domingo, 29 de abril de 2018

India y Nepal. Capítulo 12: Kathmandú. 2ª parte

El río Bagmati es un afluente del río Ganges y es sagrado para los que profesan el hinduismo, al que vierten las cenizas de sus muertos ya incinerados.

La primera vez que vi una incineración, fue cuando autoricé una en Melilla, con ocasión de un fallecimiento habido en la colonia hindú de la ciudad.

Días atrás, había presenciado varias cremaciones junto al Ganges, a su paso por Varanasi. Esta vez, he visto aún mucho más cerca y de forma aún más cruda, junto a las turbias y escasas aguas del río Bagmati, a su paso por Kathmandú.

El fallecido es cubierto por una tela blanca, envuelto normalmente de flores del color del azafrán y colocado en un soporte de bambú.

Posteriormente, es sumergido mediante una rampa ad hoc, en las aguas del río para su purificación y dispuesto sobre una terraza de cemento para su cremación.

Este rito, no es aislado, pues hay unas 20 terrazas dispuestas para la realizar las numerosas cremaciones que se producen diariamente.

Los familiares asisten con dolor y fe a la cremación de su allegado, mientras que en las escalinatas sitas al otro lado del estrecho río, observan la actividad personas locales y algunos turistas que se atreven a ello.

Terminada la cremación, las cenizas son barridas a las aguas, que con el tiempo, llegarán al cauce del gran Ganges.

Se advierte al lector que las escenas son impactantes. También se informa, que tras el testimonio gráfico de este ritual, se exponen testimonios gráficos de otra religión de gran interés: el budismo, también muy enraizado en Nepal.

Río Bagmati























 

   
 

 



 






     
 





 Las escenas vividas, con su dramática carga emocional, el insoportable olor y el dolor de los familiares, dejaron el alma sobrecogida. 

Seguimos el camino y súbitamente, nos vimos inmersos en un ambiente lleno de color y vida, restituyendo pronto nuestro estado de ánimo.









Nuestro siguiente destino, era un templo budista de clara influencia tibetana. Cuando China invadió el Tibet, se refugiaron en Kathmandu unos 70,000 tibetanos, haciendo de este valle su vida en el exilio.

Los fieles oraban girando numerosas veces alrededor del templo, siempre en el sentido de las agujas del reloj. Me senté en un banco, con mi cámara fotográfica, en una especie de caza al rececho. He aquí una muestra de las siluetas, los colores y el alma de unos fieles del budismo.