lunes, 19 de diciembre de 2016

Madrid. 1ª parte

Eché un vistazo a la tienda del espía. Mostraba en el escaparate una buena colección de artilugios de vigilancia, seguimiento, grabación..., para facilitar actividades que no siempre podrían ser legales

Minutos más tarde, asistí al conocido musical Dirty dancing en versión española. Fue una actuación entretenida, en la que se abordaban cuestiones de amores, abortos y tópicos diversos a ritmo de baile.

El bailarín principal, lucía cuerpo de gimnasio y la mayoría de las féminas asistentes al concierto, admiraban al personaje, como si fuera un macho alfa.

No ha sido el mejor musical que yo he visto. De no haber sido por el resto de las actividades desarrolladas durante el viaje, éste no habría merecido la pena.

Al día siguiente, visité el Museo de América. Su extensión e interés, merece un artículo monográfico posterior. 

El musical no fue el único espectáculo al que asistí en este viaje. 

La calle era una especie de escenario gigante, en el que la multiculturalidad; el turismo; la ocurrencia de la semi peatonización de la Gran Vía y el aluvión de clientes de la FNAC y de PRIMARC, impidiendo el normal tránsito de la calle, etc, marcaban el ambiente.

El olor a castañas y a boniatos asados, calentaba el ambiente, las manos y los estómagos.

La iluminación navideña era "aconfesional" para celebrar una fiesta religiosa sin que lo pareciera. Resultaba triste y patética. Recordé entonces, la contradicción de un ateo que celebró la "primera comunión civil" de su hijo, para que tuviera también su fiesta como sus amigos de padres practicantes.

Un avispado y sincero mendigo, pedía ayuda económica. Era simpático e incluso sorprendente, pues incluso me facilitó la dirección de su página web. Decía que no tenía techo, pero que estaba en el siglo XXI.

La Cibeles estaba  rodeada de banderas española, bailando orgullosas al son del viento. Hacia ella, se dirigía una manifestación sindical. Pretendían calentar la calle, exhibir músculo sindical y comenzar el desgaste del gobierno nacional.

En realidad, querían recuperar los privilegios sindicales de poder y dinero que habían tenido en el pasado. Pero la Castellana estaba vacía, aunque intentaban llenarla con música y banderas rojas y alguna tricolor republicana.   

Pasado el ruido, los gorriones parecían parecían disfrutar de la música que un guitarrista de la calle, arrancaba a las cuerdas de su instrumento.

Entré en la iglesia de los Jerónimos, situada tras el Museo del Prado. Allí encontré la calma y la religiosidad que no sentí en las calles de un Madrid que casi me resultó inhóspito y desconocido.

Por fin, pude ver un nacimiento y evoqué tiempos de tradición y fervor que parecen haber huido de una España que abandona sus raíces cristianas y se desarma espiritualmente ante la invasión de la media luna

Era el momento de devolver mi sombra a Cantabria, donde tengo mi microclima personal. Un cerdito ataviado de Papá Noel, me mostró un bocadillo de jamón de Salamanca. Sería mi yantar en el camino a la calma y la serenidad del norte.

Ya en casa, disfruté de mi querencia y vi con placer las doradas hojas de oro con las que mi gingko tiñe de amarillo el verde suelo de mi jardín

Pensé entonces, que es bueno salir al mundo, para ver lo que existe fuera de mi burbuja personal.

No es la España en la que me formé. Comprendí que la presencia de ciertos grupos en la sede de la soberanía nacional, tiene su soporte político en una masa que crece en la levadura del populismo

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