martes, 27 de diciembre de 2016

Nocturna felicidad

Tenía el sueño cambiado, tras dormir el día en el tren que me devolvió al norte. Asomé la nariz al jardín para ventear el ambiente, pero éste no invitaba al placer exterior.

La niebla me robó las estrellas. La negra noche tenía un aspecto velado por la humedad. Un frío húmedo calaba la piel y entré en casa. No era cuestión de disfrutar el jardín sufriendo el ambiente.

Busqué otros placeres en la serenidad del silencio. Abrigado, introspectivo y con ganas de amar el pasado, recorrí el salón con la mirada.

Es una preciosa estancia en gran parte, decorada a mi imagen y semejanza. Contiene piezas hermosas, con el gran valor de la vida.

No hay plata como signo de riqueza y de triunfo social. No es mi forma de ser y nunca lo fue. La decoración es una mezcla de muebles y piezas de mis padres ya desaparecidos y de objetos que he traído de lejanos lugares.

Predomina la madera roja y densa. Seguir sus hermosas vetas con el suave tacto de las yemas de mis dedos, es un placer que me colma de recuerdos. Evoco felices momentos de niñez, con una madre que compraba muebles antiguos, los restauraba, los barnizaba personalmente a muñequilla y arrancaba de la madera, la belleza que atesoraba en su interior.

Toco los muebles, con el mismo sentimiento que mi madre tenía y a veces, se me humedecen los ojos de amor y nostalgia. Es como si sintonizara con ella a través de la noche de los tiempos.

Los muebles, no son una posesión material, ni tienen una utilidad exclusivamente funcional, son para mí, belleza y sentimientos. Tal vez, esta afirmación, sea incomprendida por quienes no tengan la sensibilidad suficiente para emocionarse por las pequeñas cosas de la vida.

Una mesa de un antiguo barco de pasajeros, es testigo de muchas horas tontas de televisión. En su interior, una colección de máscaras africanas, algunas de ellas "bailadas" lucen el arte africano y reflejan una civilización primitiva, auténtica, mágica y a veces, trágica.

Un homenaje a la fertilidad, máscaras punu, kwele, soghyé, mendé, me transportan a países lejanos que otrora pisé, mezclándome con los pueblos que los habitan.

Días de cansancio y sudor, en ambientes a veces hostiles, pero siempre interesantes o emotivos.

Un reloj de pared, trae con su tic tac, el sonido del siglo XVIII. Un pequeño sonajero de plata, tiene marcados los dientes de una niña que luego sería mi madre.

Luce en la librería una vieja enciclopedia Durban, que ha portado sabiduría y conocimientos a mi familia. También hay dos atlas, y una enciclopedia de Razas humanas que  han incendiado desde joven mis ansias viajeras. Un cuadro vitrina, contiene muestras de arena de los desiertos que he recorrido.

Una foto con Adolfo Suárez, aún Presidente, me recuerda la ilusión por la democracia, el compromiso por la libertad y las ansias de paz de un pueblo que estaba saliendo de la dictadura.

Una vida de recuerdos,una noche amenazante en el exterior y una felicidad interior en íntima soledad.

Para ser feliz, no hacen falta muchas pertenencias. Es más bien, una actitud ante la vida. Hoy, sumergido en los recuerdos, las nostalgias y en mi autoestima, he sido casi clandestinamente feliz.






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