lunes, 5 de diciembre de 2016

Tanzania 8. El ladrón de colores

Cuando escudriño el mundo, allá donde el horizonte se pierde, me impregno de los olores, colores y sabores del ambiente como una esponja ávida de vida y emociones.

Es casi imposible retener el aluvión de sensaciones que se agolpan en el corazón y el alma del viajero curioso.

Gracias a la cámara, capturo las imágenes, que me servirán para evocar con el tiempo, la magia vivida. Pero no siempre es fácil. A las dificultades técnicas de la fotografía, se añaden las de viajar en un coche en movimiento, las de captar imágenes con vida propia y en muchos, casos, la negativa de los colores andantes, que no te dan con frecuencia su silueta y su sonrisa.

Cuando tienes una máquina con teleobjetivo sobre un trípode, puedes captar imágenes con serenidad y eficacia, pero muchas veces, sin vida.

Hay que poner pié a tierra, fundirse en el paisaje, pisar barro, abrirse camino entre la gente, guardar la cartera, pescar imágenes con una sonrisa o con descaro y si es preciso, robar colores y siluetas, respetando la intimidad, los sentimientos y las creencias.

No siempre es fácil. A veces, incluso te arriesgas a ser increpado, empujado o golpeado. Afortunadamente, aún no he pasado por este trance, porque mis fotografías son rápidas, en automático, y con disimulo.

Desanimado por la avería de mi cámara de largo alcance, debí usar otra más pequeña que me obligaba casi al cuerpo a cuerpo. Tiré de desparpajo y de la sonrisa para acercarme a mis presas fotográficas.

Para hacer justicia, pude aprovecharme de la espontaneidad, simpatía y encanto de  Marisa. Su capacidad para conectar con la gente desarmaba la timidez y la desconfianza de las personas, de nuestro interés. 

Las fotografías de este artículo, han sido tomadas en diferentes lugares y circunstancias. Las primeras, corresponden a una zona de descanso a la salida de la Reserva del Ngorongoro. 

Coincidimos con una excursión escolar de jóvenes musulmanas y con otra de monjas luteranas. La posibilidad de infiltrarse entre dos sentimientos religiosos tan dispares y sacar fotografías, elevó mis pulsaciones. Más aún, cuando hubo empatía y simpatía, llegando incluso a fotografiarnos mutuamente.

Excursión de adolescentes musulmanas en el Ngorongoro 



                                        Marisa con el profesor de las estudiantes musulmanas




 
                                Junto a un árbol singular en la orilla de un lago con hipopótamos
La monja luterana con los Migueles




                                                            Miguel Ángel y el guía Juma                                  

                                        Marisa con una agente tanzana de turismo



                                                                  Fotos del camino            



             Las inseparables Ana y Mercedes delante de un flamboyant




Mercado masai

A las adolescentes musulmanas y a las monjas luteranas les sacamos fotos consentidas, pero no fue lo mismo en un inesperado mercado masai que pudimos visitar. Cuando nos vieron cámara en mano, nos advirtieron que no se nos ocurriera sacarles fotos.

Sin embargo, no podía irme sin obtener un testimonio gráfico de aquél paraíso costumbrista. Los colores, las actividades, el exotismo,..., todo me pedía asumir un riesgo y lo corrí.

Con la cámara en la cintura, enfocando casi con el ombligo y en régimen automático, saqué mas de un centenar de fotos. Lamentablemente, no bajé suficientemente el objetivo y perdí fotos maravillosas. A menos, el cielo era hermoso.

No estoy especialmente contento con el resultado, pero después del riesgo asumido, no voy a dejar en la oscuridad de un cajón las fotos obtenidas, aunque no vayan a ganar un concurso fotográfico. Es lo que pasa por robar colores y siluetas prohibidas.



































  





 



















  

































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