jueves, 31 de diciembre de 2015

Mi mundo entre mujeres. Capitulo 4. "Un zorro en el convento"



Cuando vivía en Mauritania, crié un feneco, o zorro del desierto. Un animal precioso, que de adulto era más pequeño que un perro chihuahua, con una gran cola, tan grande como su cuerpo y unas orejas tan grandes como su cabeza.

Si al general Rommel le bautizaron por su astucia militar durante la II Guerra Mundial, el "Zorro del desierto", yo bauticé a mi feneco, simplemente "Rommel"

De bebé, le alimentaba con un algodón empapado en leche, que le ponía en el hocico. Más tarde, le daba saltamontes, hígaditos y corazón de pollo.

Un día, estaba comiendo una manzana. En un descuido, Rommel dio un salto y me la robó. Cuando la quise recuperar, se puso como una auténtica fiera defendiendo su preciado botín. Al verle comer la manzana con tanta avidez, supe que necesitaba igualmente fruta, por lo que se la incluí en el menú.

Le gustaba dormir en mi regazo y le entusiasmaba ponerse boca arriba, para que le acariciara su cuello y su vientre.

Cuando fumaba, saltaba al respaldo de la butaca y se encaramaba sobre mi hombro estirando el cuello. Curiosamente, le encantaba el humo del cigarrillo.

Una vez, mojé un dedo en el whisky que estaba bebiendo y se lo di a probar. Se relamía de gusto y a partir de entonces, cuando me veía beber, acudía a por su dosis correspondiente.

Me obedecía como un travieso perrillo, pero sin olvidar su salvaje origen del desierto ante cualquier extraño.

Le paseaba por la calle, con una correa unida a un pequeño peto. Cuando veía un perro o un gato, le cogía en brazos para protegerle. Llamaba la atención de todos los viandantes y a veces, me cansaba de que me pararan continuamente.

Debo confesar, que a veces, si la curiosa merecía mi atención, hacía gala de una simpatía y paciencia especial.

Cuando viajaba, iba en la bandeja trasera del coche. En aquella época, estaba de moda llevar un perrito de cartón que movía la cabeza con los vaivenes del coche. Sin embargo, Rommel se movía a sus anchas y llamaba la atención de los ocupantes de otros coches, por lo que se me acercaban por detrás con riesgo de accidente.

Una vez, mis padres y yo, paramos en el convento de monjas de clausura de Écija de la Santísima Trinidad y Purísima Concepción, regido por las Concepcionistas Franciscanas.

Teníamos la costumbre de comprar allí los deliciosos "bizcochos marroquíes" que las hermanas elaboraban y vendían a través del "torno" que tenían en una puerta trasera al Convento.

Cuando la monja de la tienda vio a Rommel en los brazos de mi madre, le rogó insistentemente que le pasara a través del torno por el que vendían  los dulces.

Oíamos gritos, risas, carreras y en definitiva, un  jolgorio casi revolucionario, en aquella institución.

Tras esperar una media hora, empezamos a impacientarnos, pues no nos devolvían a Rommel.

Incapaces de atrapar al zorro, soliviantado ante tantas desconocidas y aturdido por aquel inhabitual escándalo, no podían atraparlo.

Se rindieron a la evidencia, cuando una monja, se llevó una tarascada zorruna.

Rompiendo las estrictas normas del convento y como causa de fuerza mayor, me permitieron la entrada en su aislado reducto.

Le llamé con calma y dulzura y vino a refugiarse a mis brazos. 

Observé disimuladamente tanto el ambiente, como las monjas. Me causó ternura, ver algunas jóvenes novicias, ajenas a al maquillaje y con una feliz y límpida mirada.

Recordé entonces, otro convento, esta vez, de Córdoba, donde las monjas de clausura, se dejaban ver durante la misa tras gruesos barrotes. Me inspiraban misticismo y misterio.

Salí con el zorro del convento, pensando yo, que aquel maravilloso lugar de oración y recogimiento, no era territorio de soltero, con esperanzas de vida terrena.

Mientras me deleitaba en casa, degustando uno de los bizcochos, recordé la inesperada visita al vedado paraíso de paz y alegría.

Rommel murió en 1978. En cuanto al Convento, fue desalojado en octubre de 2014, ya que apenas quedaba una monja de las Concepcionistas Franciscanas de las que había en el cenobio.
                                   
                                        

                                     Resultado de imagen de convento clausura ecija
                            

martes, 29 de diciembre de 2015

Mi mundo entre mujeres. Capítulo 3. " El adiós de la malaya"

Junio de 1971. Mi abuelo entregó su vida, sin tiempo de darle el ultimo beso. Lloré su pérdida al tiempo que terminaba mi carrera universitaria.

Días más tarde, un largo recorrido en tren, me llevó a París. Iniciaba un año como becario de la República Francesa, como estudiante de postgrado.

El reconocimiento médico fue exhaustivo. No en vano, España sufría un brote de cólera que procedente de Marruecos, había entrado por Melilla.

Poco imaginaba entonces, que 10 años más tarde, sería yo la máxima autoridad sanitaria en Melilla, cuando un nuevo brote de cólera, entraría allá desde Marruecos.

Había cola de franceses para vacunarse contra el cólera, me acompañaba Lidia Vallecillo, otra becaria, economista nicaragüense, que por orden alfabético coincidió conmigo.

Cuando los franceses supieron que era español, se apartaron. Seguramente, imaginaban que les contagiaría el cólera solo con la mirada.

Fuimos enviados a Lyon, donde pasaríamos, julio y agosto perfeccionando el idioma.

Fue una extraordinaria experiencia multicultural. Nos habíamos alojado en una residencia universitaria unos 200 becarios de más de 30 nacionalidades pertenecientes a los 5 continentes.

Al grupo inicial del tándem Valle y Vallecillo, se unió entre otros, un joven matrimonio iraní, de la época del Reza  Palhevi, pre Jomeini, una ecuatoriana, un matrimonio griego, Tasio y María Korbetis, un jordano, un paraguayo, un uruguayo, un militar chileno, un director de cine chileno y Lín, una preciosa malaya, con una elegancia natural impresionante.

Ni las cubanas de ébano, ni la argentina del mate, ni la guapa peruana de Arequipa, ni la distinguida sueca, ni la graciosa italiana, atrajeron mi atención.

Mis ojos se fijaron en Lín, que en su pésimo francés, me había dicho que era cousiniere du Roi de Malasia.

Su mirada oblicua, su sonrisa abierta, su femineidad y cuerpo de porcelana, había prendado mi impresionable corazón y mi imaginación volaba hacia un lejano país, donde vivir un destino exótico.

Aquellas semanas transcurrieron entre discusiones entre chilenos anti y pro Allende, temores por la evolución de Irán y el sueño de un romance imposible.

No comprendía que una cocinera malaya tuviera tanta clase personal, usara tantas ropas de seda y llevara un nivel de vida fuera de lo esperable.

Una tarde, Lín me dijo que en su país me habrían castigado a recibir unos latigazos. No comprendía qué pasaba hasta que ya en su mejorado francés, supe la realidad.

No era la cusiniere du Roi, sino la cousine du Roi. Mi delito, era vestir un polo amarillo, color reservado en su país,  exclusivamente para la familia real.

Comprendí que estaba inmerso en un sueño de verano sin salida.

Terminado el tiempo de aprendizaje de idioma, varios becarios, fuimos juntos a París. Cada uno de nosotros, empezaría sus estudios específicos en Francia.

Una tarde, llamé a Lín y me cité con ella en la puerta de Nôtre Dame de París. La vi descender de un coche de la Embajada con la bandera de Malasia.

La conversación fue tan corta como decepcionante. Allí mismo, me dijo que nuestra amistad de Lyon debía finalizar, pues nuestra cultura y estatus social eran muy diferentes.

Comprendí la situación, la encajé con dignidad y nos despedimos. La vi subir al coche de la Embajada y me perdí por las calles de París.

Cerrado aquel camino de vida,, me dispuse a viajar por la selva de los sentimientos. Era joven, soñador y  tenia por delante un buen futuro en mi occidental mundo de clase media

                                                   Lin, la errónea cocinera del Rey



La sirenita de Malasia 
                                                             La ecuatoriana
                                                         Mis exultantes 24 años
                                   Lin, la malaya, Lidia, la nicaragüense y la ecuatoriana

                            Con Tassios Korbetis, el griego (con el tocado) y el jordano




Mi mundo entre mujeres. Capítulo 2. "De Valle a Vallecillo"

Tramitaba mi documentación como becario en el CIS (Centre International de Stagiers), de Paris.

Lidia Vallecillo, una nicaragüense, Licenciada en Económicas por la Universidad de Managua, se sentó a mi lado.

Becaria de la República Francesa, como yo, uniríamos nuestros caminos, durante un año de estudios, de julio del 71 a julio del 72. Iniciaba así un año apasionante, en lo personal y en lo profesional.

Mi experiencia vital fue increíble. Había dejado atrás un mundo en blanco y negro, para sumergirme en otro de colores en libertad. Era dueño de mi destino y de mi responsabilidad.

Asistí a mítines comunistas, ya fuese de la URSS, o de presentación del Libro Rojo de Mao, me impregné de ínternacionalidad, de multiculturidad y evite las líneas rojas que jamás debería superar, como por ejemplo, las drogas.

Procedente de la Dictadura española, trataba de experimentar la democracia y la libertad.

Lidia y yo, fuimos enviados a una residencia universitaria de Lyon, donde con muchos otros internacionales, deberíamos mejorar nuestro francés.

Una ecuatoriana, una malaya, la nicaragüense y yo, alquilamos un coche francés y nos fuimos un fin de semana a Turín. Tras pasar el túnel bajo el Montblanc, conocí el verdadero carácter italiano.

Al entrar en Italia, los carabinieris nos retuvieron una media hora en una habitación llena de fotos de delincuentes en búsqueda y captura. Mientras, las tres mujeres, me miraban como presunto culpable.

Aparecieron dos ligones uniformados, pidiendo monedas malayas para su colección y proponernos que les esperáramos el fin de turno, para hacer de guías turísticos con nosotros.

Seguimos camino sin esperarles. Guardo de aquel camino, algún recuerdo y unas fotos barbudas, de  envidiable juventud.

No recuerdo el nombre de la ecuatoriana, pero si como escrutaba los movimientos de la feria de los sentimientos.

Lidia me miraba, yo miraba a Lín y esta me correspondía si pero menos o todo lo contrario.

Lidia tenía un gran corazón y supo ser solo mi amiga.  Cada seis semanas, volvía a París, para pasar los exámenes de control. Solía llamarla para saludarla y mantener la amistad.

Cuando terminamos nuestra beca, vino a verme a Sevilla. Se alojó en casa conmigo y con mis padres; luego volvió a Nicaragua.

Mantuvimos la amistad durante unos años. Perdí contacto con ella, tras el trágico terremoto de Nicaragua. Ya con internet, intenté incesantemente recuperar nuestra amistad.

Averigüé entonces, que había sido recibida en Cuba por Fidel Castro y deduje que tenía un alto puesto de responsabilidad en el Gobierno sandinista de Nicaragua.

Guardo de Lidia, los recuerdos de un corazón amigo y dos zapatitos de ébano que  conservo en el baúl de mis sentimientos.

                    Lin, la malaya, Lidia, la nicaragüense y en primer término, la ecuatoriana
En Sevilla, con Lidia y mi madre

Mi mundo entre mujeres. Capítulo 1. "La dulce Lola"

Tuve una infancia feliz. Estaba sano, nada me faltaba, gozaba del amor de mis padres y vivía con alegría las fiestas de la bulliciosa Sevilla.

Cada año, iba a la Feria de abril de Sevilla vestido de flamenco. Montaba ocasionalmente a caballo, pues mi padre, veterinario, estaba muy relacionado en el mundo ganadero.

Las hijas de los amigos y conocidos de mis padres, también paseaban por la Feria de Sevilla. No faltaban ocasiones, para hacerse fotos de recuerdo en inocentes parejas de momento.

Desconocía lo que era la llamada de la selva y tardaría muchos años, antes de comprender lo del Sexto Mandamiento. Sin embargo, me sentía como un niño en una pastelería, con tanto dulce por doquier.

Por aquél entonces, prefería jugar a la peonza, a las canicas y a la pelota con los niños de mi edad, pero por algún motivo desconocido, me atraían las niñas, aunque jugaran a otras cosas menos brutas, como las muñecas, las comiditas y la comba.

Tampoco tenía muy claros los cánones de belleza femenina. Me gustaba la "Dulce Lola", hija de la costurera de mi madre.

Yo, pobre de mí, creía que las niñas no eran peligrosas y me acercaba confiado a ellas. Sin embargo, una vez, la Duce Lola, ¡A saber por qué!, me lanzó sus garras a la cara, alcanzándome la sien izquierda, quedándose con carne y sangre entre sus uñas. y ocasionandome una cicatriz que me quedó para siempre.

Desde aquél momento, supe el peligro del "sexo débil" y procuro obrar en consecuencia.

A continuación, expongo algunas de las fotos de la época, sacadas del baúl de los recuerdos.

La Dulce Lola, es la delicada jovencita de la última foto, con los brazos en jarras.


                         








Mi mundo entre mujeres. Introducción

Admiro las mujeres. Me gustan las mujeres. Adoro estar con las mujeres. Sencillamente, nací varón, me he sentido atraído por ellas y pienso que son maravillosas.

En este blog, he dejado constancia de mi respeto por ellas. Ver por ejemplo,  El siglo de las mujeres (enero 2015), Mujeres del mundo (febrero y marzo 2015), Tomasa (abril 2015), Carta a mi nieta (junio 2015) y ¿Qué quieren las mujeres? (septiembre 2015)

Son nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras hermanas, esposas, hijas,.amigas, confidentes y sin ellas, estamos tan incompletos, como perdidos.

A lo largo de mi dilatada vida, he conocido o coincidido, con cientos de mujeres, de muy diverso origen y condición, lo que incluye los cinco continentes, las principales razas humanas, los distintos estratos sociales, las diferentes culturas, los diversos niveles académicos o las dispares religiones, lo que contempla niveles de libertad y sometimiento patriarcal o incluso, religiosas contemplativas, de clausura, misioneras, educadoras y toda una panoplia de entrega y servicio a los demás.

He pensado, redactar una serie de pequeños relatos, bajo el epígrafe, "Mi mundo entre mujeres", en los que deseo relatar lo que se puede narrar, siendo señor de mis silencios y no prisionero de mis palabras, con amor, respeto y veneración por las mujeres sin renunciar por ello, en algunos momentos, a mi pícara ironía, que por llevarla en mi ADN, no siempre puedo soslayar con éxito.

Dedicado a las mujeres.


sábado, 19 de diciembre de 2015

El dulce de la judia

Salió de su casa de Toledo, cerró la puerta con su pesada llave, cargó sus escasas pertenencias y abandonó la judería con su familia.

Las lágrimas rodaban por sus mejillas, mientras su cuerpo se estremecía de frío y dolor. Ashira abrazó a Ahouvit, que aterrada al ver su madre llorando, se refugiaba entre los pliegues de su falda.

Asael, su hermano mayor, empezó a caminar, junto a su afligido padre Baruj. Iban hacia el oeste, a tierras portuguesas, como otras familias judias.

Los Reyes Católicos, habían decretado la expulsión de los judíos de España, arrancándolos de su tierra y condenándoles al camino de la nada.

El Rey Juan II de Portugal, los acogía en su Reino; al menos en aquellos momentos trágicos para el pueblo escogido.

Unos salteadores del caminos, les robaron las pocas pertenencias de valor que les quedaba. Llegaron a la frontera por Badajoz y siguieron hasta Elvas.

Vencidos, harapientos y humillados, miraron al este extrañando su hogar. Baruj abrazó la familia contra su pecho y levantó al cielo su mano diestra, con la llave de su casa.

¡Algún día, volveremos a Toledo y si morimos en el intento, lo harán los hijos de nuestros hijos, o los hijos de los hijos de nuestros hijos. No descansaremos, hasta que abramos nuevamente nuestra casa con esta llave de felicidad!

Al principio, los judíos fueron bien acogidos en el Reino, pero la población temía que una inmigración masiva, pusiera en peligro su país.

Los navegantes portugueses, habían descubierto hermosas islas en aguas africanas: Madeira, Cabo Verde, Sao Tomé y Príncipe.

El Rey Juan, deportaba los judíos más jóvenes a las islas descubiertas para poblarlas y dejaba a los ancianos en la Metrópoli, pues no podrían soportar las duras  condiciones de vida de las nuevas tierras descubiertas.

Muchos fueron enviados a las islas de Sao Tomé y Príncipe, en el Golfo de Guinea. Eran islas volcánicas de gran belleza. Sao Tomé, tenía una misteriosa montaña basáltica llamada Cau Grande y Príncipe, tenía un volcán con un lago en su extinto cráter.

La lluvia era incesante y las cascadas muy numerosas. La selva era muy cerrada y los mosquitos, transmitían malaria, diezmando la colonia judía.

Baruj no quería separar su familia y huyó con ella, en un velero que salió de Tavira. Pasaron el estrecho de Gibraltar y bordearon el norte de África, siempre hacia el este. Su sueño era llegar a Israel, la tierra de sus antepasados.

Fueron asaltados por moriscos, pero nada pudieron quitarles, dada su extrema pobreza. No los mataron, pero los desembarcaron en Oran. Solo les quedaba la incertidumbre, el hambre y la llave de su casa.

Moisés les vio deambular por el zoco. Estaban perdidos, deambulaban sin rumbo fijo entre ovejas, pequeños asnos y dromedarios. Les dio cobijo, comida y protección.

Baruj y su familia, agradecieron entre lágrimas, la generosidad de Moisés y surgió entre ellos, una profunda amistad y solidaridad de hermanos de religión.

Las familias de Baruj y de Moisés, fundaron la judería de Oran. Sus familias crecieron y emparentaron entre sí.

La llave de la casa de Toledo, fue pasando de padres a hijos, durante muchas generaciones hasta nuestros días.

Cuando en 1978 llegué a Melilla, hice amistad con Merit Oaknim, descendiente por línea directa de Baruj y Ashira.

Mérit, me enseñó la llave heredada de su padre. 5 siglos después, había viajado a Toledo, con la vana esperanza de identificar su casa, pero no pudo localizarla.

Lloró la pena y regresó con su llave a Melilla. La guardó con amor y veneración como símbolo de su origen sefardí.

Merit me distinguía con su amistad y su cariño. Me deleitó con sus dulces judios, como el maamul, una pasta fina, con dátiles y nueces; las orejas de Haman,  una pasta rellena de semillas de amapola y pasas o las roscas saladas, con sésamo y pimentón.

De todas sus especialidades, destacaba su tocino de cielo. Era tan dulce, como meloso y transparente; se diluía en el paladar, como un néctar de amor y tradición.

Mérit, me demostró su cariño y amistad, enseñándome la receta del tocino de cielo con su ingrediente secreto, para hacerle transparente.

33 años más tarde, revelo aquella receta de amor y tradición, con el permiso expreso de mi amiga judía, para que los amantes de la repostería, disfruten de la sensibilidad y la tradición del pueblo sefardí.

Recientemente, España ha reparado la injusticia de su expulsión en 1492 y ha reconocido la nacionalidad española a sus descendientes. Me pregunto qué habría sido de España, si aquélla expulsión no se hubiera producido.

                                                        Tocino de cielo


                                                 Preparación del caramelo

Ponemos un cazo o una sartén al fuego a intensidad media para que alcance temperatura. Añadimos los ingredientes en el siguiente orden: 5 cucharadas de azúcar granulada blanca y un poco de agua (3 cucharadas colmadas).

Dejamos a fuego medio sin remover (al principio no debemos mover el azúcar con cuchara de madera porque se apelmazará) y veremos como poco a poco se empiezan a formar pequeñas burbujas y el azúcar cambia de color. Cuando suceda esto removemos, ahora sí, con una cuchara de madera y ayudamos a que se mezcle todo.

tiramos del fuego y seguimos removiendo hasta que alcance ese color miel tostado del caramelo.
Dejamos que se temple un minuto y bañamos con el caramelo líquido el molde que vayamos a emplear cubriendo primero el fondo y luego vamos girando o ladeando poco a poco por las paredes del molde hasta que esté todo impregnado de caramelo toda la base y parte de los lados. Merit, porque así el contacto al baño María es mejor.


                                              Preparación del tocino de cielo

Calentamos los 500 ml de agua en una cazuela, añadimos el medio kilo de azúcar y dejamos que hierva a fuego alto durante unos 3 minutos y luego dejamos con mucha calma que se forme un almíbar ligero a temperatura media-baja durante otros 12 minutos aproximadamente. Una vez hecho retiramos del fuego y dejamos que entibie.

Separamos los huevos, lo mejor es cascar el huevo con más cuidado de lo normal, exactamente por el centro para realizar una abertura entre las dos mitades en la que quepa el dedo pulgar, nos podemos ayudar de un cuchillo. Sostenemos el huevo sobre un cuenco y con el extremo más ancho hacia abajo, levantamos con cuidado la mitad más pequeña de la cáscara. Caerá parte de la clara en el cuenco, 

mientras que la yema permanecerá en la mitad más grande de la cáscara. Deslizamos con cuidado la yema hacia el trozo pequeño de la cáscara y luego de nuevo hacia la grande para que el resto de la clara caiga en el cuenco. Y de ahí a otro cuenco con el resto de la yemas que hemos separado. Es fácil, tras hacerlo varias veces la práctica hará que sea sencillo.Añadimos entonces el ingrediente secreto de Merit: una pizca de almidón, para que el tocino salga transparente.
Batimos las doce yemas con unas varillas manuales como si fueses a preparar una tortilla. No debemos usar la batidora pues entra mucho aire y podemos estropear el futuro postre.

Incorporamos las yemas poco a poco al almíbar. Tenemos que añadirlo poco a poco con mucho cuidado, porque de no ser así se podrían empezar a cuajar los huevos y se nos quedaría el postre a la mitad. Cuando lo tengamos todo bien integrado pasamos por un colador para quitar cualquier grumo que se haya formado por la cocción de las yemas.

Vertemos la crema en el molde con el caramelo y luego lo ponemos en una cazuela con tapa a la que previamente hemos añadido agua que no llegue a cubrir el molde. Vamos a cocinarlo al baño María, que es una técnica para la cocción de un alimento dentro de un cazo que a su vez está dentro de un recipiente con agua para que se cocine por medio del agua caliente y no por el calor del horno o de la cocina directamente.

Calentamos la cazuela y en cuanto comience a hervir la tapamos, el baño maría será a temperatura suave durante 30 minutos desde que hierve o hasta que esté bien cuajado.

Para evitar que las gotas que caen desde la tapa por la condensación del agua nos estropeen el tocino de cielo tenemos un gran truco. Colocamos entre la tapa y la cazuela un trapo de cocina o una servilleta de algodón que absorba el agua. 

Lo dejamos enfriar a temperatura ambiente durante media hora y luego lo metemos en la nevera unas 5 horas hasta que haya enfriado bien y esté compacto, de un día para otro está mucho mejor.

viernes, 18 de diciembre de 2015

La orilla negra

Tubal era un soñador. Ansiaba viajar lejos, ver mundo, buscar fortuna, amar una mujer tan hermosa como lejana y volver a su tierra de querencia, con la felicidad del triunfo.

Ni el tesoro de la vida en familia, ni las sonrisas de los amigos, ni la tierna mirada de Gaia, le ataban al mundo de los suyos.

Olía los vientos lejanos, que le parecían refrescantes y le traían sones rítmicos, calientes y turbadores.

Cada vez que un barco salía del puerto, seguía su estela con la mirada e imaginaba los paisajes del destino.

Pensaba que al otro lado del mar, las montañas eran más altas, sus cumbres más hermosas, sus praderas más verdes y sus flores más olorosas.

Creía que allende el mar, le esperaban melodías de pasión, para abrazarle entre caricias y cantarle entre susurros.

Su imaginación, volaba sin freno, como un globo aerostático sin lastre, abandonado a los vaivenes del viento, para encontrase con el amor de su suerte.

Una madrugada, cuando la vida dormía, marchó al oeste siguiendo la luna, que plateaba las aguas de su bahía.

Solo un hatillo, guardaba su espalda con lo imprescindible del viaje: un corazón de jade, un estrella de plata y la foto de su madre.Tenía muchos sueños y solo 18 años.

Se enroló en un carguero que navegaba al Caribe. Marinero de secano, sufrió la travesía, hasta que supo acompasar sus pasos, a las bravas olas del mar.

Su familia leyó la carta al amanecer. Lloraban desconsolados la desaparición de Tubal y temían por su vida.

Tras dos meses de travesía, el carguero recaló en  Kingston, desembarcando clandestinamente, pues no llevaba pasaporte.

Buscaba un lugar donde pasar la noche, mientras miraba entusiasmado, un mundo de calores y de colores.

Había surcado un mar de aguas cristalinas y ahora veía playas de arenas blancas de coral, cocoteros besando las olas, negras caribeñas, moviendo las caderas a la vida, sonrisas de dientes blancos y escasos y alegres ropajes.

Verdes montañas, hermosas cascadas, preciosas flores tropicales, coloridas aves,.. parecía el paraíso soñado, donde vivir el amor y la libertad.

Cansado y sin dinero, paró en una aldea de pescadores. Una familia cocinaba a la puerta de su choza. El humeante guiso, aguzó el hambre de Tubal y se acercó descaradamente al puchero.

Hambriento y desvalido, inspiró algo más que compasión en Alvita.

Era una hermosa muchacha de negritud exultante, de fibrosa silueta y firmes pechos al aire del trópico, donde se canta al amor y a la fecundidad.

Tenía su edad y una maravillosa mirada. Le sonrió y le tendió la mano con un plato de guiso con flor de Jamaica.

Cogió el cuenco con sus dos manos y sació su hambre. Luego vino un platano frito y un trago de ron, que le nubló el entendimiento.

Alvita le miraba dulcemente, mientras yacía en el suelo sobre sábanas de hojas de una bananera.

Su blanca sonrisa, la había soñado antes de abandonar su familia y se sentía flotando entre nubes.

Al guiso con agua de jamaica, le sucedieron otros platos: tacos, quesadillas, estofado de rabo de res y sobretodo, toda suerte de pescados, principal sustento de aquella aldea, abrazada al mar, a la sobra de los cocoteros.

A medida que pasaban los días, Tubal y Alvita, aprendían a comunicarse, primero con gestos y sonrisas, luego con besos y abrazos y finalmente, con el idioma del amor en su máximo esplendor.

Todys, tocororos, colibríes portacintas, gaviotas, y muchas aves más, llenaban de alegría y color el cielo azul de sus días, mientras las estrellas jugaban a ser blancas pecas del negro firmamento.

Tubal y Alvita, bailaban el amor bajo la luna caribeña o a la sombra de las palmeras. Cualquier hora, del azul al negro del cielo, valía para fundir dos cuerpos de dos mundos diferentes.

No entendían de orígenes, ni de banderas, tan solo del idioma de las manos entrelazadas, la sencillez y la vida en mayúsculas.

Alvita engrosaba su felicidad. Cada luna, su cuerpo era más materno y hermoso. En su vientre crecía un hijo de dos mundos y los jóvenes padres, soñaban la felicidad a tres, en un paraíso hermoso, ingenuo, caliente y alegre.

Aquella noche, la luna estaba triste. Un velo de nube, anunciaba una tragedia. La cara de Alvita, oscureció aún más, cuando las nubes le robaron la plata de su luna.

Un inmenso dolor de sangre dio a luz una preciosa niña.

Alvita, la abrazó contra sus senos, mientras miraba el amor que le había llegado en barco.

Cansada y feliz, durmió plácidamente. Sentía una gran paz interior y cerró sus ajos henchidos de amor.

Nunca más despertó de aquél sueño. Se había desangrado y había muerto en su felicidad.

Cuando Tubal se dio cuenta de la magnitud de la tragedia, lloró su amor perdido, mientras abrazaba su hija con la desesperación del momento.

Roto y sin consuelo, enterró su amor, en el mismo lugar que se entregaron la primera vez.

Durene, la madre de Alvita, bautizó Amoy a la niña, que significaba Bella diosa. Otras madres del poblado, se turnaban entre ellas para dar su leche a la niña.

Amoy crecía hermosa y daba ya sus primeros pasos de vida. Tubal, lloraba la ausencia de su mujer y sus lágrimas fluían cada vez, que un tocororo, se posaba junto a su tumba.

Tubal sintió la llamada de la querencia. Un mes más tarde, navegaba con su hija y con Durene, Su destino era Cudillero, un precioso pueblo de pescadores, en el norte de España.

Gaia dejó caer la jofaina que tenía en sus manos. No podía creer que su perdido sueño de amor, hubiera vuelto.

Saltó de alegría y le abrazó entre sollozos. Tubal estaba sorprendido, pues no reconocía a Gaia, que había pasado de adolescente, a una espléndida mujer.

Cuando los padres de Tubal le vieron venir, lloraron con la misma emoción que redacto esta historia, al son de una preciosa canción irlandesa.

Tubal construyó una casa junto al mar y miraba al oeste, donde yacía el cuerpo de su amada. Durene cuidaba de Amoy que crecía hermosa como su madre.

Gaia crecía en amores hacia Tubal y una noche, le atrajo hacia sí, para entregarle su pasión.

Durene se había habituado al mundo de la sidra y las fabes y había cambiado el ron jamaicano por el orujo de Potes.

Puso la "Taberna criolla", donde alternaba música de gaita celta con canciones de Bob Marley. Era famosa, por sus negritud, sus grandes tetas, su pañuelo jamaicano en la cabeza y por su Enchilada de flor de Jamaica..
                                                                      Tody
                                                             Tocororo
                                                          Colibrí portacintas


Enchiladas flor de Jamaica

Ingredientes
Para las enchiladas:
1 taza de flor de Jamaica
8 a 12 tortillas de maíz
½ pieza de cebolla blanca
1 pieza de zanahoria
1/4 cucharadita de orégano
1 diente ajo
1 pieza de calabacita
100 gr. de queso fresco
6 cucharadas de aceite vegetal
1 aguacate
2 tazas de agua
Sal al gusto
Pimienta al gusto

Para la salsa
1 a 2 piezas. Chipotle enlatado
1/2 taza de crema ácida
4 tomates
1/4 taza. Consomé de pollo
Sal al gusto

Preparación


Para la salsa:
Licuar el tomate con el consomé de pollo y el chipotle.
Llevar a ebullición y añadir la sal.
Retirar del fuego y mezclar con la crema; reservar.

Para las enchiladas:
Calentar el agua y agregar la flor de Jamaica hasta que estén suaves por alrededor de 5 a 7 minutos; colar y reservar para utilizar más adelante.
Picar la zanahoria y la calabacita en bastones o dados pequeños
Picar finamente la cebolla.
Calentar tres cucharadas aceite y saltear la cebolla hasta acitronar, agregar la zanahoria, después la calabacita y por último la flor de Jamaica.
Cocinar por alrededor de 10 minutos hasta que la verdura esté cocida y suave.
Condimentar con la sal, pimienta y orégano.
Freír ligeramente las tortillas en el resto del aceite.
Colocar el relleno y enrollar o doblar; bañar con la salsa de chipotle.
Servir con crema y el queso fresco.

martes, 15 de diciembre de 2015

Los ojos de Maisa


Maisa hacía honor a su nombre. Caminaba con orgullo, a pesar de hacerlo bajo una abaya, su negra túnica hasta el suelo y tener tapada su cara con un niqab.

Era un atuendo típico del Golfo Pérsico, pero su uso era cada vez más frecuente, entre las mujeres del norte de África.

Tenía 33 años. Los mismos que habían pasado desde mi último viaje a Marruecos.

En aquella época, era más usual que las mujeres del norte, usaran el kaftán, para vestirse, pero cada vez eran más, las que usaban ropas más conservadoras.

Su madre, Hayfa, había sido una hermosa mujer. que vestía siempre con kaftán. La conocí cuando asistí a su boda en en 1980, en la Medina de Fez.

Eran unos tiempos felices y tranquilos, en los que se podía circular por los más recónditos lugares del país, entremezclarse con la gente y disfrutar de los encantos de Marruecos.

Maisa se había casado con Abbas, un influyente hombre de Sidi Ifni, lugar donde se habían instalado hacía dos años.

De profundas raíces religiosas, su mujer, por indicación suya, debía portar siempre el niqab, y solo mostraba al exterior, sus negros ojos de encendida mirada, que transmitían fuego, pasión y misterio.

Regentaban un pequeño hotel de la ciudad, llamado la Buena Suerte, durante la dominación española y que ahora se le conocía como La Baraka.

Maisa tenía con ella a su hermana Abir. Era una chiquilla de 16 años, que pronto sería entregada en matrimonio, tras un acuerdo entre padres,

Su mirada era dulce, hermosa y limpia. Tenía grandes sueños y un halo de femenino misterio que la hacía maravillosa.

Pedía con frecuencia té moruno, pues amaba el sabor de la hierbabuena y disfrutaba el ritual de su preparación.

Conocía la diferencia entre el té del norte, en vaso grande, con bastante agua y una rama de hierbabuena en el vaso y el del desierto, en vaso pequeño, sin la rama en el vaso y con un sabor mas intenso y concentrado.

Maisa y Abir, me servían una bandeja con la tetera y el vaso de té. A veces, se sumaba Hayfa, que había bajado al sur, para ver a sus hijas.

Hablaban francés y árabe. Disfrutaba oyéndolas hablar en árabe, mientras lanzaban el té valiente al aire, para oxigenar mi bebida.

El ambiente era intimista, exótico y maravilloso. En cierto modo, imaginaba como habría sido una noche de Alhambra, durante la dominación árabe en España.

Abbas y Maisa, debían viajar cerca de Tarfaya, en el límite del Sahara Occidental. su objetivo era hablar con los padres de Hud, el novio elegido para Abir.

Tuve la suerte de viajar con ellos y dormir en el desierto bajo una jaima.

Me sentía feliz. 43 años después, volvía a dormir en el desierto, bajo millones de estrellas, que inundaban la noche de perlas rutilantes.

La familia de Hud, era saharahui y hablaba hasanía. Me sentí feliz, al recordar mis dos años de vida en Mauritania, donde también había hasaníes.

Los reiterados sones musicales, los viejos aromas olvidados, el rito del te y la vida pausada, me produjeron una maravillosa paz interior.

Hud y yo, compartimos narraciones hermosas sobre la arena del desierto. Me contaba que nosotros, "los europeos, teníamos los relojes, pero que ellos tenían el tiempo", mientras degustaba un maravilloso té antes de servirme un sorbo de felicidad.

Pensé que mis lectores, debían conocer el rito del té del desierto y trasladarse, al menos en sueños, a una noche de encanto y misterio, a la luz de las estrellas.

                                                          Rito del té moruno

Se necesita un hervidor lleno de agua, la caja del té verde, el azucarero y sobre una bandeja, la tetera y los vasos con unas ramas de hierbabuena.

Mientras el agua empieza a hervir, se pone la cuchara de postre de té para dos vasos.


Cuando el agua hierve, se vierte una pequeña cantidad sobre el té, moviendo le tetera con un suave movimiento circular para mojar el té y se vacía el contenido en un vaso.


Se repite la operación dos veces más con dos nuevos vasos, con el fin de lavar el té de impurezas.

Entonces se vierte en la tetera el primer vaso y añadiendo agua hirviendo se lleva al fuego la tetera.

Cuando el té hierve - cuánto más hierva, más fuerte será_ se retira la tetera del fuego y se añade la hierbabuena, que se habrá preparado previamente y también un gran terrón de azúcar.

Para terminar se añade un terrón de azúcar por taza. Después empieza el proceso de aireación.

Se llena un vaso de té y se pasa de este a la tetera dos o tres veces seguidas, elevando la tetera, para que el líquido se estire y el té se oxigene.

Sólo faltará comprobar el punto de azúcar, llenar definitivamente los vasos y servir a los invitados.

Mientras se consume, las hojas continúan en infusión, resultando cada té más fuerte que el anterior


 


lunes, 14 de diciembre de 2015

Los amores de Zinga

Una bala roja, acabó con la vida de Marcos en el barco de la muerte, anclado en la bahía de Santander. Amalio, su hijo,  huyó para no correr la misma suerte.

Pudo escapar enrolándose en un barco con bandera de Turquía y desembarcando en Bulgaria, Allí le esperaba Xenta, la amiga de un fascista italiano, que luchaba en España contra los rojos.

No lo tuvo fácil, pues ni conocía el idioma, ni compartía las costumbres de aquella gente. Xenta pertenecía a un clan de zíngaros, que viajaban por los caminos con sus desvencijados carromatos.

Era gente alegre y divertida. Tenían el cielo por techo y la fogata como calor de hogar; se ganaban la vida con un pequeño circo familiar, al que debió incorporarse.

Primero, se encargó de cuidar los animales, montar la carpa y cobrar las entradas. Más tarde, aprendió un número de lanzamiento de cuchillos, que hacía con Xenta.

Era morena, y tenía el pelo ensortijado. Sus ojos eran dos estiletes que se clavaban en el corazón de la gente. Cuentan, que embrujaba a los hombres con el contorneo de sus caderas, cuando bailaba la danza del vientre.

Una noche de verano, Xenta  bailó ante Amalio su sensual danza. Las llamas crepitaban y proyectaban la sombra de su cuerpo, mientras el caballo de la carreta, relinchaba la madrugada.

Xenta y Amalio, acompasaron sus cuerpos al son del amor, mientras la carreta chirriaba con la pasión desatada en su interior.

De aquella noche, surgió una bella zíngara a la que llamaron Zinga.

Acabada la contienda española, se desencadenó la II Guerra Mundial.

Amalio, comprendió el peligro que se cernía sobre Bulgaría y emprendió el regreso a España con Zinga y Xenta, estableciéndose en Bilbao.

Zinga no tuvo más hermanos, pero fue feliz, en el seno de su corta familia. Creció sana y hermosa, mientras la vida pintaba para ella, un horizonte de felicidad.

A sus 17 años, cuando se abría al mundo adulto, sus ojos vivarachos veían un futuro de colores, mientras sus labios, ansiaban su primer beso y el primer estremecimiento.

Pero el destino venía cruel. Zenta perdió la vida cuando por azar, se vio envuelta en una reyerta callejera. Amalio, no pudo superar la muerte de su esposa, muriendo meses más tarde.

Zinga, desvalida, sola y con lobos rondando su vida, luchó, sufrió y venció las brutales adversidades que se cruzaron en su camino.

A veces, pensaba en su abismo personal, pero se aferraba al perro, que su amigo Chisco le regaló. Entonces, veía de nuevo los colores de la vida.

Apreciaba a su amigo; era mayor que ella, pero una vez, quiso darle una lección, avergonzándole ante los demás.

Se presentó ante él y sus compañeros de trabajo, vestida de colegiala, con faldita escocesa, calcetines y unos grandes aros zíngaros que pertenecieron a su madre. Chisco, se sonrojó al verla así.

Zinga era hermosa, tenía carácter y la firme determinación de ganar su vida. Llamaba al pan pan y al vino vino y supo superar el pedregoso sendero que le ofreció el destino.

Se casó y parió con dolor, pero con emocionada alegría, cinco preciosas hijas, tan vivas, expresivas y hermosas como ella. Todas tenían el duende zíngaro de su abuela.

Volvió el dolor y nuevamente, el sendero de piedras. Su marido la abandonó, sola ante la responsabilidad de criar sus cinco soles.

Zinga, tras la ruptura con su infancia, la pérdida de sus padres y el abandono de su marido, alcanzó con el tiempo, su alegría, su bienestar y su felicidad.

Tenía un corazón muy grande y una maravillosa familia de 6 mujeres. Un gineceo, en el que con el tiempo, las mayores discusiones, girarían en torno al tráfico de ropa por los armarios de la casa.

Zinga impresionaba por su fuerza, su determinación, su generosidad y su valor. A pesar de su historia, conservaba gran parte de su belleza, su expresividad, sus ojos de fuego y sus ganas de vivir.

Pasados los años,Chisco le pidió que le revelara la receta de su felicidad. Ésta con su hermosa sonrisa, le respondió que le daría la de su plato preferido y que no olvidara al hacerlo, el ingrediente más importante del guiso.

                                                                                                   
                                                  Carrillera de ternera al vino tinto

Ingredientes 

4 carrilleras de ternera
1 puerro
2 zanahorias
1 cebolla dulce
2 hojas de laurel 
2 ramitas de romero 
2 decilitros de vino tinto
1 decilitros de aceite de oliva suave
Sal a gusto 
Pimienta de molinillo 
3 cucharadas soperas de harina 
Agua 
Amor al gusto

Pasos

Limpiar las carrilleras de nervios y grasa.
Trocearlas en dos trozos y apartarlas.
Limpiar las verduras, trocearlas y apartarlas. 
Poner aceite en la cazuela y calentar al fuego.
Salpimentar las carrilleras, pasarlas por harina y freírlas bien por ambos lados para sellar la carne.
Ya listas las carrilleras, ponerlas en un plato y echar las verduras troceadas junto al romero y las hojas de laurel. Sofreír todo.
Añadir e vino tinto y dejar reducir unos 5 minutos, para que se evapore el alcohol.
Añadir unos 2 litros de agua, moviendo bien y cuando esté hirviendo, incorporar las carrilleras.
Tapar la olla exprés y dejar cocer 35 minutos desde que empieza a silbar el vapor. 
Dejar reposar unos minutos, abrir la olla exprés, sacar las carrilleras e un plato y reservarlas aparte.
Colar la salsa resultante del estofado a un cazo y dejar cocinar hasta que se reduzca y espese a nuestro gusto.
Calentar finalmente las carrilleras y emplatarlas
Unas patatas fritas cortadas en dados, serán un buen acompañamiento
Servir el guiso, con amor y alegría










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              domingo, 13 de diciembre de 2015

              Álbum fotográfico del año

              El año 2015, ha sido el más viajero de mi vida.
               Recuperada la libertad tras mi jubilación, he viajado para visitar mis familiares, especialmente, mis hijos y mis nietos.

              También he dado rienda suelta ¡y de qué manera! a mis ansias de conocer el mundo. ¡Es tan grande y el tiempo tan corto!

              A continuación, se expone una selección de fotografías de este año, que termina con una propia de unas Navidades tropicales.

              Este álbum, está de dedicado a:

              Los familiares, que me han facilitado hacer tantos viajes
              A los amigos que han compartido mis experiencias viajeras
              A los Host Helpx, que me han acogido en sus casas y han hecho posible un intercambio cultural
              A los lectores que me han seguido desde más de 40 países


              A todos vosotros, un gran abrazo

              FELICES NAVIDADES Y BUEN AÑO 2016


              MARRUECOS





              ISLA DE LA REUNIÓN



              ç





              Volcán El Pitón de la Fournaise
              Conferencia en un Instituto
              Saint Denis


              SUIZA
              Ginebra

              Dice: ¡Quien me mira demasiado, pierde su tiempo!


              Museo de Historia Natural


              BOSNIA

                                                                Con un colega veterinario bosnio











              ESPAÑA
              Playa del Sardinero
              La vaca que sabía demasiado
              ESTADOS UNIDOS
              Pensilvania





              Setauket, Long Island, Nueva York
              Consecuencias de un huracán

              Bambúes

              Alrededores de Setauket

               

                    

              Oficina de Correos de Setauket



              Bandera de las Torres Gemelas, que fue restaurada por voluntarios de todos los Estados del país

              Coche de bomberos destrozado por el derrumbamiento de las Torres Gemelas
              One Trade Venter
              Sky Line de Nueva York

                     




              Visita a un Faro en el extremo de Long Island, Nueva York

                    

              Metropolitan Museum de Nueva York
                  

              AUSTRALIA
              Bulburin, Queensland


              Una Taipán. La serpiente más venenosa del mundo.
              A resguardo de la lluvia con un típico sombrero australiano, el akubra

              Brisbane, Queensland

              Con Wilson Dale
              Con Kate Dale
              A 17,432 Km de Madrid
              Koala dormilón
              Un tierno y emocionante encuentro con un koala
              Con un dingo
              Ornitorrinco
              Con Jenni MacAnaelen

              En casa de los Dale
              En el Parque Nacional de Darrigo, Nueva Gales del Sur


              Puerto de Coffs Harbour


              Una pitón comiendo un opossum ejunto a la piscina de la casa de los Dale
              Con los perros rodesianos, Zimba y Zan

              Junto a un Dragon Water
              Monumento a las ballenas, que se dejan avistar desde la costa
              Curiosa señal de paso de peatones





              En un vivero de plantas, en Coffs Harbour

                                                                          Con Jan MacDonalds
                                                                             Con Kate Wilson

                FELICES NAVIDADES DESDE EL TRÓPICO AUSTRALIANO
              CON PANTALONES CORTOS Y UN CORAZÓN GRANDE