sábado, 31 de diciembre de 2016

Lagrimas de sirena

El ser humano ha sobre-explotado el mar y lo ha degradado con sus vertidos industriales, de aguas residuales,y toda clase de residuos sólidos.

El mar ha sufrido hundimientos de barcos petroleros, ha sido testigo de guerras navales, trafico de esclavos, muertes masivas de desesperados que huyen de la tragedia en busca de un mundo mejor y esconde en sus entrañas muchos aviones que jamas llegaron a su destino.

El mar sufre los devastadores efectos del calentamiento global, se deshielan los casquetes polares, mueren sus arrecifes de coral, están en riesgo sus manglares y ve cómo desaparecen hermosas playas por el aumento del nivel de las aguas.

Sin embargo, el maltratado mar, transforma a veces en belleza,la fealdad de la acción del hombre..

Hubo una época, en la que el ser humano tiraba cientos de botellas de cristal al mar. Las escombreras eran un triste espectáculo que nunca debió producirse.

Sin embargo, el mar las aceptó, las bailó al son de las olas, las rompió en pequeños cristales, los arrastró, los rodó, eliminando sus aristas y nos devolvió el material como hermosas perlas de cristal de colores.

Dos escombreras, una en España (Asturias) y otra en Norteamérica (California), recibieron del mar el regalo de sendas playas de cristales de colores.

Alguien bautizó aquellos cristales, como "lágrimas de sirena". Poética y hermosa expresión.

Soy un afortunado coleccionista de arenas. Tengo en mi colección muestras de ambas playas y estoy orgulloso de ello.

Me gustaría estar igualmente orgulloso de la Humanidad. En unas horas, finaliza un complicado año y no sabemos cómo será el nuevo que ya ha asomado en nuestras antípodas. Ojalá, sea un año verde y azul y el ser humano, no dé motivos para que nuestra sirena vuelva a llorar

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viernes, 30 de diciembre de 2016

El mapa de mi vida

Se acaba el año. Es momento de mirar atrás, ver el camino recorrido, teñir de azul el mapa del mundo allá donde he puesto los pies y hacer con ello el mapa personal de mis viajes.

Yo diría el mapa de mi vida, donde se ha cocido mi historia.

A veces, han sido pasos someros, de escasos días, viendo los colores del paisaje, gustándo los sabores, sufriendo o no los olores del subdesarrollo, admirando sus logros, humedeciendo mis ojos de emoción y sorpresa, tostándome la piel, sintiendo el frío en los huesos, en definitiva, viviendo.

Otras veces, han sido numerosas y prolongadas visitas a un país, con el denominador común de compartir sentimientos con amigos o familiares, como me ocurre con Francia o con Estados Unidos.

Y por supuesto, las largas estancias de meses o incluso años, cuál es el caso de Francia, Marruecos y Mauritania.

Sin estas experiencias viajeras, yo no sería quien soy. Cada viaje, ha dejado en mí una huella personal y ha contribuido a mi formación y mi madurez.

He conocido 33 países, en los que no incluyo los que tan solo fueron insulsas escalas de avión sin salir de aeropuertos como los de Hong Kong o Nairobi, por ejemplo.

No estoy cansado de viajar. Conservo intactos mi curiosidad, mi espíritu pionero y las ganas de sumergirme en culturas muy diferentes. Como jubilado, tengo mucho tiempo, pero como ser humano, tengo la limitación temporal que determine mi salud.

Seguiré por tanto, tiñendo de azul el mapamundi. Egipto, Namibia, Bostwana, Zimbabwe, Sudáfrica y Etiopia, son los países indispensables que a priori, deberían poner punto final a mi experiencia africana.

Asia es un continente casi virgen para mí, exceptuando una parte oriental de Rusia y de Turquía. Vietnam, Camboya, Tailandia, Indonesia, China y Japón, son sueños realizables.

Del norte de América me queda México. Del centro, además de Honduras, país en el que trabajé unas semanas antes del huracán Mitch, deberé visitar Costarrica, Nicaragua y Panamá. Del sur, Perú, Bolivia, Ecuador, Brasil, Chile y Argentina

De Europa, me faltaría fundamentalmente, Austria, Polonia, Hungría, Grecia, Chequia, Eslovaquia, Irlanda e Islandia

De Oceania, no deseo perderme Nueva Zelanda ni Nueva Guinea Papúa. Las islas Pitcairn, no tienen un especial interés cultural, pero sería un sueño visitar una isla tan ligada al famoso Motín del Bounty. Tengo al menos, arena de sus playas, como de otros lugares del planeta que nunca llegaré a visitar. Al menos, cuando tengo arenas de esos lugares lejanos, me transporto a ellos con mi imaginación.

Con tiempo, salud y tesón, pasearé mi ojos, mi corazón y mi razón, por los caminos de Dios, si El me lo permite. A veces, haré sólo el camino, con mis incertidumbres y temores y otras veces, lo haré, acompañado por un alma amiga que quiera compartir la gran aventura de la vida.

Es cierto, echo de menos algún soñador como yo, con los pies ávidos de caminos, con una mochila en la espalda y una cámara en el hombro.

Más tarde, cuando el sol haya quemado la fragilidad de mis alas viajeras y los pies me pesen demasiado, quedaré en la querencia de mi origen, evocando mi pasado en los recuerdos y el pasado de mis antepasados, en forma de piedras románicas, árabes o góticas y disfrutando de los sabores de mi tierra que el médico me permita.

Por ser gráfico, soñaré menos la ruta Transafricana, desde el Mediterráneo a Sudáfrica, el Transiberiano, desde Moscú a Vladivostok o la propia Ruta de Ho Ch Min, en Indochina. Entonces, si aún me queda un hálito de vida, cumpliré al menos una etapa del Camino de Santiago.

Ya senecto y cercano momento del marmolillo final, con los libros escritos, a la sombra de los árboles que ya he plantado, al amor de los hijos tenidos y de los hijos de mis hijos, me dejaré ir lo más tarde posible, al encuentro de mis seres queridos y desaparecidos, nutriendo, tal vez, las raíces de un hermoso árbol en un idílico paisaje o paseando las espumas del mar, viendo cabalgar las olas a los jóvenes surferos, que se afanan en pasear por las sendas del mundo que yo habré definitivamente abandonado

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                                          Túneles guerrilleros del Vietcom en la ruta Ho Chi Minh







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miércoles, 28 de diciembre de 2016

Mala leche

Siempre me he tenido y me han tenido por una buena persona. Cabroncete, pero buena persona. A veces, un bromista y un mamón, pero buena persona.

La verdad, que el "buenpersonismo" no es siempre interpretado como una característica positiva. ¿Qué tal es fulanito?, psch..., una buena persona. Es decir, ni chicha ni limoná, ni bueno ni malo, sino todo los contrario; un paseapenas sin gloria por los caminos del mundo.

Yo más bien lo interpreto como un ser humano bien intencionado, empeñado en inyectar bonhomía y optimismo en las venas de la sociedad, incapaz de hacer daño a nadie voluntariamente, que intenta casi siempre ayudar, que confía en la bondad de los seres humanos y que cree a los que le rodean.

Precisamente, los que hacen, pschhh, para definir a un ser simplemente bondadoso, se mofan de su estupefandez, su credulidad y su incapacidad para hacer el mal. Es decir, que no es alguien al que se deba temer y por lo tanto, no hay que prestarle demasiada atención.

Creo haber nacido para bueno, aunque no trabaje para santo, ni sea un tipo estupendo en su grado más heroico, pero me toca la región procreadora que solo vean en mí la bondad de los corderos.

Hoy quiero ser malo, sacar sangre de lobo, enseñar los colmillos..., en definitiva, ser "un mala leche" temporal, "para saber lo que se siente". Ya estoy harto de decir a todo el mundo que todo sea bueno por Navidad.

Quiero saber qué placer tienen algunos de machacar a los demás, de hacer daño sin tener problemas de conciencia, de faltar el respeto a la "buena gente" y causar dolor y amargura a quienes son simplemente hijos de Dios:

"No comprendo al mamandurrón de Bonfardo Luís, que se pasa de listo, mofándose de los demás, con su colesterol rebosante en efecto magdalena

Él que es alto como media persona y gordo como dos; que tiene los dientes bailando la yenka, sarrótico perdido de tanta espuma que venenea por sus fauces; el mismo que anda a las 3 menos cuarto y peina sus siete pelos en "tendido eléctrico" para aparentar lo que no puede.

Él que se considera un macho alfa, cuando no es más que un fracasado husmeador de sobacos ajenos, que se corroe de envidia y maldad porque no tiene capacidad de creer y amar.

Un chiscaragabis, que se recuece en la envidia de quienes ríen abiertamente, sanamente, con otra persona, que no de otro; un mondonguero de amargo rictus, que le suena el pellejamen cuando se rasca, de tanta mugre que tiene pegada; un catalino que huele a efluvios de fabada mal digerida y se cree aroma de nardo.

Un piojo resucitado, que se cree un pijo de caviar y trufa blanca, que solo dejó de comer manteca cuando se metió en política y vendió su alma para trincar prebenda.

Un mamorcio, de bajos fondos, que se mueve en las cuevas del poder y enferma con el aire puro de la honestidad. Un follorcio sobadomingas de mirada lividinosa y empuje venido a menos.

Un cotorroveydile de servil apostura con el poder y un ófido fofoescurridizo que inca los colmillos de traición a quienes sabe indefensos"

No sigo. No quiero perderme por la pendiente de los que no saben, no quieren o no pueden ser eso, solo una buena persona, que sabe reír, amar y disfruta de las pequeñas cosas y los buenos momentos de una vida sencilla, hermosa, noble y solidaria.

Bromista si; mamoncete, a veces; pero mala persona, nunca. Prefiero ser simplemente un "pshhh" y pasar por los verdes paisajes donde las margaritas, las amapolas y las rosas silvestres, ponen color a la vida, Dejo a otros realizarse como las ortigas del camino






Vacas en la bruma

La acostada bruma besa la ladera de la colina. Unas vacas asoman su difuminada silueta por la humedad, pastando el verde que luego transformarán en mi desayuno. De hecho, bebo ahora su leche acompañada con un dorado sobao de esta tierra.

El naciente sol alarga las sombras de mis desnudos árboles, que reposan su savia hasta la llegada de la primavera. Un mirlo, con su negro plumaje y su anaranjado pico, observa un delicioso petirrojo, que come el grano que he depositado junto al estanque.

Las hojas de mi bananero chino, aún no han sucumbido ante el frío del invierno y las dos camelias, guardan para más tarde los colores del frío.

Salgo al jardín y arranco una tersa mandarina del árbol. La pasada temporada, sus ramas se quebraron por el peso de su generosa producción y este año, convaleciente, sólo me ha dado unos sabrosos colores para recordarme que sigue vivo.

Agradecido por su esfuerzo, saboreo cada gajo y pienso en la felicidad de los pequeños detalles. Siento paz interior; un sosiego pasajero, antes de marchar al supermercado para llenar la nevera de gasolina corporal.

Dudo sin embargo, si abandonar la idea y pasear mi espíritu por la costa, nariz al viento, tímpanos al rugido de las olas, ojos al infinito, pulmones al oxígeno puro de la naturaleza y la libertad.

Me debato entre el estómago y los pulmones; en una especie de antítesis figurada de sanchopanzismo y quijotismo.

Finalmente, decido navegar por el paisaje, abrigado contra el viento traicionero y dejar para luego, la compra de la alegría para el monago.

No buscaré caviar ni angulas ni mariscos de alto valor. Tan sólo unas humildes lechugas, para compensar mi cuerpo de la sinrazón de las comidas anteriores.

La vida, es una sucesión de momentos en los que las cosas sencillas, los gestos nobles, las miradas tranquilas, los paisajes hermosos y la bondad de corazón, te permiten caminar por la felicidad. Hoy, una vez más, recorreré la senda de la paz en soledad, lentamente, sintiendo el mullido suelo del campo o la húmeda arena de la playa bajo mis pies.    

Pensándolo bien, recorreré el Paseo de Mataleñas, con sabor a campo y olor a yodo de mar. Veré los reflejos solares en el campo de golf y volveré a prometerme iniciarme en ese deporte.

Sé que lo haré, aunque no sé cuando. Antes debo saber si deberé sudar largamente en el norte de África, al sur del Mediterráneo (mar entre tierras), oyendo la llamada a la oración del muecín o limitarme a esporádicos viajes al exótico horizonte, buscando lo que todavía no sé.

Por el momento, practico un "carpe diem", viviendo cada segundo, que no es poco. Realmente, estar jubilado y entregarme a mi intimidad es un maravilloso privilegio















martes, 27 de diciembre de 2016

El arte del debate

A veces pienso que el ser humano es incompleto. Si no deseamos ver, podemos cerrar los ojos. Si no queremos percibir un gusto, basta con no ingerir un alimento. Si no nos apetece sentir el tacto, podemos inhibir una acción. Sin embargo, nos falta la posibilidad de cortar la percepción de los olores o de la audición.

En un reciente viaje a Madrid, he padecido en restaurantes o cafeterías, los gritos descontrolados de grupos de comensales. Parecía que nadie escuchaba y todos se empeñaban en contar sus cuitas. Era de locos y me volvían loco.

Este hecho se repite lamentablemente por doquier. Es el egoísmo de cada cual con desprecio de cada quien. Lo peor es cuando lo que gritan son tonterías, frases insulsas, palabras soeces, alguna blasfemia o chismes de lenguas viperinas.

No hemos aprendido que cuando nuestras palabras no son más bellas que el silencio, es mejor estar callado.

A veces, me pregunto porqué los españoles somos gesticuladores y gritones. Hay algo de influencia climática, de falta de formación y de mal ejemplo de quienes son modelos de nuestra sociedad.

Políticos, periodistas y mangurrinos sociales diversos, nos bombardean con sus gestos, gritos, palabras y sofismas, desde las tribunas de los medios de difusión.

No hay tertulia en la que los participantes no se pisen las palabras y es lamentable. Es cierto que un debate exige una cierta presión dialéctica, para que resulte vivo, dinámico e interesante. Pero es penoso comprobar la misma actitud en los tertulianos que en los comensales de bares y tabernas.

Es muy difícil cambiar los malos hábitos de una sociedad y por ello, los que tienen el privilegio de estar en una tribuna, tienen la responsabilidad de dar ejemplo.

Sería conveniente que las autoridades académicas favorecieran los debates en las escuelas, favoreciendo el respeto.

También es muy recomendable que nuestros "tribunos", mantengan unas normas mínimas de convivencia:

1.- Respetar los turnos de palabra
2.- Moderar la gesticulación parlante u oyente, sin desprestigiar al oponente
3.- Evitar comentarios soeces y blasfemias.
4.- Eludir planteamientos sofistas, evitando la manipulación de los oyentes
5.- Respetar nuestro idioma, un tesoro lingüístico formado a lo largo de doce siglos. Ello implica no subirse a un estrado si no se domina nuestra lengua, no intentar la modificación sectaria de nuestro idioma o no tener un mensaje lógico y consistente.

En definitiva, todo se reduce a formación, educación, respeto y honestidad. De no ser así y a falta de un mecanismo biológico para desconectar auditivamente, solo queda apagar la radio o la televisión, como un acto de legítima defensa.

Nocturna felicidad

Tenía el sueño cambiado, tras dormir el día en el tren que me devolvió al norte. Asomé la nariz al jardín para ventear el ambiente, pero éste no invitaba al placer exterior.

La niebla me robó las estrellas. La negra noche tenía un aspecto velado por la humedad. Un frío húmedo calaba la piel y entré en casa. No era cuestión de disfrutar el jardín sufriendo el ambiente.

Busqué otros placeres en la serenidad del silencio. Abrigado, introspectivo y con ganas de amar el pasado, recorrí el salón con la mirada.

Es una preciosa estancia en gran parte, decorada a mi imagen y semejanza. Contiene piezas hermosas, con el gran valor de la vida.

No hay plata como signo de riqueza y de triunfo social. No es mi forma de ser y nunca lo fue. La decoración es una mezcla de muebles y piezas de mis padres ya desaparecidos y de objetos que he traído de lejanos lugares.

Predomina la madera roja y densa. Seguir sus hermosas vetas con el suave tacto de las yemas de mis dedos, es un placer que me colma de recuerdos. Evoco felices momentos de niñez, con una madre que compraba muebles antiguos, los restauraba, los barnizaba personalmente a muñequilla y arrancaba de la madera, la belleza que atesoraba en su interior.

Toco los muebles, con el mismo sentimiento que mi madre tenía y a veces, se me humedecen los ojos de amor y nostalgia. Es como si sintonizara con ella a través de la noche de los tiempos.

Los muebles, no son una posesión material, ni tienen una utilidad exclusivamente funcional, son para mí, belleza y sentimientos. Tal vez, esta afirmación, sea incomprendida por quienes no tengan la sensibilidad suficiente para emocionarse por las pequeñas cosas de la vida.

Una mesa de un antiguo barco de pasajeros, es testigo de muchas horas tontas de televisión. En su interior, una colección de máscaras africanas, algunas de ellas "bailadas" lucen el arte africano y reflejan una civilización primitiva, auténtica, mágica y a veces, trágica.

Un homenaje a la fertilidad, máscaras punu, kwele, soghyé, mendé, me transportan a países lejanos que otrora pisé, mezclándome con los pueblos que los habitan.

Días de cansancio y sudor, en ambientes a veces hostiles, pero siempre interesantes o emotivos.

Un reloj de pared, trae con su tic tac, el sonido del siglo XVIII. Un pequeño sonajero de plata, tiene marcados los dientes de una niña que luego sería mi madre.

Luce en la librería una vieja enciclopedia Durban, que ha portado sabiduría y conocimientos a mi familia. También hay dos atlas, y una enciclopedia de Razas humanas que  han incendiado desde joven mis ansias viajeras. Un cuadro vitrina, contiene muestras de arena de los desiertos que he recorrido.

Una foto con Adolfo Suárez, aún Presidente, me recuerda la ilusión por la democracia, el compromiso por la libertad y las ansias de paz de un pueblo que estaba saliendo de la dictadura.

Una vida de recuerdos,una noche amenazante en el exterior y una felicidad interior en íntima soledad.

Para ser feliz, no hacen falta muchas pertenencias. Es más bien, una actitud ante la vida. Hoy, sumergido en los recuerdos, las nostalgias y en mi autoestima, he sido casi clandestinamente feliz.






Un paseo por la humanidad

Nunca viví en una burbuja aislado del mundo. Siempre me mezclé con la gente, sin importar su estatus social, pensamiento o religión; tan solo distinguí entre bondad o maldad.

Me curtí al sol y al aire de la vida y vencí las dudas y temores de mi adolescencia y juventud. También conocí abrazos, silencios y a veces, rechazos.

No siempre admitía otros puntos de vista, ni escalas de valores diferentes. Difícilmente entendía otros idiomas, pero una mirada blanca y una sonrisa, me abrían muchos corazones.

Conocí gentes, compartí momentos, supe de sueños y empatias, amé y me hice ciudadano del mundo.

Aprendí que todos los seres humanos, cualquiera que sean, somos iguales pero diferentes. Tenemos las mismas necesidades vitales, soñamos, amamos, miramos el futuro y sentimos nostalgias, angustias, miedos e incertidumbres.

Nada me dejaba indiferente. A una mano tendida de llegada le seguía un abrazo de despedida y al mirar hacia atrás en mi marcha, dejaba sonrisas y lágrimas por un futuro que probablemente no se repetiría.

Dejaba atrás colores de vestimentas, sabores de tradición y una mano alzada que a veces se posaba en el corazón.

Caminaba al horizonte, sabiendo que mi espalda era cuidada por ojos amigos.

A menudo, mi paso era fugaz, sin contacto emocional, de foto con desconocido atrapando un exótico momento. Sin poder escudriñar sus pensamientos  ni sus sueños. Solo una fusión de colores en la que yo aportaba también el exotismo del lejano visitante.

Nacemos iguales, aunque nuestras coordenadas personales, determinen religiones, riquezas, fanatismos o condiciones de vida diferentes, que moldearán y forjarán nuestro carácter.

Pude ser de cualquier lado, pero nací en el seno de una familia media española, bebiendo en la cultura occidental, cristiana y europea, como otros nacieron en otros continentes y abrazaron otras creencias y formas de vida.

Es la diversidad, racial, religiosa, económica y cultural. Un mundo convulso, en plena fase de globalización, donde las personas se encuentran y se desatan las pasiones no siempre positivas.

Un mundo nuevo de fusión multicultural nos envuelve con muchos interrogantes y peligros. Desaparecen unos pueblos, se desnaturalizan otros y fuerzas antitéticas, de globalización y de localización, luchan en régimen de acción reacción, provocando sufrimiento, pero el mestizaje es imparable.

Viajo, conozco otras culturas, recorro el pasado que se pierde y miro el futuro que cada día se hace más pequeño. Y algún día, cuando no pueda correr al horizonte, cerraré los ojos y evocaré los sentidos y los sentimientos del mundo exótico que yo viví.



sábado, 24 de diciembre de 2016

Tanzania 15. El pupitre

Cuatro maderas en forma de pupitre, son un lujo para muchos niños africanos. Muchas veces, la escuela es un descampado con una pizarra; otras, una simple tejavana.

Son las escuelas pobres, donde millones de niños acuden a recibir educación, para hacer un mundo mejor.

A veces, deben recorrer largas distancias, que pueden tener fieras en el camino, pero van con la ilusión de aprender y prosperar en un ambiente poco propicio.

Muchas veces, están uniformados, siempre son alegres y están llenos de vida. La blancura de sus ojos y de su dentadura sobre la negritud de la piel, es una imagen inolvidable.

Estas escuelas son la promesa de África. El presente reportaje, es mi reconocimiento personal hacia un continente que aún no ha llegado al futuro que se merece.

La idea de este artículo, surgió cuando en un reciente viaje a Tanzania, tuve la suerte y el privilegio de visitar la escuela de un poblado masai y cuando dos semanas más tarde, Eloina, la Presidenta de la Federación de niños del mundo, se interesó por aquella escuela.

A las fotos del poblado masai, he añadido otras imágenes de escuelas africanas captadas en internet. En todas ellas, se observa la pobreza de medios y la grandeza de humildes africanos que aseguran la educación de sus hijos.

No importa que sean animistas, cristianos o musulmanes, lo importante es que adquieran los conocimientos técnicos para el progreso material y los valores humanos, para hacer un mundo más justo y solidario, en paz, en amor y respeto.

El pupitre es solo un instrumento, no siempre testigo del progreso de los pueblos. Lo importante es que la palabra del MAESTRO, en mayúsculas, sirva para formar alumnos útiles y buenas personas, para mejorar la sociedad. 

                                          Poblado masai en el cráter del Ngorongoro, Tanzania

                                                                         La escuela


                                                                  Los alumnos


                                                       El profesor y el jefe del poblado
            Una caja metálica, recoge los donativos de quienes participan en el progreso de estos niños


                                              Sentí ternura entre tanta inocencia negra
 




 


                                                                      El profesor
                  Otras escuelas africanas. Otros niños. Distintas creencias. El mismo sueño de futuro



















  





                                   Marisa y el autor entre alumnas musulmanas a la salida del Ngorongoro