvía a un reencuentro con los supervivientes de mi promoción veterinaria.

Quería abrazar a mis compañeros y comprobar la evolución personal de cada uno de ellos. Ya jubilados, habían sido funcionarios civiles autonómicos, nacionales, supranacionales o incluso, militares, catedráticos, empresarios y empleados de empresas privadas. 

Cáncer y corazón, se habían llevado a algunos de los nuestros y los recordamos con tristeza y cariño. 

Para asistir a este evento, había venido desde Islandia, acortando mi inicial proyecto de prolongar mi aventura hasta Groenlandia.  Venía cansado e incluso dolorido por un accidente de montaña, "pero venía", por eso, sentí tristeza, por la ausencia de compañeros que habían sido una parte importante de mi vida académica. Sin embargo, pude abrazar con alegría, a D. Amador Jover Moyano, último superviviente del elenco de catedráticos que nos habían forjado como profesionales, a los que recordé en silencio, con cariño, admiración, agradecimiento y respeto.

Oí intervenciones de los que habían desempeñado exclusivamente la docencia universitaria, llamándome la atención expresiones, como la "defensa de la profesión", echando en falta, aportaciones de quienes habían descollado en la empresa privada, abriendo nuevos campos a la profesión.  

Fuera de nuestra Facultad, ya convertida en Rectorado, confraternizamos en el espléndido Círculo de la Amistad, lugar de encuentro de la burguesía cordobesa. Allí fijamos una nueva cita  a 10 años vista; la de los 60 años de licenciatura. Los afortunados que consigan "envejecer con éxito" y alcancen la colina de la supervivencia, podrán abrazarse de nuevo. 

No importarán calvicies, obesidades, bastones, prótesis de caderas, diabetes, marcapasos,...lo importante será llegar, abrazarse, recordar a los que se fueron y dejar en "nuestra Facultad" el último destello, de una promoción veterinaria, que brilló por méritos propios en numerosos ámbitos de la sociedad.                                                  

                                                                                                                                                    Promoción Veterinaria 1965/66 a 1971            Amador Jover Moyano, Catedrático de Anatomía Patológica y Ex Rector de la Universidad de                                                              Córdoba, nuestro "Maestro y amigo" 

                                                                                                   Francisco Castejón Montijano y  Miguel del Valle González,                                                                 ante el monumento del insigne Catedrático, Decano de la Facultad                                                             de Veterinaria y arabista, D. Rafael Castejón y Martínez de Arizala



jueves, 18 de noviembre de 2021

Vivir es el camino


Nace un  nuevo día. Siento el frío de otoño en el rostro y miro la mar desde el balcón. La intensa lluvia limpia la vida y oigo su ruido mientras Dana Winner canta "One moment in time live". 

Luego, me emocionan Helene Fischer, con su "Ave María"; Sarah Brightman con "No one like you" y Jona Jinton, con su llamada musical a los animales en las brumas del bosque sueco. Finalmente, David Garret inunda el aire de alegría y colores tocando "Viva la vida".

Un homogéneo gris plomo difumina el paisaje, pero no ha robado el horizonte; tan sólo le ha añadido melancolía. Las palmeras bailan dulcemente y los veleros yerguen quietos con sus mástiles al cielo, listos para nuevas singladuras en libertad.

Estoy en  Altea, atalaya del Mediterráneo, desde la que se divisa una ruta de navegación. Por ella pasan grandes barcos desde Marsella, Barcelona, Valencia... con destino al sur, para abrirse en abanico, bien hacia el Canal de Suez o hacia el estrecho de Gibraltar. Buques portacontenedores, petroleros o gasistas, yates deportivos, barcos de pesca, grandes cruceros turísticos, pequeños veleros, kayaks, motos acuáticas,... todos dibujan estelas en la mar. Unos, llevando materias primas y bienes de consumo, otros pescando o facilitando el deporte o llevando turistas ávidos de mirar el mundo. 

Estoy en mi balcón, mientras la aplicación "Marine Traffic" satisface on line mi curiosidad náutica. El nombre del barco, su bandera, su imagen, su actividad, el puerto y la fecha de origen, así como el del destino,... 

Ello evoca lejanas aventuras y estimula nuevos sueños de vida. No bastan los actuales 16 km de alcance de horizonte, en unos 160º de visión, pues siempre hay un más allá, por pisar, con sus paisajes y sus gentes.

Tengo la mochila cargada de historia, pero aún no he terminado mi proyecto viajero. "No me canso de vivir" y aún desgastado por las sendas recorridas, tengo mucho paisaje por disfrutar.

Cada vez que "cae" un compañero del camino, recojo su testigo virtual, para llevarlo más lejos, como un soldado de la vida, empeñado en poner la bandera de la ilusión en la colina de la senectud.

Es sentirse vivo, con fuerza, amor, música y emoción.  Es "Vivir el camino"                                                                        

                                                                      Paisajes vividos







Paisaje de hogar



Un paseo por el puerto



Marine Traffic


Música para sentir