miércoles, 23 de junio de 2021

Dos banderas

Ojos azules, cabellos rubios, bosques, lagos, islas y fiordos por doquier; sol de media noche, paz, silencio, convivencia y respeto.

Suecia, esperando el verano, espléndida en su paisaje, conservado por un pueblo que ama la naturaleza.

Cuerpo cansado, tras un trabajo de hogar, de creatividad y fuerza, de los que se hacen por agradecimiento, solidaridad y buenas intenciones.

Tristeza por la eliminación de un Nadal inmenso, en la gloria y en la derrota del Roland Garrós. 

Consternación por el horrible parricidio en Tenerife; rabia e indignación por la traición a España de un presidente.

Paulatina liberación de la pandemia; bares que se llenan; mascarillas que se caen de los rostros; fútbol que distrae de los problemas y competiciones preludio de los Juegos Olimpicos. 

Sueños viajeros tras la libertad sanitaria; hogueras de San Juan en España, de fuego, pasión y vino; Midsommar en Suecia, de música dulce y florales juegos. 

Un verano y dos pueblos que unen mi pasado y mi presente. Bandera roja y gualda, de una España convulsa; bandera azul y amarilla, de una Suecia madura, tranquila y honesta. 

Dos banderas; dos mundos distintos y hermosos, que mueven mis sentimientos y funden mis sueños de futuro.


viernes, 11 de junio de 2021

Por los muertos del covid

Sol arriba; cielo azul; trece respiraciones por minuto; otro amanecer y aún seguía vivo, sin ser un número en las estadísticas de la pandemia.

Decesos oficiales falsos y muchas muertes invisibles más, de ancianos marchados en anónimo silencio, sin mano amiga, sin consuelo ni amor.

Virus, test de diagnóstico y ataúdes de China; todo procedía del Extremo Oriente; menos los muertos, que eran nuestros. Ojos oblicuos exportaban y ojos redondos, sufrían y lloraban en silencio lágrimas de dolor, yéndose para siempre.

Los ancianos desaparecían y a veces, sus familias no localizaban sus restos.

Se fueron muchos hijos de la guerra; los que sufrieron la España negra; levantaron la nación y poblaron de hijos la piel de toro.

Se fueron muchos de los que se forjaron en la adversidad; entregándose recia y generosamente al país, , renunciando a su propio bienestar. 

Murieron los del mono azul en las fábricas; los del sombrero de paja en las eras; los del carbón en las minas; los que redaban el mar para pescar entre gaviotas; los que protegían sus ovejas de los lobos. 

Marcharon los hijos de una España vaciada. con intelectuales en el exilio y capitales fugados, que emigraron al destierro por un pan para sus familias; los de las manos encallecidas, que llenaron las fábricas, las oficinas y las universidades, con sus hijos, ya convertidos en clase media.

Cuando la vacunación masiva es un hecho y la estadística de muerte por el covid 19 está en declive, rindo homenaje a los fallecidos mientras que pido como ciudadano de a pie, que los responsables de tantos desaciertos, egoísmos y abusos habidos, se enfrenten a sus responsabilidades políticas y penales.


Cinco bizcochos

Cajas numeradas; alfombras enrolladas; alcayatas liberadas de peso; paredes vacías y suelos casi invisibles, bajo tijeras, cintas de embalaje, botes, cartones y papeles.

Bombillas desnudas, iluminando el caos de una mudanza; césped selvático, por falta de tiempo y de ganas; corridos mejicanos, para dar alegría; villancicos, cuando quería paz o ternura y telediarios, para estar en el mundo.

Comida envasada, proteínas sin alma; pan de dos días; chorizo picante y té, mucho té, para sentir calor de hogar, aunque en grado de supervivencia.

Soledad; trabajo que no cesaba, borrando recuerdos, vaciando una casa vivida veinte años entre dos diciembres.

Un alma buena; una mujer que sabía por lo que estoy pasando; una contemporánea curtida en la vida cosmopolita; una cocinera compasiva.... me dio otro bizcocho, y fueron cinco surgidos del horno caliente, de sabor a familia, de amor a un semejante, que se afanaba en empaquetar la historia. 

Tras cinco bizcochos y diez días de paredes vacías, bebí los vientos del sureste, camino del Mediterráneo, hacia la luz, los hijos y el destino, pero con fe, fuerza e interrogantes de un futuro incierto.

Cinco bizcochos y cinco sonrisas. La mujer se llamaba Eva y ahora, que ya no estoy en el Cantábrico, ni siquiera en el Mediterráneo, sino en el Mar del Norte, en la Suecia del sol de medianoche, mi recuerdo y mi agradecimiento a mi bondadosa amiga. Tarde, pero con sentimiento.